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Actualizado hace 7 minutes | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


La muerte

15 de Febrero de 2011

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Antonio VélezAntonio Vélez M.

La muerte es una necesidad y, a la vez, una consecuencia de la vida. Porque sin la muerte no habría evolución, y sin evolución no existiría la vida. El gran descubrimiento de la vida fue la muerte, paradoja cruel. La vida significa desafíos: aquellos individuos que no los superen desaparecen sin dejar copias de sus flaquezas, porque la evolución se aprovecha de los débiles para fortalecerse; siempre perfeccionista, castiga sin piedad  las imperfecciones. Por eso somos herederos de los más fuertes, capaces de superar los severos requisitos del entorno. Y así floreció la vida sana; sin embargo, tarde  o temprano -aunque, a veces, más temprano de lo deseado- la muerte gana la batalla. Aunque la vida se burle a veces de la muerte, esta ríe de última, siempre.

 

La vida es complejidad materializada, y el precio que debe pagarse por navegar a contracorriente de la entropía es el deterioro y la muerte. Son efectos secundarios inevitables. Porque la complejidad establece un equilibrio precario, siempre en el filo de la cuchilla; cuando se rompe, es inevitable el deterioro funcional y, con él, sus temibles consecuencias: vejez, enfermedad y muerte.

 

Indefectiblemente, llega el momento en que las fuerzas del desorden priman sobre las del orden, y los organismos entregan su patrimonio biológico para que otros se formen a partir de ellos. Una típica carrera de relevos. Michel de Montaigne se nos anticipó: “Tu muerte forma parte del orden del universo, es parte de la vida del mundo, es la condición de tu creación… Deja lugar para otros, como otros lo dejan para ti”. La muerte, reconozcamos, desempeña un papel higiénico, pues limpia el espacio para facilitar el reciclaje de la vida. Carroñera antipática pero útil. Y su recurso infalible es conducirnos al callejón sin salida de la vejez. Asesina lenta, sádica y silenciosa, que termina imponiendo su voluntad. Al morir nos disolvemos en el espacio y nos esfumamos en el tiempo: nuestras moléculas se desperdigan por ahí, sin rumbo fijo, al garete; algunas terminan conformando nuevos seres vivos. Una especie de vida eterna que poco nos tranquiliza.

 

La vida necesita de la muerte para reciclar sus productos y generar más vida. Destruye para construir sobre sus ruinas. Eterno reciclaje. Sin el atento control de la muerte, la vida terminaría por reventar el Planeta, por ahogo, por insuficiencia de recursos, gracias a su exuberante fecundidad, a sus múltiples artimañas para crecer y propagarse. La muerte, entonces, constituye el freno natural a los desenfrenos de la vida.

 

El miedo a la muerte es un temor ancestral; por eso nos afanamos por ganarle la batalla, aunque nuestra vida particular se haya convertido en una tragedia. La vida es creativa, recursiva, e igual lo es la muerte. La vida inteligente hace esfuerzos por salvarse e inventa la medicina y, en su desespero, la oración como anestesia para el alma. Esfuerzos vanos: Tanatos gana siempre la partida final.

 

Desde tiempos inmemoriales, los humanos hemos soñado con la eterna juventud. Se han ensayado bálsamos rejuvenecedores, ungüentos para la tersura de la piel erosionada y todas las ingeniosas ocurrencias de la imaginación para alejar la vejez y desterrar la muerte. Alegrías pasajeras, porque el cronómetro biológico sigue marchando imperturbable por debajo de la piel estirada, a su propio ritmo, indiferente a todos los superficiales esfuerzos humanos. A la larga, todo resulta infructuoso.

 

Nos da dificultad aceptar que un día moriremos y todo acabará, sin ninguna prolongación diferente de la del reciclaje biológico. Y entonces, ¿a qué vinimos a este mundo? Nuestra mente está bien acostumbrada a que todo lo conocido sea parte de una secuencia continua, y se niega a aceptar aquellas cadenas que se interrumpen de modo abrupto. Por eso la discontinuidad que significa la muerte riñe con nuestro sentir más profundo, nos desconcierta y nos llena de amargura. Entonces inventamos el más allá. Otra vida, eterna y placentera, reconfortante para muchos, libre de las limitaciones de todo lo material. Vana ilusión.

 

En fin, tantos esfuerzos para que la muerte destruya en un segundo lo que tardó años en construirse, para convertirlo en pura nada.

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