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Actualizado hace 4 hours | ISSN: 2805-6396

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Et cetera / Doxa y Logos


Lo que nos hace “modernos”

28 de Octubre de 2015

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Nicolás Parra

n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah

 

En el invierno de 1417 en el sur de Alemania, poco después de haber dejado de servir como secretario del “antipapa” Juan XXIII, Poggio Bracciolini encontró en los anaqueles más recónditos del monasterio de Fulda un libro que cambiaría el curso de la humanidad: el poema filosófico De Rerum Natura (Sobre la naturaleza de las cosas), escrito por Lucrecio, alrededor del año 50 a. C. Este libro, sin que nadie lo supiera, iba a ser el promotor del “giro” de la historia de la humanidad hacia la modernidad.

 

Stephen Greenblatt, ganador del Premio Pulitzer en el 2012 y del National Book Award en el 2011 por El Giro: cómo el mundo se volvió moderno, relata los detalles de cómo el descubrimiento de ese libro dio paso a un mundo que pretende separar la religión y la política; a un mundo en el que utilizar la razón es la herramienta idónea para conocer y actuar en él; un mundo que nos permite asumir la mortalidad como la característica esencial de los seres humanos; un mundo despojado de las narrativas de reencarnación, castigos y moradas ultraterrenales; finalmente un mundo en el cual el hombre reconoce que está hecho de la misma sustancia que todos los seres y cosas de la naturaleza: simples átomos o partículas que están en constante movimiento y que no han sido creadas por una inteligencia divina.

 

Algunos académicos e historiadores han sostenido que es imposible tomar un suceso como el inicio de la modernidad, pero coinciden en que hay tres acontecimientos que se pueden catalogar como el embrión de la humanidad: el descubrimiento de América, las 95 tesis de Lutero y la imprenta de Johannes Gutenberg. Para Greenblatt, sin embargo, el enigma reside en el libro de Lucrecio.

 

En su versión más eufemística, el descubrimiento de América implicó formular un principio o una noción de universalidad. Por su parte, las 95 tesis de Lutero comenzaron a afianzar la senda para pensar la relación entre lo divino y lo humano sin intermediación institucional. Por último, la imprenta de Gutenberg comenzó a popularizar y divulgar el conocimiento a través de los libros. Pero el libro de Lucrecio caló en nuestra mentalidad sin que nos percatáramos de ello de una manera más profunda: nos enseñó, entre muchas otras cosas, que el universo estaba compuesto por átomos y vacío y que incluso el alma es corpórea, de suerte que si el cuerpo moría ella se desintegra con él.

 

En evidente contraposición con la tradición religiosa, para Lucrecio no existía la resurrección después de la muerte, ni el castigo, ni el juicio final y mucho menos la reencarnación en el Hades. Para Lucrecio, estábamos compuestos por átomos, igual que todas las cosas naturales, y como todas ellas, destinados a la muerte en vida y no, como se creía en la premodernidad, a la vida en muerte. Lo anterior tuvo como consecuencia una revolución cultural: las preguntas de la moralidad serían abordadas ya no con base en lo que será la vida después de la muerte, sino de la vida antes de la muerte; las preguntas de la estética no buscarían los rasgos divinos en las creaciones humanas, sino la esencia humana en sus propias creaciones, y las preguntas científicas tomarían como punto de partida la materialidad, el movimiento y la colisión de los átomos como elementos constitutivos y creadores de todo lo existente. Las preguntas de la religión partían de la base de que la voluntad de los dioses no iba a alterar el curso de los asuntos humanos.

 

Si bien Lucrecio creía que los dioses existían, también creía que “por ser dioses, era imposible que estuvieran preocupados por los seres humanos o por cualquier cosa que ellos hicieran”[1]. La modernidad era otro nombre para la soledad del hombre y de la vertiginosa pero revolucionaria idea de que el hombre era dueño y responsable de su destino.

 

El libro de Lucrecio, que permaneció en la oscuridad de los anaqueles más remotos, nos muestra que aquello que nos hace modernos consiste en asumir la mortalidad; entender que los seres humanos no ocupamos un lugar privilegiado en el universo, y tomar las riendas de nuestro destino y asumir la responsabilidad por ello. Gracias al descubrimiento del manuscrito de Lucrecio, podemos entender los primeros trazos de un “giro” en la historia hacia un pensamiento moderno: comprender al ser humano desde la mortalidad, la responsabilidad y el placer para comenzar una nueva narrativa del hombre.

 

[1] Greenblatt, Stephen. The Swerve. How the World Became Modern. New York: W.W. Norton & Company. Pág. 185.

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