Las metáforas y alegorías de la filosofía

Nicolás Parra n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah

Hay una pregunta de la que uno nunca se salva si decide estudiar filosofía: ¿y eso para qué sirve? Para evitar confrontaciones innecesarias y debates especulativos en almuerzos familiares, yo simplemente respondía: ¡eso sirve precisamente para no hacer ese tipo de preguntas! Nunca supe muy bien si mi respuesta satisfacía los interrogatorios a los que me veía sometido, pero si algo sé es que esa respuesta siempre cortó de tajo cualquier reproche u observación sobre mi decisión de estudiar filosofía. Sin embargo, a lo largo de mi carrera traté de encontrar unas imágenes para explicar en apenas unas líneas qué es eso de la filosofía y para qué sirve. Esto me llevó a descubrir las grandes metáforas y alegorías de la filosofía: la caverna de Platón, el búho de Hegel y la mosca embotellada de Wittgenstein.

La caverna de Platón es, en mi opinión, una de las alegorías más acertadas sobre lo que significa la filosofía. Como lo explica Platón en el libro VII de La República, existen unos hombres encadenados obligados a ver delante de ellos unas proyecciones producidas por una luz y unas formas que se encuentran a sus espaldas. Ellos no saben que están viendo sombras y representaciones, sino que, como en el cine, creen que están viendo las formas reales. De repente, alguien libera a uno de los prisioneros de sus cadenas y este se percata de que aquello que percibía como real era tan solo una representación de las formas proyectadas por la luz a sus espaldas. Y al mirar la luz que proyecta las apariencias, siente un dolor y una incomodidad que lo inclinan a volver a mirar las sombras. Eso es filosofar.

La filosofía es girar el alma 180 grados y darse cuenta de que las cosas que creemos verdaderas pueden ser tan solo apariencias o ilusiones. La filosofía es permitirse la libertad de mirar las cosas desde otro ángulo, de experimentar la incomodidad de sentirse desubicado y pensar que nuestro mundo puede ser de otra manera. Pero sobre todo, Platón nos enseña que la filosofía implica principalmente una transformación personal: un desencadenamiento para percibir y ser de otra manera.

Por su parte, en el prefacio de la Filosofía del Derecho, Hegel sostuvo uno de los pensamientos más profundos y desesperanzadores sobre la actividad filosófica: “La filosofía, por lo demás, llega siempre demasiado tarde. La filosofía, como pensamiento del mundo, no aparece hasta que la realidad ha completado su proceso de formación y esté realizada”. Esta condición natural de morosidad de la filosofía la explica con la metáfora del búho de Minerva, que alza su vuelo al caer el crepúsculo. Minerva, que es el símbolo del conocimiento en occidente, siempre llega tarde. La filosofía solo puede entender una condición histórica una vez esta ha terminado. Hegel nos enseña que la filosofía es esencialmente una reflexión retrospectiva sobre hechos pasados y un modo de ser en la espera y en el re-conocimiento de que solo aquello que ya ha ocurrido puede ser iluminado por medio del pensamiento.

Finalmente, Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas escribió que el fin de la filosofía es “mostrarle a la mosca la salida de la botella”. La botella es el lenguaje y nosotros moscas que tratamos de sobrepasar los límites que este nos impone. La filosofía es así una actividad de clarificación frente al uso del lenguaje y los límites del mismo.

Entre la caverna, el búho y la mosca embotellada, me di cuenta de que la filosofía es una forma de vida y una terapia que nos gira el alma; nos enseña a ver de otra manera; nos cultiva la paciencia, nos recuerda que la comprensión es retrospectiva y nos enseña los límites de nuestra comunicación. En fin, es una forma de vida que se desarrolla entre el reconocimiento de nuestras incapacidades y la esperanza de que nuestra creatividad y carácter nos permitan entendernos mejor.