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Actualizado hace 10 hours | ISSN: 2805-6396

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ETC / Cultura y Derecho


La historia árabe, en una superproducción

13 de Febrero de 2015

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com  

Twitter: @AndresMejiaV

 

Falleció recientemente el rey Abdullah de Arabia Saudita. Vimos por televisión a los muchísimos miembros de su familia real reunirse para despedirlo. Asistieron también al sepelio los representantes de otras monarquías del Golfo Pérsico, todos ellos con prendas que simbolizan la pertenencia a su tribu. Esas tribus, hasta hace 90 u 80 años, eran beduinos que trashumaban por el desierto de Arabia, y hoy, gracias a la riqueza petrolera, viven entre lujos y excentricidades. Como los que ostenta el príncipe Alwaleed bin Talal bin Abdelazziz al Saud, miembro de la familia real saudita, y quien viaja por el mundo en un jumbo 747 configurado para uso personal.

 

La complejidad de esos órdenes dinásticos es igual o mayor a la complejidad de las fronteras del Medio Oriente. No de las fronteras entendidas como líneas, pues ellas son relativamente fáciles de contemplar en un mapa. Tras esas líneas existen las verdaderas fronteras y los verdaderos flujos y lazos humanos, que muchas veces pasan por encima de aquellas: lazos de familia, de tribu, de comercio; rivalidades ancestrales, y lealtades religiosas. Su historia no es fácil de entender. Pero ese estudio puede ser bien auxiliado por una fabulosa obra cinematográfica, una de mis favoritas, de hecho: Lawrence de Arabia, estrenada en 1962, y dirigida por el británico David Lean.

 

David Lean era un hombre de superproducciones. Lo suyo no eran las películas modestas. La historia lo recuerda como uno de los mejores directores de cine. Y lo recuerda por las megaproducciones que nos dejó: además de la ya mencionada, se destacan Puente sobre el río Kwai, Pasaje a la India y Doctor Zhivago. En las obras de Lean siempre hay paisajes sobrecogedores, escenografías ambiciosas y elencos en los que el director parecería haber escogido a todos los grandes actores de su época.

 

Lawrence de Arabia es paradigma del estilo de Lean. ¿Actores? Nada más que Peter O’Toole (como Lawrence mismo), Omar Shariff, Anthony Quinn y Alec Guiness. ¿Paisajes? Las impresionantes escenas del desierto. ¿Escenografías? Los cuarteles británicos en El Cairo.

¿Cómo nos ayudaría esta película a entender la historia reciente de los árabes?

 

Lawrence de Arabia cuenta la historia de T. E. Lawrence, joven arqueólogo y oficial del Ejército británico, quien, durante la Primera Guerra Mundial, fue asignado a los cuarteles que los británicos tenían en Egipto. En esta guerra, recordemos, el Imperio Otomano o Turco, que dominaba la mayor parte de lo que hoy conocemos como Medio Oriente, tomó partido con los imperios Alemán y Austro-Húngaro contra Inglaterra, Francia y Rusia. Lawrence fue enviado al Medio Oriente, pues, como joven académico, había realizado numerosas investigaciones arqueológicas en la región, y tenía facilidad para entender sus culturas y sus lenguajes.

 

No era, sin embargo, una persona fácil. Genial, introvertido y caprichoso, resultó un tanto insumiso en la estructura del Ejército. Su inteligencia y su sinceridad le mantenían al borde de la insolencia.

 

Pese a lo anterior, Lawrence fue escogido para una de las misiones más intrépidas planeadas por los británicos: la de promover una rebelión de los pueblos árabes contra el Imperio Otomano. Lawrence viajó a lo profundo de la península arábiga y, sorteando las dificultades naturales, logró hacer amistad con varios jefes tribales, y convencerlos de rebelarse contra los turcos. Uno de esos jefes era el emir Faisal, quien llegaría a ser luego rey de Siria y de Irak. Faisal pertenecía a la tribu hachemita, la misma de la actual casa real jordana.

 

La experiencia de Lawrence con los árabes tuvo un desenlace agridulce. Para empezar, en una ocasión Lawrence fue capturado por un jefe turco, quien lo torturó y, se sospecha, lo violó sexualmente. La rebelión finalmente triunfó en su propósito, y las tribus árabes tomaron la ciudad de Damasco. Pero el desenlace decepcionó a Lawrence, quien llegó a soñar con que las tribus emancipadas se harían dueñas de su propio destino. No contaba con dos factores. El primero, las tribus no estaban organizadas ni concientizadas de ese propósito; sus rivalidades y sus intereses de corto plazo prevalecieron sobre el propósito independentista. Ahora bien, no habría que juzgarlas por ello: su modo de vida nómada, al que tenían derecho, no necesariamente armonizaba con el establecimiento de entidades políticas fijas.

 

Pero había un segundo factor, un tanto más siniestro: los británicos y los franceses ya habían hecho planes a puerta cerrada. Habían trazado fronteras para el mundo árabe, y se las habían repartido en zonas dominadas por Francia y por Inglaterra. Estos pactos fueron conocidos como el “Acuerdo Sykes-Picot”. Ellos sembrarían la frustración, y la semilla de conflictos futuros.

 

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