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Actualizado hace 9 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades Y...


Límites biológicos

23 de Agosto de 2013

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Antonio Vélez

Antonio Vélez

 

Somos limitados en todos los aspectos biológicos; límites que se revelan con mayor claridad cuando nos comparamos con los demás seres vivos. La duración humana, un siglo como caso excepcional, es corta cuando se la compara con los casi 300 años de la tortuga gigante, y nada al lado de los 4.000 de la secuoya. Un persona de buena agudeza auditiva puede oír frecuencias que van desde los 20 hasta los 20.000 hercios, pero los perros superan los 50.000, y los murciélagos llegan sin problemas hasta los 100.000. Nuestro espectro visible comprende longitudes de onda desde el violeta hasta el rojo, cuando muchos insectos son capaces de percibir el ultravioleta y algunas serpientes perciben el infrarrojo. Y en sensibilidad olfativa llegamos de últimos en la olimpíada mundial de los animales.

 

Nuestra velocidad en la carrera, apenas unos 36 kilómetros por hora del rayo humano Usain Bolt, es paso lento al lado de los 110 del guepardo. Los mejores fondistas recorren con gran esfuerzo cerca de 21 kilómetros en una hora, mientras que el berrendo, antílope americano, pasa sin dificultad de los 60. Los casi 2,5 metros, marca humana en el salto de altura, es poco frente a los 3 de tigres, gacelas y canguros en esa misma especialidad. Los hombres mejor dotados para el salto de longitud se están aproximando a los 9 metros, distancia que cubre en cada salto y sin ningún esfuerzo la gacela de Thompson. Los ejercicios más difíciles en las barras serían juego de niños para los gibones, poseedores de una articulación esférica en la muñeca y de las proporciones anatómicas justas para realizar todo tipo de acrobacias gimnásticas.

 

Los nadadores más rápidos del mundo tardan aproximadamente 45 segundos en recorrer 100 metros en estilo libre, lo que equivale a unos 8 kilómetros por hora; marca difícil de superar, pero que es bien poco al lado de los 70 kilómetros por hora que puede alcanzar en mar abierto la barracuda, o comparados con los 60 del delfín. Un buceador que descienda a más de 23 metros de profundidad y permanezca allí durante 3 minutos puede considerarse un profesional en su especialidad; pues bien, este logro palidece si pensamos que la foca de Weddell se sumerge a más de 600 metros y permanece allí por más de una hora recogiendo crustáceos en el fondo marino. Y cuando sube bruscamente a la superficie, no pasa por los difíciles momentos producidos por la llamada “borrachera de profundidad” que padecen los buceadores, debida al nitrógeno en exceso disuelto en la sangre y en los tejidos, ni corre peligro de morir por embolia gaseosa, accidente que se presenta en los humanos cuando ascienden rápidamente.

 

Un problema deprimente y doloroso para el hombre es el envejecimiento, y la muerte como su compañera inseparable. Desde tiempos inmemoriales los humanos hemos soñado con la eterna juventud. Se han ensayado, sin ningún resultado positivo, brebajes rejuvenecedores, ungüentos prodigiosos y todas las invenciones de la imaginación para derrotar la vejez y alejarnos de la muerte. La cirugía plástica, el botox y los múltiples recursos de la farmacología moderna lo único que han podido lograr es producir una juventud ilusoria y efímera. El reloj biológico sigue su marcha imperturbable. La desconsoladora realidad es que la duración de todos los seres vivos tiene fronteras bien demarcadas en el código genético, solo modificables en cantidades pequeñas.

 

La complejidad del cerebro humano abruma. Muchos neurólogos, tras una vida de estudio devanándose el cerebro para comprenderlo, han llegado a la conclusión de que esta empresa no es para los mortales. Y es que la herramienta con la que lo estudiamos es al mismo tiempo el objeto de estudio. Juez y parte. Algunos han llegado a declarar muy seriamente que el cerebro entendiéndose a sí mismo es una tarea que encierra una gran contradicción. Otro límite insuperable.

 

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