Crítica literaria
Los Carranza
14 de Junio de 2013
Juan Gustavo Cobo Borda |
Se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Carranza (1913-1985) y diez del suicidio de su hija María Mercedes Carranza (1945-2003). Ambos poetas, la poesía de la segunda parece el reverso crítico de la poesía de su padre.
Si Eduardo Carranza exaltó un nacionalismo de derecha, que lo llevó a elogiar la falange española y el régimen del general Franco, una de sus primeras publicaciones, del 30 de noviembre de 1939, titulada Seis elegías y un himno, hecha por el generoso Jorge Rojas, constituye el cuaderno número cuatro de los ya célebres Entregas piedra y cielo. Estaban antes Jorge Rojas, Carlos Martín, Arturo Camacho Ramírez y vendrían después de Carranza, Tomás Vargas Osorio, Gerardo Valencia y Darío Samper.
En dicha entrega, dedicada por Carranza “A mi amigo Silvio Villegas” su Himno para cantar en los Juegos Bolivarianos ya muestra su faceta de quien celebra la juventud y la primavera, la vida “fuerte y bella”, y de allí pasa a declamar: “Conságranos tus caballeros / Padre Bolívar, tú que estás / con los arcángeles guerreros / en tu nube de eternidad”.
Este gesto militante se mantendrá inalterable hasta el final, cuando dedica “A Alvaro Gómez” su poema La patria es como una carta, donde en un 20 de julio, “triste de patria y poesía” vuelve a proponer un canto colectivo, donde la geografía y las gentes del país se unen a través de su enumeración caudalosa de firmas, cada una con su caligrafía inconfundible, incluso la de los analfabetas: una simple cruz.
María Mercedes Carranza, por su parte, comienza por alejar ese mito inicial. “Juventud, bien ida seas”, pues dicha juventud solo se viste con ropas prestadas y sus infiernos y paraísos “solo se recuerdan después con un bostezo”.
La figura de Bolívar también recibe la nueva mirada: “un general / que más que charreteras / lucía un callo en cada nalga”. Hay dolor y escepticismo, conciencia de la esterilidad de la poesía, y una lucha permanente para quitarle a la palabra su costra de tergiversaciones, silencios interesados y culpas ocultas. Quizás por ello su poema La patria es de alguna forma la antítesis del comentado poema de su padre: “Esta casa de espesas paredes coloniales / y un patio de azaleas muy decimonónico / hace varios siglos que se viene abajo. / Como si nada las personas van y vienen / por las habitaciones en ruinas, / hacen el amor, bailan, escriben cartas”.
Su hija Melibea, y sus amigas Doris Amaya y Luz Eugenia Sierra han tenido la feliz idea de publicar toda su Poesía reunida en el 2013, en la editorial Letra a Letra. Allí están sus cinco libros, su terrible y desgarrador poema sobre el asesinato de quien era muy cercana, Luis Carlos Galán, y esos cortos epitafios sobre masacres, sean guerrilleras, sean paramilitares, titulados El canto de las moscas. Diecinueve poemas de poetas amigos como Leopoldo Panero, José Agustín Goytisolo, Eduardo Cote Lamus, Nicolás Suescún y Anabel Torres prolongan su recuerdo y hacen más vivo su legado que encarna la Casa Silva, fundada por Genoveva Carrasco y María Mercedes Carranza. También en el 2013, con prólogo de María Mercedes Carranza (su tesis en la Universidad de Los Andes) el Fondo de Cultura Económica ha publicado una amplia antología de la poesía de Eduardo Carranza: Los días que ahora son sueños. Allí donde podemos admirar al poeta lírico y elegíaco, de la gran Epístola mortal, más que al poeta patriótico que canta en voz alta. Y que lleva a estas dos figuras a darnos imágenes tan antagónicas de un mismo país.
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