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Actualizado hace 7 hours | ISSN: 2805-6396

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ETC / Cultura y Derecho


La potencia impotente

07 de Noviembre de 2014

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Andrés Mejía Vergnaud

Analista político

andresmejiav@gmail.com

Twitter: @AndresMejiaV

 

 

Informan en televisión, mientras escribo esta columna, sobre el inicio de los ataques aéreos de EE UU a Siria, cuyo objetivo sería el señalado por Barack Obama: “degradar y destruir” al grupo conocido como Estado Islámico de Irak y Siria (Isis), el cual busca establecer un califato en la zona. La sensación que estoy seguro tienen muchos lectores es que, si bien coloquialmente es usual quejarse de que el mundo está muy complicado, esta vez parece ser verdad. Nuestras certidumbres se desvanecieron. Ni siquiera tenemos un orden tenso, pero estable y discernible, como el de la guerra fría. Tenemos, por el contrario, una buena cantidad de circunstancias que emergen y que tienen solo una cosa en común: no sabemos cómo entenderlas, y los líderes del mundo parecen no saber cómo manejarlas: la brutalidad de Isis, la agresividad de Putin, la asertividad china, el fortalecimiento de Alemania, entre otras. En este difícil contexto, hay otro suceso que parece extraño a quienes nacimos en el siglo XX: EE UU, a quien toda la vida vimos como una especie de garante de la seguridad -primero occidental y después mundial-, luce en todo este jaleo un tanto impotente.

 

Es una buena ocasión, entonces, para aquellas lecturas que nos hacen reflexionar sobre el papel de EE UU en el orden (o desorden) mundial. Y recuerdo con especial interés un texto de John Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago.

 

El texto, curiosamente, no es un tratado ni un largo ensayo: es una introducción. Es la introducción de Mearsheimer a los escritos de George Kennan publicados en el volumen American diplomacy. Cuando un grande como Mearsheimer hace una introducción, generalmente contiene dosis importantes de la filosofía de quien escribe, y no se limita a presentar al autor. Y además, generalmente lo que hace es establecer un diálogo con el autor principal. Por ello, esta introducción tiene valor en sí misma: porque es un diálogo entre Kennan y Mearsheimer.

 

Ya tuvimos la oportunidad de comentar aquí la obra de Kennan, el gran intelectual de la política exterior estadounidense. Comentamos su Fuentes de la conducta soviética, un clásico de la estrategia, pero también del análisis político y cultural. Hay dos aspectos del pensamiento de Kennan sobre los cuales se concentra Mearsheimer en su texto, y que son provocativos en estos tiempos de reflexión. Kennan tenía una visión muy crítica de la política exterior norteamericana, casi pesimista. Primero, porque al ser una democracia liberal, inspirada en ciertos principios constitucionales, orienta su política exterior hacia la expansión y consolidación internacional de dichos principios democráticos y liberales; y ello le hace cometer errores, pues las decisiones en política internacional han de tomarse de acuerdo con imperativos prácticos. En segundo lugar, y también por el hecho de ser una democracia, EE UU formula y ejecuta su política exterior sujeto a la volatilidad de la opinión pública y constreñido por el cortoplacismo. Esto, repito, es lo que pensaba Kennan. Y lo pensaba no solo de la política de su tiempo: creía que, por las razones explicadas, EE UU estaba condenado a equivocarse en política exterior. Lo había dicho Winston Churchill, con su acostumbrada ironía: EE UU siempre hace lo correcto en política exterior, pero solo después de haber agotado todas las demás alternativas.

 

Mearsheimer creía que Kennan se había equivocado en este diagnóstico: no hay evidencia, dice, de que el hecho de ser una democracia hubiera mermado la capacidad de EE UU en política exterior. Esto a pesar de que, como lo reconoce el mismo Mearsheimer, el factor de la opinión pública fue determinante en decisiones como la de ingresar o no ingresar a la Segunda Guerra Mundial. Pero en general, Mearsheimer ve unas motivaciones más pragmáticas en las decisiones norteamericanas. Y cree, además, que es el nacionalismo, y no la democracia, el verdadero determinante de los problemas y conflictos contemporáneos.

 

Es cierto que Kennan exagera un poco en su diagnóstico. Pero los sucesos contemporáneos sí parecen corroborar una de sus intuiciones: la prioridad que se da al corto plazo, a satisfacer las demandas inmediatas de la opinión pública, entendiendo su importancia en el mecanismo electoral que es central a las democracias. Hoy por hoy, resulta difícil imaginar que un presidente norteamericano pudiera tomar una decisión fuertemente contraria a las tendencias de la opinión pública, en particular en la forma como ellas se presentan en los medios. Las encuestas, los columnistas, los comentaristas y los programas de televisión parecerían a veces tener un peso mayor que el que tiene la consideración de los intereses nacionales.

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