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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 11 horas | ISSN: 2805-6396

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Obras del Pensamiento Político


La obra política de Tomás de Aquino

14 de Marzo de 2012

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Nota:
27155

 

David Armando Castañeda y Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

Twitter: @AndresMejiaV

 

El siglo XIII fue el punto culminante de un lento y accidentado proceso de constitución de la sociedad occidental después de la caída del Imperio Romano. Europa comienza a salir de su encierro geográfico y cultural y comienza a construir canales de intercambio con otros pueblos, especialmente con sus vecinos musulmanes, que ya mucho antes habían alcanzado su apogeo político e intelectual y más bien iban en camino a la decadencia.

 

Uno de los aportes intelectuales más importantes de la cultura islámica a la cultura europea fue la recolección de las obras de Aristóteles, y su estudio y profundización a partir de detallados comentarios ofrecidos por los pensadores más brillantes de la zona. El conocimiento que la Europa cristiana comenzó a tener de la obra aristotélica, de la que solo se había estudiado hasta entonces la parte lógica, generó una gran apertura a las ciencias como la física y la biología y fomentó el debate sobre la necesidad de establecer si era posible la compatibilidad entre las nuevas ciencias y la fe cristiana entonces dominante. La tarea de resolver este problema será asumida por uno de los pensadores más importantes de la historia occidental: Tomás de Aquino, nacido en 1225 (aproximadamente) y muerto en 1274.

 

En lo que nos concierne, vamos a hablar de la parte política del proyecto de Tomás. Tengamos en cuenta un antecedente: el siglo XIII es una época en donde los conflictos acerca de quién debería detentar el poder universal en Europa (si la Iglesia o el Imperio) están llegando a su fin, para darle paso a las incipientes monarquías nacionales que iban a adquirir en lo sucesivo un poder y una autonomía mucho mayores.

 

El tratado que vamos a analizar en lo que sigue sintetiza en términos las tesis políticas de Santo Tomás. Hablamos del tratado De regimine principum ad regem Cypri o De Regno traducido al español como De la monarquía. Fue escrito por encargo del rey de Chipre Hugo III, según la costumbre de la época de consultar a los pensadores más importantes en la aclaración de conceptos y temas de interés general; en este caso, Santo Tomás le explica al gobernante en qué consiste y cómo debe ser la monarquía. El autor solo alcanzó a terminar uno de los tres libros que tenía planeados para el tratado y el resto estuvo a cargo de uno de sus estudiantes.

 

Esto hace que la obra que presentamos en esta entrega sea muy corta en comparación con las demás que se han tratado anteriormente, pero también tiene la ventaja de ser mucho más específica en su temática política.

 

¿Por qué es necesario el gobierno?

La argumentación de Tomás tiene un fuerte trasfondo aristotélico que él se preocupa de sustentar también con citas bíblicas. Comienza con una exposición de la necesidad de que exista un gobierno: el ser humano, como todo ser natural, funciona buscando el fin que le es propio, en su caso, la felicidad. Ahora, alcanzar la felicidad por sí mismo es imposible, porque el individuo no tiene las herramientas naturales para la autosuficiencia aislada, por lo que necesita agruparse y para eso dispone del lenguaje, que le permite una gran cohesión social; por último, cada uno busca la felicidad según sus propias consideraciones y esto genera una diversidad que puede desembocar en conflicto si no está bien encauzada, por lo que se hace necesaria la existencia de un gobierno que ponga un orden a los distintos fines particulares y los encamine al bien común.

 

¿Cuál es el mejor modo de gobierno?

En este punto, la argumentación de Tomás se va alejando de su base aristotélica, y defiende la monarquía, y no la democracia, como el mejor modo de gobierno. Tal defensa recurre, por un lado, a la analogía con la naturaleza, en donde es usual ver el gobierno de uno sobre varios (la razón reina sobre los demás poderes del alma, el corazón sobre los demás órganos, Dios sobre las criaturas, etc.). Por otro lado, Tomás argumenta que, dado que la función del gobierno es mantener la unidad hacia el bien común, esta unidad es más fácil de mantener por uno solo que por muchos, ya que varios gobernantes pueden entrar en conflictos entre sí en la búsqueda de su interés particular. No obstante esto, nuestro autor entiende que los pueblos muchas veces prefieren los gobiernos aristocráticos o democráticos por temor a la tiranía, que es la peor forma de gobierno y que surge como corrupción del gobierno monárquico. De ahí que sea necesaria una teoría para el control de la tiranía.

 

Lo primero en esta teoría es un rechazo a la revolución por vía privada, ya sea en manos de un caudillo o de un movimiento; cita ejemplos históricos de cómo este tipo de cambios degeneraban en tiranías peores de las que eran destronadas. Las tres alternativas al control tiránico que él propone son: primero, el ejercicio de una autoridad superior al tirano, por ejemplo el imperio, que lo remueva de su cargo; segundo, un control público que no esté en manos de facciones privadas y que, en nombre de la multitud en su conjunto, ponga límites a la acción tiránica y le exija el cumplimiento de sus deberes; y tercero, una especie de autoexamen de los ciudadanos mismos bajo el principio de que el pueblo tiene los gobernantes que se merece y la tiranía puede ser un castigo divino por la falta de virtud de los que la padecen.

 

Pero la virtud del pueblo depende en gran parte también de la virtud de su gobernante, y hay que precisar en qué consistiría esta virtud. En este punto, Tomás se separa de nuevo de su maestro Aristóteles: no considera que la búsqueda de honor público sea el principio que deba guiar la acción política, aunque cree que es mejor que otros principios como la búsqueda de poder o riquezas por sí mismas. El principio que Tomás propone es el cumplimiento de la virtud y de la obediencia a Dios antes que la gloria frente a los demás. Esto implica que el gobernante debe actuar por el bien de sus súbditos con convicción plena y con el fin de servir a Dios antes de obtener beneficios terrenales para sí mismo. Es aquí en donde el poder eclesial tiene para Tomás un papel preponderante, como aquel al que están subyugados todos los poderes terrenales, pues, si bien el monarca es autónomo en el gobierno de su pueblo y está al servicio de la felicidad de sus dominados, su virtud y la dirección de su pueblo deben ir encaminadas según los preceptos religiosos representados por la Iglesia. No obstante esto, Tomás no descarta que pueda haber regímenes políticos virtuosos fuera de la cristiandad, siempre y cuando garanticen el bienestar común terrenal de sus súbditos.

 

El rey debe imitar a Dios en la medida de sus capacidades, sostiene Tomás. Esto quiere decir que, así como Dios ha dispuesto el universo de forma racional, también el gobernante debe ejercer su poder racionalmente, disponiendo lo que gobierna de la mejor manera posible. Si se trata del fundador de una ciudad (algo que no es muy común) debe, por ejemplo, asignar bien las funciones que los súbditos deben cumplir para alcanzar el bien común o buscar una buena distribución de los recursos naturales. Cuando gobierna, debe preocuparse por buscar que sus ciudadanos puedan vivir virtuosamente y debe conservar el orden y la paz internos para bien de sus ciudadanos, así como también procurar que su pueblo mejore cada día más.

 

Para lograr estos fines, hay tres presupuestos básicos que prescribe el autor: primero, la garantía de ciertos bienes materiales que permitan el bien común que debe procurar el gobernante; segundo, unos mecanismos de castigos y recompensas que garanticen la paz interna y que hagan que el bien común no se vea truncado por intereses mezquinos dentro del pueblo mismo; por último, la garantía de defensa frente al peligro que representan los enemigos externos, lo cual implica una confianza general en el monarca.

 

Las tesis de Tomás han tenido una fuerte repercusión a lo largo de la historia y son la base del catolicismo social contemporáneo, especialmente desde la reivindicación del tomismo por el papa León XIII en el siglo XIX. Sin embargo, el imperativo de buscar que los gobiernos estén al servicio de los gobernados y la preocupación por mecanismos efectivos de control también son comunes a varias posturas que buscan las bases de un orden político justo y racional, independientemente de los desacuerdos acerca de los principios que fundamenten tal orden.

 

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