Los riesgos y la necesidad de hablar sobre ética y justicia
15 de Mayo de 2015
Nicolás Parra @nicolasparrah |
Nunca es fácil hablar sobre ética y justicia. En su libro ¿Qué es la justicia?, publicado en 1952, Hans Kelsen sostiene que la pregunta por la justicia es la pregunta eterna de la humanidad, sugiriendo con esa afirmación la imposibilidad de dar una respuesta satisfactoria y definitiva a ese cuestionamiento. No menos diciente y revelador es el planteamiento de Ludwig Wittgenstein, quien en su connotada “Conferencia sobre la Ética”, en 1929, afirmó que todos los hombres que han intentado hablar sobre ética han ido en contra de los límites del lenguaje, insinuando con ello que la ética es un terreno de la experiencia humana que no puede ser comprendido por medio del lenguaje descriptivo.
A pesar de lo anterior, el riesgo de hablar sobre ética no se reduce a la ambigüedad o dificultad de comprender la naturaleza de lo que significa la justicia, el bien o la virtud, ni al hecho de que el lenguaje sea una herramienta obsoleta para abordar estas nociones. El riesgo habita en los prejuicios de quienes leen o escuchan a otras personas reflexionar sobre ética y justicia, pues piensan en ocasiones que aquel que discute sobre esos asuntos es porque conoce qué es el bien o qué es la justicia. También creen que se trata necesariamente de una persona con un carácter ético intachable y, a todas luces, justa en su actuar. Finalmente, piensan que aquel que se refiere a estos temas asume una posición de superioridad, como si dijera: “Les voy a enseñar qué es la justicia” o “Hay que ser virtuosos como yo”.
Estos prejuicios nos revelan que el riesgo de hablar sobre ética y justicia es mostrarse a los demás y ser percibido por estos como alguien con rasgos de arrogancia, dogmatismo, moralismo y condescendencia frente a los otros. La conclusión es lapidaria: si queremos discutir sobre ética y justicia para transformar nuestra relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos, debemos asumir el riesgo de ser percibidos o tildados como personas que encarnan hábitos o modos de ser reprochables éticamente. Así fue percibido Sócrates por algunos atenienses, quienes lo acusaron, entre otros cargos, de pervertir a los jóvenes atenienses y mostrar lo verdadero como falso y lo falso como verdadero. En otras palabras, Sócrates, uno de los modelos de Occidente en relación con la vida ética y justa, también era visto equivocadamente como un ser arrogante, impío, sabelotodo y embaucador.
Sin embargo, estos riesgos no deben disuadir a quienes reflexionan y debaten sobre ética y justicia. Tampoco acallar ni censurar la eterna pregunta de la humanidad y mucho menos impedir que las sociedades cultiven a individuos pensantes que no teman hablar sobre estos asuntos. La necesidad de preguntarnos a nivel individual y colectivo qué es la justicia e indagar la relación entre la ética y el derecho –a diferencia de lo que piensan algunos abogados practicantes para quienes lo uno nada tiene que ver con lo otro–, consiste no tanto en dar una respuesta definitiva a los problemas éticos y de justicia que afectan a la sociedad o al ejercicio del derecho, sino en albergar la esperanza de que las generaciones futuras puedan entender un poco mejor que nosotros qué significan estas nociones y cómo pueden orientarnos en nuestras relaciones sociales para convivir pacíficamente.
Es posible que la justicia y la ética sean como el mercurio de los conceptos: entre más los presionamos (o tratamos de determinarlos definiéndolos), más líquidos se vuelven y se escurren inevitablemente de nuestras manos y nuestra mente. Pero no por ello debemos dejar de preguntarnos todos los días, como lo exhorta Sócrates después de haber sido condenado: ¿qué es la justicia? y ¿qué es la virtud? Y así, examinar nuestras creencias y actuaciones conforme a esas nociones que nos orientan, pero que, como atinadamente lo dijo Wittgenstein, nos incitan a quienes reflexionamos sobre estos temas a salir de los límites del lenguaje y aventurarnos a entrar en los terrenos de aquello que no se puede decir, sino solo mostrar.
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