Curiosidades y…
La naturaleza humana
03 de Febrero de 2012
Antonio Vélez Especial para ÁMBITO JURÍDICO
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Uno de los problemas centrales de la filosofía ha sido el de comprender y explicar la naturaleza humana. Desde Platón se entendía así: “La naturaleza humana es como un texto difícil cuyo sentido tiene que ser descifrado por la filosofía”. Los empiristas ingleses descifraron el complejo problema de una manera muy fácil, pero incorrecta: nuestra mente al nacer es una pizarra vacía, tábula rasa sobre la cual nuestras experiencias particulares van escribiendo el texto personal, y así determinan nuestro yo. Marx y sus seguidores postularon, pensando con el deseo, que la naturaleza humana no posee estructura alguna: somos al nacer arcilla blanda que luego las fuerzas socioeconómicas la moldean.
En el fondo, afirmaciones “autorizadas” como estas no han pasado de ser opiniones sin respaldo experimental; discursos coherentes, pero sin ningún apoyo empírico, huecos; introspecciones de pensadores arrellanados en sus poltronas, explorando sus almas por medio del pensamiento desnudo, entretenidos en el vicio solitario de pensar. Y orgullosos de su actividad, hasta el punto de creer que ellos solos son los encargados de descubrir tales misterios.
Sin embargo, fueron otros hombres con menos pretensiones, ocupados más en observar las conductas animales que en reflexionar sobre su propia condición, los primeros en señalar, con la teoría de la evolución como herramienta de pensamiento, que el comportamiento humano comparte elementos observables en otras especies. Esos pacientes observadores descubrieron que, en virtud de nuestro pasado zoológico, conservamos todavía un amplio conjunto de residuos irracionales, difíciles de superar: egoísmo empedernido, nepotismo generalizado, rechazo natural al incesto, agresividad exagerada como respuesta ante la competencia, tendencia a conformar organizaciones jerárquicas lineales, territorialidad anacrónica, incómodas raíces xenofóbicas y una indeseada propensión a elegir roles sociales de acuerdo con el sexo. En resumen, fueron explicados por primera vez -mas no justificados- los pecados originales del Homo sapiens.
Esos mismos científicos descubrieron que nuestro sistema cognitivo posee rasgos propios de la especie, atesorados en siglos de evolución, y que fue diseñado con miras a interpretar el mundo de una manera apropiada a sus características biológicas. Lo que empezó como elucubración mental el etólogo Konrad Lorenz lo convirtió en ciencia natural. Se entendió al fin la forma como la mente establece categorías, abstrae y crea el mundo platónico de los prototipos o ideas. Igualmente, se descubrieron numerosos hechos notables en relación con algunos juicios innatos y con ciertas conductas preprogramadas, aunque modificables, a veces, por medio de las influencias culturales: lo bueno y lo malo, lo agradable o no al paladar, al olfato y al oído, lo bello y lo feo, ciertos temores ancestrales (a la oscuridad, a las serpientes, a las alturas) y multitud de sesgos cognitivos que nos deforman el buen entendimiento del mundo. Es decir, se encontró que estas formas de comportamiento no eran totalmente aprendidas, como siempre lo había considerado nuestra intuición, sino que eran guiadas desde un núcleo subconsciente, forjado en la larga historia de nuestra evolución zoológica.
En síntesis, fueron los etólogos los primeros en señalar que en las almas de los hombres quedan todavía importantes residuos animales, herencia que explica un gran número de nuestras contradicciones. Los componentes irracionales de nuestros juicios y acciones. Sinrazones que habían permanecido ocultas a las mentes brillantes de todos aquellos que se ocuparon del tema. Y como consecuencia inesperada de esos trabajos, el estudio del comportamiento humano pasó a formar parte de la biología.
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