Crítica literaria
‘Leer a García Márquez’
28 de Septiembre de 2016
Juan Gustavo Cobo Borda
Quince artículos que resumen su lectura de García Márquez ha reunido Conrado Zuluaga en este libro que logra darnos una visión muy eficaz de su obra.
La primera parte está dedicada a su prehistoria periodística, de Cartagena, Barranquilla o Bogotá, donde periódicos como El Universal, El Heraldo y El Espectador van mezclando notas de prensa, fragmentos de ficción, cartas y divagaciones de quien en figuras como Faulkner - en un certero capítulo sobre su mundo y su ficción – o Ramón Vinyes encuentra maestros o compañeros generacionales como Álvaro Cepeda Samudio cómplices en el afán de rehacer el mundo con la palabra escrita.
Hay bohemia pero también rigor. Ambiciosos intentos de una novela desmesurada, La Casa, que se concretará por fin en La Hojarasca (1955), su primera obra con nombre propio en la portada.
Pero también está el episodio de Crónica de una muerte anunciada, donde esboza ya muchos de sus personajes femeninos de la familia Buendía y el célebre coronel Aureliano y anécdotas reveladoras sobre caramelos de colores. Otros nombres sugerentes como José Félix Fuenmayor o Ernest Hemingway asoman revelando su mapa de lecturas, sus influencias reconocidas y esas autocríticas que envía a su amigo Gonzalo González (GOG), en el magazine de El Espectador, donde se replican sus cuentos o aparecen por primera vez. También se asimilan los primeros golpes como cuando Losada, en Buenos Aires, rechaza una versión de la novela, en concepto del crítico español Guillermo de Torre casado con Nora, la hermana de Borges.
Pero hay consuelos, como la amistad con Eduardo Zalamea Borda, el periodista, pero, ante todo, el novelista de Cuatro años a bordo de mí mismo, quien le brindó, con su tono lírico y renovador, la atmósfera de La Guajira.
Pero las Mil y una noches, Nostradamus, Virginia Woolf y Hernando Téllez nos trazan una resonancia mental de sus fervores apasionados y sus descubrimientos impactantes. Como sucede con los cantos vallenatos de Abelito Villa y Rafael Escalona, sin soslayar el salto a una nueva dimensión que le propinó La Metamorfosis, de Kafka. Sin ella no habría roto el esquema realista y recobrado ese océano sumergido de sueños, pesadillas, fantasmas y delirios que con tanto fascinado placer secreto cultivó.
Así, Conrado Zuluaga nos brinda pistas y atajos para acceder a la apariencia incomprensible. El terremoto literario que sacudió al español y a toda América Latina con la aparición de Cien años de soledad (1967). Algo a lo cual contribuyó no solo su muy minuciosa lectura de Rulfo, sino sobre todo la acumulación vital de recorrer Colombia como reportero, padecer el exilio hambriento en París que secaría al límite la prosa de El coronel no tiene quien le escriba y, luego, poner a hervir en la marmita mágica esa aldea al margen del mundo, Macondo, donde todos los inventos no lograrán romper la soledad cerril de esos corazones encerrados en sí mismos. Con la mano amortajada y el cruce entre lo individual y la historia íntegra de Colombia en el tropel sangriento de sus guerras civiles.
El historiador no soslaya al poeta y así lo comprueba El general en su laberinto, donde Bolívar increpa y maldice al parecer aquello de “la desesperación es la salud de los perdidos”. Calumniado, su gloria hecha trizas y su sueño degradado entre facciones rivales, Zuluaga muestra muy bien cómo el exorcismo de la literatura conjurará un pasado de horror que no cesa como en Noticia de un secuestro. Periodismo hundido en el país regido por Pablo Escobar, amo y señor de vidas, en esa recurrencia de violencia sin razón y crueldad inhumana. Es bueno así volver a pensar sobre esa obra incomparable, gracias a un lector atento e informado que reconoce la autonomía de la ficción, pero también esa clarividencia que logró dar rostro humano a nuestra identidad tan precaria y vacilante.
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