Curiosidades y…
Lluvias y tragedias
19 de Diciembre de 2011
Antonio Vélez Especial para ÁMBITO JURÍDICO
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En este final de año, 11 troncales principales colapsaron a causa del intenso invierno, 33 vías secundarias presentaron interrupciones en el tránsito, mientras que 2.600 tramos rurales resultaron averiados. A lo anterior se suman las inundaciones por casi todo el territorio nacional, y un número inmenso de viviendas afectadas. Unos le echan la culpa a San Pedro, otros, a la falta de previsión. El ministro de Transporte les echa la culpa a las vacas, pues sus excrementos impiden que el agua se filtre debidamente y, así, generan acumulaciones y deslizamientos. Con este argumento explican la avalancha que destruyó la planta de agua de Manizales, y los daños en la carretera entre Cartagena y Barranquilla.
Pastoreo excesivo, sembrados sin control, falta de canalizaciones, taponamiento de quebradas y ríos por exceso de basura, construcciones en sitios de alto riesgo y minería ilegal son razones importantes para explicar el desastre invernal. Pero son apenas una parte del problema. Con el agravante de que prevenir los daños causados por las lluvias intensas son de un costo que va más allá de la capacidad del presupuesto nacional. Sin embargo, esto no sirve de excusa a la ineptitud de los gobernantes de turno, pues la prevención y el anticipo no son propiamente las jugadas que los preocupan, más dedicados a la politiquería que a la acción seria, cuando no a la malversación de fondos y a la corrupción. Recordemos que las acciones a tiempo ahorran vidas y sufrimiento y, a la vez, pesos, pues es mucho más barato prevenir que curar.
A las razones señaladas se agregan otras de origen técnico. Se trata de problemas muy conocidos por los geólogos, entre los cuales se destacan dos: los canales meándricos y la meteorización de las rocas. Sobre el primero puede decirse que en algunas sabanas de baja pendiente (como la cundiboyacense), los ríos tienden a formar canales, llamados meándricos, que con las lluvias intensas dan lugar a las llamadas llanuras de inundación, mientras que en verano son bonitas y fértiles, por lo cual invitan a cultivarlas y a construir viviendas en ellas, justo en las zonas más propensas a las inundaciones. Además, estos canales son de naturaleza migratoria y caprichosa, es decir, sobre la llanura aparecen al azar nuevos caminos y otros se cierran debido a los sedimentos depositados en ellos. Desastres imposibles de anticipar efectivamente.
El segundo fenómeno es el de la meteorización de las rocas, es decir su degradación química y física. Al llover, el agua se filtra por las fracturas causadas en forma natural, o generadas por los movimientos tectónicos, y comienza a transformar químicamente los minerales de las rocas, lo que va cambiando su consistencia. Se rompen en pequeños fragmentos, se disuelven, se forman nuevos minerales. De una piedra sólida, se pasa a una masa compacta de arcillas y óxidos de hierro, muy vulnerable al agua. Cabe destacar que la meteorización es muy acelerada en los trópicos, pues allí hay más precipitación y las temperaturas son altas (las reacciones químicas se aceleran con el calor). Colombia, para desgracia nuestra, está situada en una zona de gran actividad tectónica, debido a la convergencia entre la placa de Nazca y la de Sur América, lo que hace que las rocas se fracturen a una tasa más alta, y con ello se facilita la meteorización.
Pero allí no terminan los problemas de los colombianos: al tener la parte más habitada sobre la cordillera de Los Andes, las carreteras tienen que ser construidas en zonas montañosas, y con taludes de alta pendiente, formados por rocas ya meteorizadas, que los aguaceros arrastran con suma facilidad. La perversa Niña se aprovecha de nuestras flaquezas geológicas.
En resumen, a una administración muy deficiente se suma un fenómeno agresivo, costoso y de difícil manejo.
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