Crítica literaria
La Guajira y la literatura
25 de Marzo de 2013
Juan Gustavo Cobo Borda |
Los orígenes míticos de La Guajira se remontan a pescadores de perlas como los mencionados por Juan de Castellanos, entre otros cronistas de Indias. Piratas ingleses como Sir Francis Drake o William Dampier, y contrabandistas de las Guayanas o fugitivos escapados del penal francés de Cayena. “La salmuera humana del Caribe”, como la llama Gabriel García Márquez en La Cándida Eréndira (1972) añadiendo misioneros españoles, desde la época colonial, que capturan jóvenes para volverlas novicias en sus conventos, y salvarles el alma, bautizándolas. Indios y negros, y muchos holandeses. Aún hoy se reúnen unos 70 descendientes de esas familias para mantener sus tradiciones. “La gente del Caribe tenía la virtud de cambiar de naturaleza para embolatar a los gringos”, dice García Márquez, y añade, refiriéndose a los también míticos contrabandistas, “que eran hombres de fiar y los únicos capaces de aventurarse bajo el sol mercurial de aquellos yermos de salitre”.
Allí en Riohacha, el Hay Festival proyectó su actividad, con el apoyo del Cerrejón y el Banco de la República, para hablar de La Guajira en la literatura colombiana. Los resultados fueron sorprendentes. Obligaron a remontarse a Jorge Isaacs, a quien Marco Palacios, nuestro más sólido historiador, ha llamado en el comprensivo ensayo sobre el poeta, novelista, político y negociante, “romántico de lo práctico”, “caballero sin reposo”, que llegó hasta estas regiones, descubrió las hulleras del Cerrejón, se bañó en las aguas de Aracataca, estudió geografía y lenguas indígenas y fue anatemizado por Miguel Antonio Caro quien lo acusó de “darwinista”.
Pero Isaacs, al contrario de Caro, había ido más allá del centralismo bogotano y encontrado un país más ancho y diverso. Lo que hoy en día, en un informe del Cerrejón del 2012, muestra cómo la población de La Guajira es en un 45 % indígena (wayúu, kogui, wiwa, arhuaco) y un buen número de ellos se concentran en Uribia, capital indígena de Colombia. Ellos, junto con mestizos, blancos, afrocolombianos, pueden encontrarse a sí mismos, en el espejo de la literatura. En la novela de Eduardo Zalamea Borda, quien durante cuatro años había vivido allí, trabajando en las salinas y que el periódico La tarde publicó en 12 entregas con subtítulos tan sugerentes como este: De los 12 besos que se deben dar a una mujer solamente valen los 10 primeros y los 2 últimos. Era en junio de 1930 y luego, ya en forma de libro y con el título Cuatro años a bordo de mí mismo fusionó sus lecturas de la modernidad literaria (Woolf, Joyce) con el horizonte desértico y los dramas humanos en medio de “los vientos eternos de La Guajira”. Espacio sin fronteras, donde la ley surge de sus propios habitantes, en instituciones tan válidas como el palabrero wayúu que con solo oír y dialogar resuelve conflictos, en la libertad de esos hombres bravíos que supieron vivir en tan ásperas condiciones, con sus mujeres y sus chivos.
Ahora que las editoriales tradicionales como Norma-Carvajal y Benjamín Villegas Editores cancelan todos sus programas de novela, poesía y crítica literaria, fue oportuno el lanzamiento en Riohacha, en ese Hay Festival Guajira, de una primera novela gráfica sobre Gabo: Gabo, memorias de una vida mágica (2013), donde Óscar Pantoja, Miguel Bustos, Felipe Camargo, Tatiana Córdoba y Julián Naranjo, en una cuidada edición de Rey Naranjo Editores, dibujan y escriben este logrado cómic, por así decirle, de 170 páginas, para narrarnos, en papeles de diverso color y dibujos evocativos y ágiles la vida y los libros de este hombre. Que fue concebido en Riohacha, en la luna de miel de sus padres, y que en El amor en los tiempos del cólera recorre, pueblo por pueblo, el viaje de su madre, Luisa Santiaga, por La Guajira y sus parientes, burlándose, por telégrafo, de la distancia y olvido de un pretendiente, Gabriel Eligio, que el coronel Nicolás Márquez, por ser telegrafista y luego pretender ser homeópata, fracasando en todo, no consideraba digno de su hija. El futuro padre del hoy universalmente famoso Gabo.
En todo caso, aquí está la nueva forma de mirar-leer a García Márquez, cuando incluso en la China, en el 2011, se publica la versión autorizada de Cien años de soledad, alcanzando un millón de ejemplares. Como buen trashumante guajiro, Gabo llegó muy lejos, atravesó fronteras y brindó la magia de su mundo en todas las lenguas, a lectores fascinados por esta comarca singular y creativa de la geografía colombiana.
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