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Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


Los siete pecados capitales de la memoria

08 de Agosto de 2014

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 Antonio Vélez

Antonio Vélez

 

 

 

 

Uno de los muchos males que se ensañan en los viejos es el de las fallas de la memoria. Y no es necesario estar anciano. El sicólogo Daniel Schacter clasifica estas fallas en siete categorías, “los siete pecados de la memoria”: fragilidad, distracción, bloqueo, atribución errónea, sugestionabilidad, sesgos y persistencia indeseada. Los tres primeros son pecados de omisión: se nos esconde el recuerdo; los cuatro restantes, en cambio, son pecados de comisión: existe el recuerdo, pero o bien no es correcto o se empeña en no dejarse olvidar.

 

La fragilidad se refiere al debilitamiento o pérdida de los recuerdos con el paso del tiempo. Recordemos que el buen diseño cognitivo exige olvidar, de lo contrario, atiborrado de detalles insignificantes, al cerebro le quedaría imposible pensar, separar lo esencial de lo accidental.

 

Las fallas de memoria por distracción, como es el caso de unas llaves extraviadas, se producen porque, paralelo con el hecho que debemos recordar, simultáneamente ocurre algo que nos ocupa la mente y por un momento desvía nuestra atención. Los errores por distracción o lapsus pueden llegar a constituir verdaderas tragedias.

 

Los bloqueos de la memoria son frecuentes. No es rara la situación en que debemos marcar un número telefónico muy conocido, nos bloqueamos y el maldito se nos esconde. Es común que el bloqueo se presente con nombres propios, y ocurre más a menudo en personas que pasan de los cincuenta años, proceso que se va acentuando de manera acelerada con el paso del tiempo hasta volverse un problema mayúsculo que interrumpe continuamente el flujo de la conversación. Dejamos de hablar de corrido.

 

La atribución errónea consiste en asignar un recuerdo a una situación equivocada. Las consecuencias más lamentables se presentan en el ámbito jurídico. Más de una vez, los testigos han recordado hechos que no ocurrieron, o que sí ocurrieron, pero fueron situados en momentos o en entornos equivocados.

 

El pecado de la sugestionabilidad se refiere a recuerdos falsos implantados por medio de preguntas, o por sugerencias formuladas cuando una persona intenta recordar una experiencia pasada. Y es que tenemos la tendencia a incorporar en los recuerdos información procedente de fuentes externas, como versiones escuchadas a otras personas, o información recibida a través de los medios de comunicación. La forma cómo se hacen las preguntas puede contribuir a que los testigos oculares cometan errores de identificación. Se ha demostrado que los procedimientos sugestivos pueden favorecer la formación de recuerdos falsos, fatales en los interrogatorios judiciales. 

 

El pecado de los sesgos alude a influencias internas, como creencias y apetencias que distorsionan nuestros recuerdos. Lo más normal es que tendamos a corregir las experiencias pasadas, a la luz de lo que creamos en la actualidad. La razón es que al recordar elaboramos una copia nueva a partir de algunos débiles recuerdos, interpretados a la luz de nuestro estado presente de creencias, deseos y conocimientos. A menudo, y sin ser muy conscientes de ello, elaboramos una versión tergiversada para que los recuerdos concuerden con las necesidades del momento. Recordamos con el deseo o la necesidad.

 

Hay recuerdos que nos perturban, y se resisten al olvido. Tal vez la persistencia indeseada se constituya en una característica adaptativa, pues si la experiencia inolvidable se refiere a un hecho que encierra riesgos, es conveniente mantenerla fresquecita. Esto explica por qué las personas que han vivido experiencias dolorosas deben mantener una lucha permanente por olvidarlas. El cerebro está diseñado para mantener fresco el recuerdo ingrato, así que los intentos por suprimirlo resultan vanos.

 

En fin, la memoria es una mentirosa empedernida.

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