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Actualizado hace 32 minutes | ISSN: 2805-6396

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Mirada Global


Los paraísos fiscales, desde Roma hasta Antigua

15 de Noviembre de 2013

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Daniel Raisbeck

 

La evasión de impuestos es una práctica antigua. En la mitad del primer siglo a.C., los emperadores romanos comenzaron a devaluar gradualmente el valor de los denarii, las monedas de plata oficiales, para financiar el pago a los ejércitos y a la creciente burocracia estatal. Los ciudadanos, por ende, empezaron a acaparar y a esconder sus denarii más antiguos y valiosos y a pagar sus impuestos con aquellos devaluados, así que los ingresos del fisco romano posiblemente se disminuyeron. Como ya había escrito Cicerón, ut sementem feceris ita metes (“según siembres, cosecharás”).

 

El fenómeno moderno de los paraísos fiscales, naciones soberanas cuyas leyes tributarias atraen la inversión de clientes extranjeros, surgió al final del siglo XIX. Como explica el profesor Ronen Palan en la revista History and policy, los precursores no fueron naciones independientes, sino los Estados de Nueva Jersey y Delaware, en EE UU, los cuales inauguraron la política de “incorporación fácil”, que le permite a un comprador adquirir una compañía formada y comenzar a operar de manera casi instantánea. A la vez, estos Estados, al instituir niveles bajos de impuestos corporativos, crearon condiciones sumamente atractivas para las corporaciones. Palan nota que el modelo resultó tan exitoso que, en los años veinte, Zug y otros cantones suizos lo introdujeron a Europa.

 

Otro aspecto esencial de los paraísos fiscales es el de la “residencia virtual”. Este concepto se creó en 1929, cuando una corte británica determinó que la corporación Egyptian Delta Land and Investment Co., la cual compraba y vendía propiedad raíz en Egipto desde 1904, no estaba sujeta a las leyes tributarias británicas porque, aunque registrada en Londres, no era activa en Reino Unido. Según el historiador Sol Picciotto, este fallo creó el precedente para que compañías extranjeras se registraran en Gran Bretaña y, exentas de impuestos a la corona, también pudieran evitar el pago de ciertos impuestos en la fuente. Dado que la ley aplicaba a todo el Imperio Británico, la implementaron ciertas dependencias que todavía son paraísos fiscales, entre ellas las Islas del Canal, Hong Kong, Bermuda, Bahamas y las Islas Caimán.

 

El último pilar de los paraísos fiscales modernos es la confidencialidad bancaria, práctica que se introdujo en Suiza con la Ley Bancaria de 1934, la cual estableció la protección absoluta -bajo la ley criminal de la Confederación Helvética- de la información de las cuentas bancarias suizas frente a la intrusión de cualquier Estado. Como explica Palan, fue así como se convirtieron en paraísos fiscales europeos Suiza y, poco después, Liechtenstein, principado que, tras adoptar el franco suizo y la práctica de confidencialidad bancaria, decidió no imponer ni requisitos ni restricciones a la nacionalidad de los accionistas de sus compañías.

 

Últimamente, se han escrito volúmenes acerca de los peligros de los paraísos fiscales, por ejemplo acerca de la manera en que han facilitado el lavado de activos. Pero poco se ha dicho acerca de las razones de su colosal éxito. En EE UU, por ejemplo, el impuesto a la renta, el cual no existía de manera permanente antes de 1913, creció de una manera tan descomunal que, en 1981, una persona que ganara 500.000 dólares al año debía pagar el 58,9 % (o 197.959 dólares) de sus ingresos en impuestos. Según el Servicio de Impuestos Internos estadounidense (IRS, cuyo lema no oficial es “tenemos lo que toma para tomar lo que usted tiene”), una compañía debía pagar un impuesto corporativo del 13,75 % sobre todos los ingresos imponibles entre 1932 y 1935, mientras que entre 1993 y 2002 el impuesto era del 39 % para las ganancias mayores de 100.000 dólares y menores a 335.000.

 

Claramente, la expansión del Estado de bienestar en el mundo desarrollado, financiada con los impuestos sobre los sectores productivos, coincidió con el auge de los paraísos fiscales. Este suceso escasamente hubiera sorprendido a un emperador romano tardío.

 

En Colombia, por ende, la pregunta no debe ser cómo se obliga a los ciudadanos con fondos en Panamá, las Bahamas o Anguila a pagar impuestos nacionales, sino cómo se crean las condiciones, tanto económicas como tributarias, para que estos ciudadanos mantengan su dinero en el país y, a la vez, para que compañías extranjeras puedan establecerse acá tal como lo hacen en Mónaco o en Antigua.     

 

Como dijo Winston Churchill, “una nación que intenta volverse próspera al cobrar impuestos es como un hombre con los pies en un balde que agarra las asas para alzarse a sí mismo”.

 

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