Obras del pensamiento político
‘Leviatán’, de Thomas Hobbes
25 de Julio de 2012
Andrés Mejía Vergnaud
Twitter: @andresmejiav
En principio, ciertas obras filosóficas escritas antes de nuestro tiempo sufren de una cierta vulnerabilidad: algunas de ellas se refieren a la naturaleza humana, y en ellas el autor bosqueja de modo especulativo un concepto de dicha naturaleza, y sobre él funda sus razonamientos y sus conclusiones. ¿En dónde radica la vulnerabilidad de la que hablábamos? En que dicha construcción conceptual de la naturaleza humana procedía a partir de puras especulaciones, y no de conclusiones propiamente científicas. De hecho, podría decirse que el estudio científico de la naturaleza humana como tal solo empieza con El origen de las especies de Darwin, y ha sido llevado ya hoy a una gran profundidad gracias a disciplinas como la biología, la sicología experimental y la ciencia cognitiva.
Por ello, sin duda le cabría un inmenso mérito a un autor cuyas reflexiones, habiendo sido hechas siglos antes del desarrollo de estas disciplinas, las encuentra luego confirmadas o al menos muy fuertemente apoyadas por el avance de la ciencia. Es el caso de Thomas Hobbes, en mi sencilla opinión el más grande de los filósofos de la política. A su principal obra, titulada Leviatán, le considero también la más penetrante e inteligente entre todas las de su género. Y es mayor el asombro y la admiración que este filósofo y su obra nos causan, cuando vemos sus hipótesis confirmadas en las investigaciones científicas contemporáneas.
Hobbes el hombre y el intelectual
Thomas Hobbes no solo fue un gran filósofo de la política. Fue también uno de los más destacados intelectuales de su época, y brilló en un amplio espectro de temas y de disciplinas: fue, por ejemplo, traductor de la obra del griego Tucídides, el más sobrio, serio y metódico de los historiadores; todavía muchos reputan como la mejor traducción de la Historia de la guerra del Peloponeso aquella que hizo Thomas Hobbes. Fue también un pensador activo en la filosofía del conocimiento, y su importancia en tal campo puede ser medida por este hecho: cuando René Descartes, el padre de la filosofía moderna, culminó el borrador de su obra Meditaciones de filosofía primera, consideró necesario enviarla a un grupo de importantes pensadores para recibir de ellos sus comentarios. Hobbes hizo parte de este grupo.
Correspondió a Hobbes vivir uno de los tiempos más aciagos de la historia británica, marcado por la continua incertidumbre de las guerras. Nació en Malmesbury, en Inglaterra, en 1588, justo cuando Inglaterra se preparaba para resistir el ataque de la formidable Armada Invencible, enviada en su contra por el rey Felipe II de España. Años más tarde, Hobbes habría de atestiguar los sucesos de las revoluciones inglesas: aquellos que dieron origen a la primera democracia liberal parlamentaria de la historia. El parlamento, el cual representaba los intereses de los ciudadanos no pertenecientes a la nobleza, luchó en un largo pulso por la supremacía contra el rey. Hubo batallas, muchas muertes, y un rey decapitado. Inglaterra emergió con un feliz arreglo, el cual conservaba la institución real, pero trasladaba al parlamento la mayor parte de los poderes, y se decretaban los derechos individuales. No obstante ese glorioso desenlace, fue un periodo de terribles sufrimientos, guerras y privaciones. Hobbes vivió 91 años, hasta 1679.
La obra magna de Hobbes
Leviatán es una larga obra compuesta de cuatro libros, escrita en un inglés elegante no carente de cierto misterio; por ejemplo el último de sus libros, dedicado a la interferencia eclesiástica en el poder civil, lleva en inglés de la época el título Of the Kingdome of Darknesse (Del Reino de la Oscuridad).
Todo empieza con el ser humano. El primer libro del Leviatán, titulado Del Hombre, es una larga exploración de la naturaleza humana, de nuestros impulsos y de nuestros apetitos. Suele acusarse a Hobbes de dibujar un ser humano exclusivamente movido por el egoísmo y la ambición. Claramente quien sostiene tal cosa no ha leído el libro, pues Hobbes enumera tanto los sentimientos de amabilidad y simpatía como los de temor y ambición.
Precursor como es de la teoría de juegos (la disciplina matemática que estudia la toma de decisiones donde hay varios agentes que deciden), Hobbes procede a imaginar cómo son las relaciones entre los seres humanos que poseen estos impulsos. Aun cuando halla muchas instancias de acercamiento y cooperación, encuentra que hay impulsos que sin embargo nos conducen por una senda fatal: la del conflicto. El solo hecho de que todos buscamos satisfacer nuestras necesidades, y que al hacerlo muy posiblemente chocaremos con otros que andan tras lo mismo, es suficiente para desencadenar el conflicto. Y añádanse otros dos factores: el temor a la agresión de otros y la ambición de gloria. Este último factor no es tratado por Hobbes de manera frívola: lo que él llama “gloria” es una especie de poder disuasivo, originado en el reconocimiento y el respeto de otros, y que perseguiremos en la medida en que sirve para alcanzar nuestros fines.
Basta entonces que choquemos con otros en nuestros propósitos; basta que temamos a la agresión de otros y por ello decidamos atacar primero; y basta que procuremos el respeto de los demás, para que entremos en situaciones de conflicto.
Y procede Hobbes con su siguiente paso: él considera que no solo es inevitable que surjan conflictos; cree que, a menos que los hombres vivan bajo una autoridad que regule su conducta, el conflicto se convertirá en una guerra generalizada, en la cual nadie tendrá seguridad para su vida ni para su integridad. Y esta guerra generalizada no necesariamente debe manifestarse en hostilidades continuas: el conflicto generalizado es aquella situación en la cual, como dice Hobbes, la disposición a entablar batalla es permanente. Es una situación de terrible angustia, donde la posibilidad de muerte violenta es continua. En la que tal vez sea la más famosa frase del filósofo, en tal situación “… la vida del hombre es solitaria, pobre, terrible, brutal y breve”.
Esta “condición natural de la humanidad” se soluciona para Hobbes con la institución consensuada de una autoridad común, cuyo poder logre que se inhiban los impulsos conflictivos del ser humano. En la versión original de Hobbes este poder debe ser casi absoluto; pero es, en todo caso, un poder sometido al consenso general, y que puede ser desechado si no sirve a su obligación fundamental.
Una reivindicación contemporánea
La fabulosa obra reciente del sicólogo Steven Pinker, titulada originalmente The better angels of our nature (Los mejores ángeles de nuestra naturaleza) puede ser leída como una reivindicación de Hobbes desde la psicología experimental y la ciencia cognitiva. Así lo reconoce el propio autor, para quien la ciencia muestra un ser humano muy similar al postulado por Hobbes, y unas relaciones entre humanos muy similares a las que había bosquejado aquel filósofo.
Y reivindica a Hobbes en uno de los aspectos más polémicos de su obra: la llamada “condición natural de la humanidad”. En las obras de varios autores, como Hobbes, Locke y Rousseau, se plantea el concepto de una comunidad no sometida a autoridad alguna (el llamado “estado de naturaleza”). Los filósofos han debatido durante siglos si tales construcciones buscan referirse a una realidad histórica o buscan simplemente teorizar cómo sería la vida humana sin Estado. Yo mismo había tenido siempre la segunda lectura. Sin embargo, y sin importar cuál hubiese sido la intención de Hobbes, Pinker afirma que esa “condición natural de la humanidad” sí existió: se trata de lo que él llama “sociedades preestatales”, es decir, las comunidades humanas anteriores al surgimiento de autoridades políticas. En dichas comunidades la muerte violenta era la más segura expectativa, y la agresión era un modo generalizado de relación interpersonal. Desde nuestra perspectiva temporal, en la historia brillan las sociedades estatales. Pero ellas corresponden apenas a un breve periodo en la historia del homo sapiens, quien durante la mayor parte de su existencia vivió una vida “…solitaria, pobre, terrible, brutal y breve”.
En la próxima entrega de esta serie presentaremos el Segundo tratado sobre el gobierno civil de John Locke.
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