Cultura y derecho
Kennan el observador, el analista, el estratega
28 de Diciembre de 2012
Andrés Mejía Vergnaud Twitter: @andresmejiav |
Se publicó en junio de este año una nueva edición del clásico American diplomacy, volumen que recoge escritos y conferencias de George Kennan, diplomático, intelectual, pensador, y sobre todo observador analítico.
Durante toda la segunda mitad del siglo XX, Kennan hizo el envidiable papel de gran intelectual de la política exterior y la diplomacia norteamericana. Por supuesto no todas sus recomendaciones fueron atendidas. Tal vez ni siquiera de modo completo e integral la más importante de todas, la famosa política de “contención” de la Unión Soviética y de sus intenciones geopolíticas..
Kennan inició su carrera diplomática muy joven, en 1925, a la edad de 21 años. Había estudiado en la Universidad de Princeton. En 1929 volvió a la universidad, esta vez a la de Berlín y a su célebre Instituto de Estudios Orientales. Seguramente allí aprendió la técnica de ir hasta las más profundas raíces para analizar problemas y tendencias de política exterior y de diplomacia. Para muchos, estos asuntos no van más allá de la superficie: sus análisis se quedan en la mera especulación de intenciones, y la reseña de noticias ocurridas en el pasado muy reciente. Kennan vendría a establecer un patrón diferente.
¿Cómo lo hizo? En 1946, cuando trabajaba como analista en la embajada de EE UU en la Unión Soviética, recibió una solicitud rutinaria: enviar un cable que explicara el comportamiento reciente del gobierno soviético, en aquellos días en los que empezaba la Guerra Fría. Seguramente el remitente esperaba una breve respuesta con simples referencias a los hechos de la postguerra inmediata: no se acostumbraba más en la respuesta a estas solicitudes ordinarias. Obtendría sin embargo algo muy diferente.
Kennan envió como respuesta un cable que pasaría a la historia de la diplomacia y del análisis político con la denominación “el largo telegrama”. En cerca de 8.000 palabras, hizo un profundo análisis, no solo de la conducta del gobierno soviético, sino de las raíces y las causas de esta. Analizó el marxismo-leninismo, y en particular su variante soviética. Estudió el modo como el partido bolchevique llegó al poder, y cómo fueron los primeros años de su gobierno.
Analizó la transición de Lenin a Stalin, y las diferencias entre ellos. Detalló el modo como el comunismo había cambiado a la sociedad, y examinó el modo como esos cambios habían condicionado una cierta estructura gubernamental, una cierta manera de organizar el poder público que difería en esencia de lo que se conocía en el mundo. No dejó atrás Kennan el estudio de cómo las tradiciones propias de la Rusia profunda habían condicionado la recepción del comunismo.
Kennan usó estas bases para explicar la conducta de los soviéticos. En lo relativo a la política exterior, había que entender que en el sistema soviético se había establecido una especie de monopolio de la verdad en cabeza del partido comunista y de sus líderes, cuyas disposiciones habían de considerarse infalibles: Rusia era la punta de lanza de la revolución proletaria, y cualquier planteamiento que difiriese de las ideas del Partido no podía provenir más que de una conspiración burguesa internacional. Este factor, establecido pocos años después de la revolución por la necesidad de sostenerla, se volvió núcleo y fibra del Estado. En consecuencia, según Kennan, los integrantes de este “son poco abiertos a los argumentos de razón que les lleguen de fuentes exteriores”.
Lo anterior cambiaba la naturaleza del intercambio diplomático, ya que los líderes soviéticos estaban predispuestos a ver en las palabras de sus contrapartes una intención conspiradora. Las palabras no les convencerían: “los representantes exteriores no pueden esperar que sus palabras tengan impacto en ellos [los soviéticos]”. Por lo anterior, la clave para negociar con los soviéticos estaría en los hechos: las palabras tendrían que estar respaldadas por realidades contundentes.
Nació así la idea de la “contención”: la política exterior norteamericana no debía dirigirse hacia la destrucción del comunismo, sino a contenerle en su ámbito ya ganado y a contener su expansión. En manos de políticos más mediocres, esta idea dio origen a numerosos errores. Pero también a aciertos en otros casos. La crisis de los misiles de Cuba se resolvió por esa vía: un intenso intercambio diplomático respaldado por hechos concretos, en tal caso una “cuarentena” naval sobre Cuba.
El “largo telegrama” fue luego convertido por Kennan en un artículo para la revista Foreign affairs, publicado bajo el seudónimo X. Tal artículo se reproduce en el volumen American diplomacy, y su lectura no perderá vigencia.
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