Columnistas
Las consultas que no resultan
27 de Febrero de 2013
Orlando Muñoz Neira Abogado admitido en la barra de abogados de Nueva York
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De los libros que adquirimos para nuestra formación o actualización profesional, hay unos que ordinariamente llamamos “de consulta”, expresión que, siendo honestos, significa que no los vamos a leer en su integridad ni mucho menos inmediatamente, sino que esperamos examinarlos cuando tengamos alguna duda sobre las materias que el libro “de consulta” aborda. Además de ensanchar nuestra biblioteca, los libros de consulta son una especie de vademécum donde desearíamos encontrar, con facilidad, respuesta a inquietudes jurídicas que el trabajo cotidiano demanda o incluso una que otra cita para acicalar el texto de una providencia, una demanda, un alegato, etc.
Quienes producen este tipo de obras entienden que un atractivo ineludible para la potencial clientela es la cantidad de temas críticos que ellas abordan y por ello el índice, que, después del título, es tal vez lo que primero mira un eventual comprador, se muestra, casi siempre, suculento y atractivo. Incluso algunos alcanzan y hasta superan el grosor de una panela. El problema es que, en no pocas ocasiones, con los libros de consulta sucede lo mismo que con algunos restaurantes: tienen un menú con fotos de comida exquisita que una vez servida resulta ser un desabrido reflejo de lo que se ofrecía. En efecto, es triste toparse con libros de consulta que a lo sumo ofrecen una simple glosa de las normas que componen un código determinado y que, para no dar la apariencia de ser vacíos, transcriben un par de párrafos de lo que otros autores han opinado sobre equis asunto, pero sin dar ni una visión crítica de la institución jurídica comentada, ni mucho menos proponer soluciones concretas y admisibles a los problemas ordinarios que tales asuntos suscitan en la práctica jurídica.
Calcular la calidad de un libro de consulta por los autores citados en la bibliografía también puede resultar engañoso. Quien, sin profundidad en el estudio, quiere producir un libro de consulta fácilmente “vendible” en el mercado, sabe que un posible comprador evaluará esa mercancía por el listado de esos autores y hará lo posible por incluir aquellos más famosos en la respectiva área del conocimiento. Pero aquí también nos llevamos sorpresas desagradables. Para dar un solo ejemplo, es difícil no encontrar un libro de Derecho Penal general que no mencione a Kant; lo curioso es que la mayoría solo atine a repetir la misma cita de este autor: aquella en la cual este filósofo sostuvo que si una sociedad se disolviera “tendría que ser ejecutado hasta el último asesino que se encuentre en la cárcel”. Sin embargo, el resto de aportes que este autor ha dado a la ciencia jurídica se quedan en el olvido en esos libros en cuya consulta estábamos esperanzados.
Tal vez, en la producción de libros de consulta, el mejor termómetro es el que proviene de la experiencia. Cuando quien los escribe ha tenido que trajinar en el fragor de las dificultades interpretativas, o ha hurgado en carne propia el debate de casos reales y no simplemente imaginarios (o de infrecuente ocurrencia), cuando antes que suposiciones abstractas son los dilemas concretos sentidos por el autor la fuente primaria a la que este acude, hay mayor probabilidad de que el libro de consulta construido sobre esa base resulte ser más útil. Por supuesto que no quiero decir que solo al final de sus días pueda un autor confeccionar un buen libro de consulta, pero sí que hay una gran distancia entre aquellos que con mero ánimo comercial de vender crean una mercancía apenas atractiva por fuera pero vacía por dentro, y los que pretenden hacer avanzar a la ciencia jurídica dando su aporte sin miedo a plantear soluciones puntuales a cuestiones ciertas. En una palabra no es lo mismo producir libros en serie, a hacer obras en serio.
*Las opiniones de esta columna son exclusivas del autor y no representan la de su actual o anteriores empleadores.
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