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Actualizado hace 19 seconds | ISSN: 2805-6396

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‘Insider trading’

05 de Abril de 2017

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Nota:
11881

Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

 

El mercado de acciones, como cualquier mercado, es vulnerable a la trampa. Y en él, la trampa por excelencia es lo que en inglés se denomina “insider trading”, o lo que, en nuestro castellano suele llamarse uso indebido de información privilegiada.

 

¿En qué consiste esta trampa? Suponga que usted es inversionista del mercado de acciones, un inversionista pequeño o mediano. Como inversionista responsable que suponemos que es, usted busca estar informado de los hechos que mueven las acciones en uno u otro sentido. ¿Y cómo lo hace? Seguramente leyendo los periódicos, viendo noticieros, buscando publicaciones especializadas y consultando la información que divulgan las empresas, como, por ejemplo, sus resultados financieros, sus planes de expansión, cambios en la gerencia, etc. Y a esos hechos usted dará una interpretación: y usted, tal vez con la asistencia de un profesional, tomará decisiones de compra y venta de acciones con base en esa información. Esto, claro, si usted juega limpio.

 

Pero hay quienes van por otra vía, y en lugar de informarse como usted lo hace, buscan canales y contactos que les brinden información que no es de acceso público. Por ejemplo, los resultados financieros antes de que ellos salgan publicados. O los resultados preliminares del desarrollo de un nuevo producto, que aún no han sido revelados. Quienes acceden a esa información pueden anticiparse a los movimientos del mercado, y ganar mucho dinero. Pero no juegan limpio, pues poseen información que no está disponible para todos los agentes del mercado; y al tener sobre los demás una ventaja indebida, pueden terminar perjudicándolos de manera muy grave.

 

Ahora bien, ¿es esto una pilatuna ocasional? Lamentablemente no. En los grandes mercados de acciones, como el de EE UU, es una práctica criminal muy extendida. Ello quedó en evidencia a finales de la década pasada, cuando una serie de investigaciones de los fiscales federales de Nueva York, del FBI y de la comisión de valores (SEC) encontraron que en varios de los grandes fondos de inversión profesionales y de alto nivel conocidos como hedge funds esta era una práctica sistemática. Estas investigaciones son objeto de dos obras recientes, una de periodismo y otra de ficción (aunque inspirada en hechos reales).

 

La obra de periodismo es Black Edge de Sheelah Kolhatkar, periodista de The New Yorker. Narra la historia de la investigación sobre las actividades de SAC, el hedge fund de Steve A. Cohen, cuya fortuna personal es de 13.000 millones de dólares. La presión sobre los corredores y analistas de SAC era gigantesca: tenían que conseguir la mejor información posible para realizar buenos negocios. Muchos de ellos, inmersos además en una cultura masificada de la trampa, establecieron redes para la obtención de información privilegiada. El libro es un emocionante relato de cómo estas prácticas comenzaron, cómo se descubrieron, cómo fueron investigadas y cuál fue el desenlace para los responsables. La obra deja un sabor muy amargo, pues la idea de un mercado donde prime el juego limpio parece casi una utopía. La trampa es masificada, es celebrada y es premiada. Y sus principales responsables continúan impunes.

 

La obra de ficción es la serie Billions, que puede verse en Netflix, y está inspirada en los mismos hechos. En algunos aspectos es un poco más realista que el libro de Kolhatkar, pero en otros llega a lo inverosímil. Más realista, porque muestra lo rugoso que es el panorama en ambos lados, en el de los investigadores y en el de los investigados, mientras que el libro de Kolhatkar se lee casi como una historia del Llanero Solitario, de la lucha de los buenos contra los malos. Pero en Billions hay ejercicios de ficción que son ya extravagantes, aunque irrelevantes para la esencia del argumento. Ambos retratan muy bien la cultura casi mafiosa que ha emergido alrededor de los hedge funds: una cultura de derroche y extravagancia, de ganancias extraordinarias en unas empresas que no le aportan absolutamente nada a la sociedad, pues no hacen más que especular, y en muchas ocasiones especular con trampa. Basta pensar en un hombre como Steve A. Cohen, con sus 13.000 millones de dólares, y preguntarse si algo en el mundo es mejor gracias a él: ¿Hay nuevos productos o tecnologías gracias a él? ¿Ha invertido en el desarrollo y crecimiento de empresas importantes? ¿Ha prestado servicios que beneficien a la gente y a las empresas? No, su dinero viene únicamente de especular.

 

Tanto el libro como la serie son muy recomendables: ambos contienen una historia muy bien contada, y de gran emoción. Pero en ambos casos, el inversionista pequeño queda con la sensación de que no existe garantía para sus inversiones, pues ellas se mueven al vaivén de un mercado que a su vez es movido por actores tramposos.

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