Crítica literaria
Los 10 de Coetzee
22 de Junio de 2016
Juan Gustavo Cobo Borda
Diez títulos ha escogido J. M. Coetzee para conformar su Biblioteca Personal, publicada en espléndidas ediciones por El Hilo de Ariadna, en Buenos Aires.
Coetzee, quien recibió en el 2003 el Premio Nobel de Literatura, ha preparado para cada título brillantes prólogos que son en verdad meditados ensayos sobre el autor, su obra y el tiempo en que la desarrolló. Pertenecen a diversos países (Norteamérica, Alemania, Francia, Inglaterra, Rusia, Australia) y si bien reina la ficción, su Antología íntima, que cubre 51 poetas, constituye una sólida muestra de sus poetas y versos predilectos. Elije en lengua española muestras de Borges y Neruda, Alberti y García Lorca, y en presentaciones bilingües que cobijan del griego y el latín hasta el inglés de Whitman, el ruso de Ajmátova o el alemán de Hölderlin, pone a girar un mapamundi colorido lleno de aciertos, sorpresas y poetas nuevos.
Igual sucede con las novelas, trátese de La letra escarlata, sobre la intolerancia puritana, traducida por José Donoso, hasta las tres novelas de Tolstói, donde actos incomprensibles (salvo por la misericordia de Dios) llegan a explicarnos esa piedad con que los siervos, casi anónimas bestias, reciben la consolación de sus amos, quienes mueren por ellos. Tal es el caso de Patrón y peón, cuando el primero, congelado, cubre al segundo y le permite sobrevivir, como cuando en La muerte de Ivan Ilich el siervo es el único que brinda un atisbo de humanidad en esa familia egoísta que solo reniega de su larga e incómoda agonía. El siervo no vacila en sostener los pies del enfermo sobre sus hombros para mitigar su dolor.
Otros títulos como el de Kleist, La marquesa de O, se erigen a partir de lo inaudito: la viuda ejemplar que un día se descubre embarazada y en la prensa publica un aviso solicitando se presente el culpable a quien no conoce. Otros como el austriaco Musil, en Tres mujeres y Uniones, parten del racionalismo para abordar los enigmas del amor. Como, por ejemplo, la entrega y promiscuidad de la esposa es su mayor muestra de devoción conyugal.
Los clásicos, incluso, como Madame Bovary, son releídos por Coetzee como la historia de “una francesita sin importancia” que luego de dos fracasadas relaciones extramatrimoniales y hundida en deudas por su afán de lujo, se envenena con remedios para ratas. Así no olvidaremos que su marido ejemplar era un inepto médico rural y que la familia de Flaubert era de cirujanos. Otros más, como el suizo Robert Walser, admirado por Kafka y habitante la mayor parte de su vida de clínicas siquiátricas, nos intriga con su novela El ayudante, fiel reflejo de sus trabajos menores, funcionario o sirviente, en que se ocupó el autor.
El buen soldado, de Ford Madox Ford, traducido por Sergio Pitol y elogiado por Graham Greene, y Las esferas del Mandala, de Patrick White, el austriaco premio Nobel de 1973. Roxana, de Daniel Defoe, autor de La isla del tesoro y al cual Coetzee ha vuelto una y otra vez. Se conforma así esta decena de textos que son simultáneamente clásicos y renovadores. Que los haya escogido es una garantía de calidad, pero que los haya prologado, uno por uno, es tener a la mano 10 joyas de análisis y comprensión que nos llevarán también a sorprendernos con lo que en forma rutinaria pensábamos. El poder cuestionador de la gran ficción. Cada portada es además oba del pintor viajero Church, del siglo XIX, que acrecienta el placer de estas 10 joyas indudables.
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