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Actualizado hace 6 hours | ISSN: 2805-6396

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Reflexiones


La celebración de la independencia: espectáculo y reflexión

15 de Febrero de 2011

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Jorge Orlando Melo

Jorge Orlando Melo

Especial para ÁMBITO JURÍDICO

www.jorgeorlandomelo.com

 

 

Cuando se celebraron 100 años de la independencia de Colombia, todavía estaba muy vivo el recuerdo de la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, los grandes desastres que había sufrido el país. Entre 1904 y 1910, los dirigentes políticos trataron de encontrar una salida a la crisis nacional, que pareció encontrarse con la reforma constitucional de 1910, la cual, al permitir la elección de liberales al Congreso, empezó a enseñarles a los colombianos que, para que exista la democracia, no basta el gobierno de las mayorías, sino que es indispensable reconocer y respetar los derechos de las minorías.

 

Este cambio y el auge del café ofrecieron una promesa de desarrollo económico y de relativa paz, que en gran parte se cumplió: Colombia vivió desde entonces casi 50 años de paz y las décadas de mayor crecimiento económico de su historia.

 

Las conmemoraciones subrayaron entonces la visión oficial: la promoción de la unidad, las virtudes de la tolerancia política y la promesa de progreso, y promovieron una versión de la historia nacional muy elitista, conservadora pero republicana, católica pero modernizante: la historia de Henao y Arrubla.

 

Las celebraciones del 2010 fueron más modestas, sin cambios constitucionales ni grandes acuerdos, y no tuvo el gobierno el entusiasmo ni la coordinación para hacer un esfuerzo de propaganda ideológica y nacionalista como el de 1910.

 

Además, los historiadores de hoy son muchos y más profesionales, y no se unen fácilmente a idearios oficiales.

Por esto, las conmemoraciones recientes tuvieron cierto aire pluralista y desordenado. Mientras las celebraciones masivas promovidas por el Gobierno nacional o ciudades como Bogotá se concentraron en espectáculos, con un mensaje cívico que no importaba a quiénes iban a oír un concierto o a ver soltar unos globos, hubo, inesperadamente, un trabajo amplio, silencioso y sólido de varias instituciones.

 

Por ejemplo, el Museo Nacional, la Biblioteca Nacional y la Luis Ángel Arango hicieron en los últimos dos años una decena de magníficas exposiciones, con catálogos muy completos. La Nacional y la Luis Ángel pusieron en internet un volumen inmenso de fuentes –casi toda la prensa de la época, por ejemplo- que ahora pueden consultar los estudiosos en cualquier parte del país o el mundo. 

 

El Ministerio de Educación, en vez de promover un mensaje oficial, estimuló la reflexión sobre la enseñanza de la historia y entregó a todas las escuelas y colegios una rica colección de materiales (11 tomos de documentos y estudios y decenas de películas), para promover el análisis de la independencia y enseñar a los niños a hacerse preguntas históricas y a buscar respuestas en las fuentes mismas.

 

Al revisar lo publicado con ocasión del bicentenario, sorprende la calidad y la cantidad de los trabajos de investigación. La Universidad Industrial de Santander y el Externado de Colombia, en especial, hicieron un trabajo ejemplar, planeado hace años, que permitió editar decenas de obras, que no sería posible mencionar aquí, en las que se publica una amplia documentación inédita o desconocida, o los resultados de años de investigación de estudiantes y profesores.

 

La comisión del Gobierno nacional apoyó encuentros de alto nivel entre investigadores y publicó un libro, Historia de la Independencia de Colombia, con un excelente texto escrito por los mejores historiadores y coordinado por Armando Martínez, aunque algo desvirtuado por una edición pretenciosa, que convierte un libro que debió ser para leer en una obra de lujo inútil, y por un prólogo del presidente Álvaro Uribe lleno de tantos errores factuales, que debió ser escrito en los momentos más difíciles del fin del gobierno, sin tiempo para revisar.

 

Como no puedo mencionar todos los buenos libros publicados, me limito a señalar que las obras de Armando Martínez, María Teresa Calderón y Clement Thibaud, Jairo Gutiérrez o Daniel Gutiérrez, entre otros, se basan en una sólida documentación, están muy bien escritas y ofrecen interpretaciones de la independencia que abren nuevas perspectivas para el análisis de la época. Al leerlas se ve el buen nivel del trabajo histórico en el país y se comprueba que, aunque no se hicieron grandes obras, las celebraciones fueron productivas, precisamente en lo que más importa: reflexionar, pensar y debatir sobre nuestro pasado, para entender algo mejor el presente.

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