La novela casi colombiana de Sergio Ramírez
27 de Marzo de 2015
Juan Gustavo Cobo Borda
Nacido en Nicaragua en 1942, el novelista y cuentista Sergio Ramírez acaba de obtener el premio Carlos Fuentes. Precisamente Carlos Fuentes, cuya novela La muerte de Artemio Cruz (1962) fue de las primeras que marcarían su rumbo como narrador, al fusionar historia con ficción, documento con invención, ilusión con realidad.
En otro plano, dos figuras de su patria han sido decisivas: el poeta Rubén Darío, cuyos versos memorizó de niño y que hoy sigue citando, y el general César Augusto Sandino, al cual asesinaría el viejo Anastasio Somoza en 1934, luego de Sandino haber depuesto las armas.
Estos cruces llevarían a Ramírez a luchar contra el clan Somoza, dueño absoluto de su país con el respaldo de EE UU, hasta derribar al último de ellos, Anastasio “el malo”, al cual derrocaría el movimiento sandinista y de cuyo gobierno sería Ramírez vicepresidente. Pero la literatura triunfaría sobre la política y de allí surgiría Margarita está linda la mar (1998), donde reúne los hilos de Darío y Somoza.
Porque Darío, en un abanico, había dedicado una décima a Salvadora Debayle, mujer futura del viejo Somoza y hermana de la también célebre Margarita.
Otra novela de Ramírez, El cielo llora por mí, es casi colombiana. Los que fueron guerrilleros sandinistas en la clandestinidad son ahora miembros de la oficina de narcóticos de la policía, y el inspector Dolores Morales y el subinspector Bert Dixon tendrán que afrontar un caso con cadáver de mujer, barco desmantelado y un escenario vibrante y de mal gusto: la nueva Managua de pollos rostizados donde delincuentes cínicos y sudorosos cobran sus deudas a balazos y persiguen en carros de alta gama.
Pero no se trata solo de excursiones turísticas por Centroamérica de los miembros del cartel de Cali para eludir presiones de la DEA y policías locales, sino una más sustanciosa cita de negocios con el cartel de Sinaloa.
Pero lo que atrae y seduce son evangélicas que hacen la limpieza o exmonjas que ahora ocupan altos cargos en la policía y resultan más perspicaces e inteligentes que los sabuesos masculinos. También aparecerán divertidas adúlteras cuyos maridos cornudos ayudarán a capturar malhechores.
Todo un desfile incesante que es necesario leer y disfrutar. Calles cerradas, nuevas avenidas, urbanización sin nomenclatura, personajes ambiguos con los teléfonos claves en el celular, bombas de gasolina para una precipitada comida chatarra: la trama se enreda cada vez más y en los casinos corren el licor y las fichas. La nueva Latinoamérica que ya hemos visto retratada en las novelas brasileñas de Rubem Fonseca, en la última de Mario Vargas Llosa, en la preocupación del papa Francisco con la cartelización mexicana de Argentina.
El inspector Morales, con su cuaderno escolar y su prótesis en la pierna izquierda, trata de comprender el enredo, al filosofar y ver asesinado a su amigo Dixon. Pero antes oiremos hablar de camisetas hechas en Medellín, cadáveres arrojados en Sipaquirá (con s) y aviones y avionetas repintados en los hangares del aeropuerto de Cali. Y, como si no fuera suficiente, Juanes canta en Coral Gables “Tengo la camisa negra”.
Pero también está el laberinto de sociedades anónimas registradas en “los paraísos fiscales de Bahamas, Grand Canyon, Barbados, Curazao, Granada, Panamá, sociedad que tenían por domicilio bufetes de abogados y por socios a las secretarias, contadores y mensajeros de esos mismos bufetes” (p. 121). ¿Les suena conocido? Después del triunfo de la revolución en 1979 hasta su derrota electoral en 1990, la épica revolucionaria contra el imperio y los contras ha dado paso a la picaresca de la astucia, con brío y desenvoltura. Negocios, negocios turbios.
La droga venció a la ideología y la corrompió hasta el fondo, y así la oficina de la DEA en Bogotá reporta barcos que parten de Turbo, en el Urabá antioqueño, rumbo a Nicaragua, en rutas que se disputan guerrilleros, paramilitares y nuevos mafiosos con teléfonos satelitales. Estos son los renovados clanes familiares que con tanto ingenio y humor ha recreado Sergio Ramírez, en sus voces, arcaísmos e ilusiones fugaces. Pequeños seres que mienten y medran, en ronda perpetua en torno al poder y al dinero. El viejo desafío que afronta la novela, género todavía vigente para develar la historia de nuestras naciones.
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