ETC / Mirada global
Las ciudades libres: el futuro de la política en la era digital
20 de Enero de 2015
Daniel Raisbeck |
En una reciente controversia sobre un tema filosófico-jurídico en redes sociales, un profesor destacado escribió que solo los seres humanos podían ser “titulares de bienes jurídicos” por ser los únicos seres “racionales”. Bajo esta afirmación yace una de las creencias más arraigadas, pero también más arcaicas, en que los humanos insistimos con obstinación: la idea de que entre humano y animal existe una separación esencial, una diferencia que ni siquiera es de grado, sino de naturaleza. ¿De dónde viene esta creencia? No estoy seguro, pero sus raíces podrían estar en el postulado religioso de que el hombre es “el rey de la creación”. Combinada en la modernidad, por supuesto, con algo de cartesianismo: al fin y al cabo Descartes afirmó que los seres humanos son los únicos que tienen facultades racionales, mientras los animales no serían más que máquinas, meros autómatas.
Una mirada a la biología contemporánea bastaría para sacudirnos de esta ilusión. Y para ello no habría mejor guía que el ensayo The bonobo and the atheist del primatólogo holandés Frans de Waal. Hay traducción al español con el título El bonobo y los Diez Mandamientos (Tusquets, 2014). El libro se dedica a exponer los hallazgos hechos por la biología en un área fascinante: la moralidad en animales, la evidencia de que en diversas especies de animales, en particular en primates, existen patrones de moralidad que determinan sus conductas. Como advierte De Waal en una de las primeras frases del libro, “La moralidad no es una invención tan humana como creemos”.
Nacido en Holanda, en 1948, De Waal es uno de los más importantes primatólogos del mundo. Es profesor de la Universidad Emory de Atlanta, y pertenece a las academias de Ciencia de EE UU y Holanda. Su especialidad es el comportamiento social de los primates, y la manera como en ellos aparecen el conflicto, la cooperación y otras instancias de relación que usualmente llamaríamos interpersonales. Se ha interesado también en la evolución de la moral.
El bonobo al que se refiere el título del libro es el nombre de una especie de primates, una de las pertenecientes al grupo de los grandes primates. Dicha especie puede encontrarse únicamente en ciertas regiones de África. A primera vista, son muy parecidos a los chimpancés, y por ello durante mucho tiempo los observadores pensaron que eran la misma especie. Pero los bonobos, además de tener algunas diferencias morfológicas con los chimpancés, difieren de ellos en su conducta social. Los chimpancés son severos y jerárquicos; son machistas y xenófobos, ya que suelen rechazar con violencia a los miembros de otras manadas. Y no dudan en usar la violencia de modo organizado. Los bonobos, en contraste, exhiben una conducta mansa y bastante amorosa. Sirven, por lo tanto, según De Waal, para ilustrar que nuestro linaje no solo tiene elementos de fuerza y machismo, sino también de compasión y cooperación.
A lo largo del libro, De Waal expone una serie documentada de casos y evidencias que muestran como, tanto en los mamíferos como en otros primates, existen sentimientos e inclinaciones como la compasión y la empatía.
Ya en el siglo XVIII, David Hume y Adam Smith habían hablado por primera vez en serio de los “sentimientos morales”. Para estos pensadores, la raíz natural de la moralidad es una serie de inclinaciones naturales del ser humano, sobre todo su capacidad de sentir lo que se sentiría estar en la situación de otro (ponerse en los pies del otro). Ellos dieron el paso de conjeturar que la moralidad, en lugar de venir de códigos sobrenaturales o especulativos, emerge de las entrañas humanas mismas.
Hoy sabemos, gracias a la observación y a la evidencia, que en varias especies existen sentimientos e inclinaciones similares, con mayor o menor grado de desarrollo. En los mamíferos, y en particular en los grandes primates, la evidencia de empatía y compasión es bastante significativa.
Esto no quiere decir que entre ellos y los humanos no haya diferencia al respecto. El humano hace algo que el primate no hace, y es construir o aspirar a construir sistemas de moralidad complejos, coherentes, jerárquicos e incluso codificados. Pero ello no convierte al ser humano en el único animal capaz de llevar a cabo ejercicios morales. Cosa que debería empezar a ser considerada en las ciencias sociales y en particular en los estudios jurídicos, tan aislados como suelen ser de los avances de las ciencias naturales.
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