Et cetera / Verbo y Gracia
Jaime Uribe Botero
28 de Marzo de 2016
Fernando Ávila
Jaime Uribe Botero, mi maestro, jugaba en las divisiones menores del DIM, del que sigue siendo hincha, cuando Dios lo tumbó al suelo, sobre la cancha, como tumbó a san Pablo del caballo, y lo convirtió en apóstol. Uribe combinaba sus entrenamientos con los estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia, al lado de Carlos Gaviria Díaz y otros paisas de raca mandaca que cambiarían en el país la manera de pensar y de ser.
Tras esa caída providencial continuó estudiando en Roma, en una de las universidades pontificias, donde obtuvo su doctorado en Derecho Canónico. Nunca usó ese título para lucrarse, y apenas alguna vez lo buscó entre sus papeles viejos para postularse a algún cargo, en tiempos de crisis, pero no lo encontró. En realidad Uribe se dedicó a formar a la juventud en colegios y universidades. Fue profesor y decano en los primeros años de los Libertadores y de la Sabana, en Bogotá.
Ahí me correspondió el privilegio de ser su alumno. Me dictó redacción. Me enseñó a escribir sujeto-verbo-predicado. Así nos lo decía en sus clases. Ese fue mi punto de partida para escribir después miles de columnas como esta que usted está leyendo y una veintena de libros, todas y todos dedicados a la redacción, la ortografía y el buen uso del lenguaje. Uribe me enseñó la clave. Hoy en día más que mi profesor, que sigue siéndolo, es mi amigo.
Tengo el privilegio de leer sus libros antes de que vayan a la imprenta. Son libros de autoayuda, Deseo y felicidad, Los valores como factor del desarrollo económico, Administración del tiempo, Educar es motivar, Manipulación y crisis de los medios.
Hace unos años yo les daba vueltas a algunas ideas para escribir un libro que tenía como título provisional Bendecir, con una i de otro color en medio de la B y la e, de manera que se leyera Bendecir o Biendecir. Y mi libro se basaba en Las siete leyes espirituales del éxito, de Deepak Chopra. El gurú indio enseña a decir bien, que es bien decir o bendecir, a todo el que pasa a nuestro lado, y yo me empeñaba en desarrollar esa idea de manera práctica, y contribuir con ese libro a hacer un mundo mejor. En esas estaba cuando Uribe, mi maestro, publicó su libro Valor de la palabra, que me liberó de mi preocupación, porque lo que yo pensaba escribir ya estaba escrito por él.
En estos días lo vi en la televisión presentando una nueva edición de alguno de sus títulos, en compañía de su hijo Tulio Santiago, músico y cantante, que se robó el show. Me hizo pensar en Mario Vargas Llosa, que después de tantas luchas y tantos triunfos sigue deleitando con sus sensuales historias, pues Uribe después de tantos milagros sigue haciendo su apostolado con libros que escribe, edita y vende él mismo.
Los libros de Uribe están llenos de historias y anécdotas, fruto de sus vivencias como educador de tantos años y de tanta gente, o de su oído atento a las confidencias de sus discípulos, que siempre encuentran en él un consejero. Esas historias y anécdotas llevan de manera implícita, o a veces expresa, una enseñanza, una reflexión de vida o un empujón, como lo hacen en sus libros Duque Linares (Pensamiento positivo), el doctor Cruz (La vaca), Lopera y Bernal (La culpa es de la vaca), Rafael Santadreu (Las gafas de la felicidad) o el padre Linero (El man está vivo).
Al hablar de aprovechamiento del tiempo, cuenta cómo después del almuerzo, en Roma, caminaba media hora desde su casa hasta la universidad, repasando inglés y francés con algún compañero, incluso cuando las calles estaban cubiertas de nieve. Al final de su etapa romana, con su doctorado en Derecho bajo el brazo, ayudaba a sus amigos a conseguir novia en francés o trabajo en inglés, a dar serenatas en italiano, o se unía a un coro de iglesia que cantaba el Adeste fideles en perfecto latín.
¡Felicitaciones, Jaime, por tantos libros, y muchas gracias por tantas enseñanzas!
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