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Especial Educación Superior


Los desafíos de educar para la paz

31 de Mayo de 2016

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Óscar Mauricio Donato

Docente e investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Libre

 

Resulta relativamente fácil ponernos de acuerdo sobre la importancia de la paz. Pocos negarán que la paz debe ocupar un lugar central en los propósitos y discusiones del país. Las querellas están más bien concentradas en los “cómo” y en algunas pocas ocasiones las discusiones se preocupan por los “para qué” de la paz.  

 

Sobre los “cómo”, hay ya múltiples complejidades: la división interna, la incertidumbre. Otras complejidades están relacionadas con las dudas sobre “cómo” lograr un marco jurídico que logre un acuerdo que sea legal, legítimo y además posible. Una dificultad diferente es aquella que menta alcanzar un acuerdo que cubra los propósitos internos y que también alcance para cobijar  pactos y marcos jurídicos internacionales. Diferentes son las dudas que preguntan si los acuerdos erradicarán las causas del conflicto, y otras aparecerán si observamos que la ley no hace justos a los hombres.

 

Y si bien pensar los “cómo” se logra la paz es arduo y complejo, en todo caso, vemos que no es suficiente. En efecto, no cabe duda, es mejor la paz que la guerra, y es que si la paz fue durante años, durante décadas, un horizonte, un fin, ¿cuál será el horizonte de Colombia cuando la paz no lo sea?, ¿para qué la paz?

 

Los “cómo” y “para qué”

 

La primera intuición será decir que se busca la paz para lograr la igualdad: la paz es para que los colombianos podamos salir del vergonzoso nivel de desigualdad en el que nos encontramos. Sin embargo, decir esto es tanto como dar las gracias a un político por no ser corrupto.

 

Advertimos entonces que la paz incluye no el fin de la violencia y también el freno a la desigualdad. Es que si se tratara solo de vivir en paz e igualdad, ¿cuál sería la diferencia con un corral bien cuidado? Digamos, si encontramos los cómo de la paz y lográramos vivir sin matarnos unos a otros, esto, en todo caso, no responde a la pregunta para qué vivir, o cómo hacer la vida digna de ser vivida, y además, digna y deseable junto con otros. Es evidente, entonces, que debemos pensar aquellos “cómo” de la paz respecto a los “para qué” la paz.

 

Sin duda, a semejante pregunta no se puede esperar la respuesta proveniente de La Habana. Tampoco podemos buscar tal respuesta en un momento anterior donde el país no sufrió ni de guerras ni de desigualdad y sabía para qué la vida, tal cosa jamás experimentó Colombia. 

 

Y es que los “para que” son más bien discursos provenientes de la imaginación, de la fantasía de los artistas y, también, preguntas de los filósofos.

 

Entonces, entre todos los colombianos debe ser destacado el papel de artistas y filósofos. Estos, por muy etéreos que sean advierten que sin ciudades no hay filósofos, y deben ocuparse de encarar tales “cómo” y tales “por qué”. En efecto, es tarea singular de los filósofos abanderar la pregunta del “para qué”, y vincularla con los “cómo”. ¿De qué servirán los correctos “cómo” de la paz sin los “para que”? ¿O viceversa? Por último, advertimos que si educarse significa criar, alimentar, construir, conducir, guiar, entonces la educación para la paz, a su vez, deberá alimentar, construir o guiar los “cómo” hacia los “para que” de la paz.

 

No es asunto de un decreto ni de una catedra, es el reto de pensar una nueva cultura. 

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