ETC / Mirada global
Las finanzas de Alemania: una posible novedad en el frente
14 de Noviembre de 2014
Daniel Raisbeck |
En 1984, ante la desconcertante pero aún hipotética perspectiva de una Alemania reunificada, Giulio Andreotti, entonces ministro italiano de Asuntos Exteriores, declaró: “me gusta tanto Alemania que me siento feliz al ver dos”.
También Margaret Thatcher, dos meses antes de la caída del Muro de Berlín, expresó su reserva acerca de la reunificación del país cuya creación, en 1870, condujo, en menos de 70 años, a una guerra franco-germana y a dos guerras mundiales. Preocupada por la seguridad de los países de la OTAN, Thatcher le dijo a Mijaíl Gorbachov sin rodeos: “no queremos una Alemania unida”.
Este 9 de noviembre se conmemora –o más bien se celebra– el vigésimo quinto aniversario del colapso de la Unión Soviética, y con él el fin de la Alemania oriental comunista, la mal denominada República Democrática Alemana. En los últimos 25 años, la reunificación de Alemania no ha traído una nueva guerra europea como temían algunos: si acaso, la actual pugna en Ucrania se debe a una Alemania excesivamente tímida e incapaz de anteponerse a la revitalizada águila imperial de Moscú.
Esto lo explica el hecho de que, si los ciudadanos de la nueva Alemania tienen alguna filosofía en común, esta es la del pacifismo ambientalista. En vano intentaron aliados como EE UU y Gran Bretaña convencer a los alemanes de que participaran en las recientes guerras en Iraq y en Libia.
Entre el 2002 y el 2009, 5.000 hombres de la Bundeswehr (ejército alemán) ocuparon el relativamente pacífico sector norteño de Kunduz, en Afganistán. Constitucionalmente, estos soldados solo podían dispararle al enemigo en defensa propia y tras haber anunciado varias advertencias en el idioma local. Cuando se les asignó un papel algo más activo a las fuerzas alemanas, el diario Bild reportó que, en general, estas no sabían utilizar sus armas, y que tenían una experiencia nula o mínima conduciendo tanques de guerra y otros vehículos de alto blindaje.
Claramente, ya no existe la nación belicista de antaño; Alemania ha acogido su pasado hanseático y comercial, dejando atrás los cascos militares prusianos (Pickelhaube) y las ansias por expandir su Lebensraum.
Las cifras hablan por sí solas. Según la revista The Economist, Alemania “genera el 20 % de la producción de la Unión Europea (UE) y un cuarto de sus exportaciones”. Sus grandes firmas, como Volkswagen y SAP, son importantes jugadores a nivel global, y sus empresas medianas –el famoso Mittelstand alemán– dominan mercados de nicho, “tal como el de las máquinas de perforación de túneles o de limpieza industrial”.
La revista agrega que el desempleo en Alemania, cercano al 5 %, es menor que la mitad del promedio europeo, mientras que su desempleo juvenil de menos del 8 % es insignificante, comparado al de países como España y Grecia, donde más del 57 % de los jóvenes no están empleados. Concluye The Economist que “el presupuesto del país es balanceado, la deuda estatal se ha reducido anualmente y el rédito de los bonos es el menor de Europa. Alemania es el mayor país acreedor de la eurozona y, como el principal contribuyente (a la UE y al Banco Central Europeo), tiene la mayor influencia a la hora de determinar el futuro de la moneda única”.
No obstante, atribuirle ese éxito a Alemania como tal es errado. Ya que la Constitución establece que los 16 Estados federados –cinco fueron incorporados de la antigua Alemania comunista– deben ofrecerles a sus ciudadanos “condiciones de vida equivalentes”, se estableció un sistema de transferencias fiscales internas dentro del cual únicamente tres Estados federados –Baviera, Hesse y Baden-Wurtemberg– compensan el constante déficit de los demás.
En realidad, el dominio económico de Alemania en Europa se basa en el éxito de los tres Estados federados que se rigen desde Múnich, Wiesbaden y Stuttgart.
El año pasado, Baviera y Hesse, los cuales pagaron en el 2012 más de cuatro billones de euros para sostener a los Estados federados insolventes, presentaron una demanda ante la Corte Constitucional Alemana en Karlsruhe. Si esta llega a instituir cambios drásticos al sistema de transferencias, tal como exigen los demandantes, el gobierno federal alemán tendría que supervisar las finanzas de todo Estado federado, como actualmente el Fondo Monetario Internacional y otras entidades monitorean a los países endeudados de la eurozona.
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