Columnistas
La tierra prometida (II)
16 de Octubre de 2013
Julio César Carrillo Guarín Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial.
|
Protestas, paros, verdades a medias, intereses económicos, intereses políticos…, un mundo de contrastes en el que el campesino pareciera ser apenas un pretexto para confrontar y el campo simplemente un “hermoso paisaje”; ignorando las historias de humanidad subyacentes.
Si partimos del supuesto que la obra es más que el artefacto, es decir, que la pintura vale no por el pincel, el lienzo y los colores, sino por la creación que con ellos se haga; la norma como artefacto –sin perder su valor– es apenas un instrumento para canalizar la obra de una vivencia de la tierra, cuya productividad reivindique a la persona que la trabaja, desde el crecimiento colectivo.
No se verá “la tierra prometida” y seguiremos otros cuarenta años dando vueltas al desierto, mientras continuemos pensando en posiciones de parte, en individualismos, en cómo sacar tajada, ávidos para criticar y con serias dificultades para proponer.
Desde lo laboral, si la obra, si la pintura de humanidad en el campo, revitaliza su propósito de promover y aplicar trabajo digno y decente, será necesaria la creatividad despojada de individualismos que, respetando la diversidad, posibilite “conexión de miradas” y “acortamiento de distancias”, mediante el fomento real y efectivo de la asociatividad donde ella sea viable, de la protección social, especialmente en materia de educación y seguridad social, del diálogo social (de palabra y en la acción), y del cumplimiento de mínimos relacionados con remuneración adecuada y estabilidad razonable.
Para esta revitalización de humanidad se requiere, entre otras medidas, un Ministerio del Trabajo que forme a empresarios e inspectores para promover proyectos empresariales cooperativos de campesinos propietarios, en sinergia con empresas que, con responsabilidad social, suministren asistencia técnica y aseguren mercado. Funcionarios que sepan distinguir, frente al principio de la primacía de la realidad, las verdaderas cooperativas de trabajo asociado (CTA) y las cooperativas agropecuarias, de las manipulaciones hechizas; con criterio para corregir y sugerir, antes que multar y desestimular fuentes de empleo.
Y si el campesino empresario, dueño de la tierra, o la CTA o la cooperativa gremial tienen trabajadores dependientes, hay que capacitar a esos pequeños empleadores para aplicar la ley laboral, enseñándoles y no fustigando sus errores, bajo el entendido de que a veces pareciera que en el campo “esas leyes como que no pegaron” y no hay quien fomente laboralidad. De suerte que, cuando aparece un empresario, lejos de aplaudir su esfuerzo, pareciera igualmente que la consigna fuera hacer más difícil su misión.
Será viable entonces, en esta perspectiva, que empresas agroindustriales lleguen a zonas donde el Estado no llega y que, en coordinación con los entes estatales competentes, bajo exigencias observables de desarrollo social
para prevenir tendencias egoístas, tejan lazos de interacción que dignifiquen al ser humano que trabaja la tierra, en unos casos apoyando al pequeño propietario en integraciones gremiales y, en otros, generando relaciones contractuales de trabajo conviventes y correctas.
En esta reflexión, habrá que incluir los trabajos de minería y explotación petrolera, para promover conciencia social de apoyo a las zonas de influencia, en términos no de pactos de supervivencia sino de construcción conjunta de desarrollo regional, tendiente a evitar la dependencia que causan y que en ocasiones genera el abandono del trabajo en la tierra, y a la vez motivando el esfuerzo de quienes se esmeran no solo por cumplir la ley laboral sino por enseñar a aplicarla.
En este panorama, es indispensable la transversalidad efectiva de un Estado que realice una transformación tecnológica del campo y promueva un sistema de seguridad social adaptado a lo rural para que sea posible no solo afiliar y pagar aportes, sino también una verdadera cobertura en salud y una actividad de las cajas de compensación y del Sena, con programas de intervención en la formación del ser y en la generación de oportunidades para adquirir vivienda digna.
¡Esa es la obra! No más pinceles y lienzos normativos; con los que hay es posible lograr la pintura laboral de “la tierra prometida”.
No somos perfectos, habrá errores… Lo que se requiere es una visión amorosa de la persona; un caminar armónico (Estado, sociedad y capital) y acciones que impliquen avances motivantes para ganar confianza.
En ello… Siempre habrá los que, aprovechando las imperfecciones se regodean con ellas para sus particulares intereses de figuración, sin sugerir, sin construir; pero quienes queremos apostarle al sueño de lo jurídicamente correcto, tendremos que tener el valor social de seguir insistiendo en una juridicidad laboral capaz de materializar el sueño de una tierra productiva, no tanto por el dinero que genere, sino por la realización humana que se coseche...
Que permita convencer a los violentos –si no de abandonar su perversidad–, por lo menos de respetar la pintura. Quién quita que algún día los hechos sanen los resentimientos crónicos.
Opina, Comenta