14 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 2 hours | ISSN: 2805-6396

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ETC / Crítica Literaria


John Berger

29 de Mayo de 2015

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Juan Gustavo Cobo Borda

 

 

Nacido en Londres en 1926, John Berger estudió pintura en la Central School of Arts, pero muy pronto sus intereses se ramificaron. Así lo atestigua uno de los últimos libros en español: La apariencia de las cosas (Barcelona, Gustavo Gili, 2014). Allí está el narrador, el crítico de arte, el dibujante, el activista que todavía se define como marxista y el comentarista cultural que en semanarios como New Statesmen o New Society traza perspicaces retratos de figuras como Walter Benjamin o Le Corbusier, del escultor Zadkine o del revolucionario Victor Serge. Hay también un agudo ensayo sobre el pintor Fernand Leger, el primero que miró hacia el futuro fijándose en la mecanización de las ciudades del siglo XX. Los obreros trabajando con sus herramientas. Martillos y cables. Vigas y estructuras metálicas.

 

En un momento dado, dejó su Inglaterra natal y se fue a vivir a Los Alpes, a la Alta Saboya, donde mide la lenta extinción del campesinado europeo, en una conocida trilogía novelística.

 

Pero ese aislamiento no lo aleja del mundo. Viaja a Ramala y allí dibuja la resistencia Palestina como lo testimonia su libro Con la esperanza entre los dientes (Alfaguara, 2010) con los poemas de Nazim Hikmet, el poeta turco, o los del argentino Juan Gelman. Ese mundo más amplio e interconectado le permite escribirse con el subcomandante zapatista Marcos e intentar crear núcleos de resistencia contra el capitalismo triunfante y el consumismo que diluye poco a poco cualquier tradición convirtiéndola en turismo o mercado. Por ello recurre al arte que, sin embargo, también cede ante el alud neoliberal o ante a los mecanismos de reproducción. Tal el caso de su réquiem por el retrato al óleo sustituido por la democratización irreversible de la fotografía, a la cual ha dedicado muchos textos valiosos, trátese de August Sander, Paul Strand, o las fotos ya icónicas de la muerte del Che Guevara en Bolivia o la campesina vietnamita encañonada con una pistola por un soldado norteamericano. Lo que es atroz testimonio se trueca poco a poco en arte, con el paso del tiempo, y hay una nueva galería dramática que nos impacta y conmueve, desde la celeridad del periodismo hasta la inmovilidad clásica de la obra de arte, solo en blanco y negro y el espectro infinito de los grises.

 

Los trabajos de Benger son por lo general breves, y sus amigos pintores o escultores están siempre ambientados en el campo o en insuficientes habitaciones de hotel, pero al compartir y juzgar sus obras, esas páginas nos traen la presencia velada que no aparece: ese objeto inexistente que las manchas concretan hasta darle una forma perdurable. Ese ejercicio de la mirada que Berger sitúa en el centro de la indagación, como cuando al hablar de los fotomontajes de John Hearthfield y sus usos políticos muestra su eficacia impugnadora contra el nazismo, pero luego sus largos años en la República Democrática Alemana le hicieron perder filo y garra reduciéndolo a una convencional pose política correcta acorde con la propaganda oficial. El comunismo no solía ser muy creativo, luego de la eclosión inicial de los poemas de Maiakovski o El acorazado Potemkin de Eisenstein.

 

La intervención soviética en Checoslovaquia en 1968 da pie a una de las crónicas más válidas en el propio teatro de los acontecimientos, Praga, el rol de los estudiantes, la inmolación del líder Jan Palach oponiéndose a la invasión por parte de las tropas del Pacto de Varsovia, la censura y el estancamiento productivo de un país debido a la burocratización del Estado. No era fácil exorcizar el fantasma de Stalin.

 

Entre el arte y la política, entre la participación y la empatía con la creación, los múltiples textos de John Berger nos abren un abanico de perspectivas, hacia un mejor conocimiento de nuestro mundo. Donde tantos valores establecidos deben ser interrogados a partir de lo que Walter Benjamin recordó: “No hay documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”.

 

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