Crítica Literaria
Homenaje
26 de Enero de 2017
Juan Gustavo Cobo Borda
Un lector que escribe. Que rescata lo perdido para reintegrarlo al cuerpo fragmentado de la cultura colombiana: Sanín Cano, Arciniegas, Jorge Zalamea, Téllez, Valencia Goelkel. Desde la revista ECO, desde el Instituto Colombiano de Cultura. Desde la caja, donde en 10 volúmenes sintetizamos los cien de la colección Samper Ortega, quien opta, edita y quiere conformar su tradición. Escoge sus referencias. No mejores o peores, sino propias y distintas. La tradición liberal de los grandes periodistas nacionales, con sus columnistas, con sus suplementos literarios, con jóvenes de provincia enviando sus cuentos y soñando con verlos publicados. Así llevábamos nuestros primeros poemas a El Tiempo de la avenida Jiménez, y Héctor Rojas Herazo nos daba carta de ciudadanía.
Con las reseñas y notas de lectura abrir el espacio de fervores y empatías. Borges, por supuesto, Octavio Paz y en el exilio mexicano una figura que abrumábamos con manuscritos, plaquetas y efímeras revistas: Álvaro Mutis.
Hoy, la Universidad Central, en cabeza de su rector, Rafael Santos, que también se forjó entre bobinas de papel, tinta, rotativas, horas de cierre, honra ese terco afán de convertir fantasmas en realidades. De hacer que el deseo encarne en un rostro, en una aparición mágica en las calles de esa ciudad degrada y polucionada. Pero la poesía no solo vence al tiempo, sino que también con solo la voz, como mi buen amigo y gran lector Valeriano Lanchas, nos lleve a compartir el sonido milagroso de La flauta mágica.
Esta fiesta de medio siglo de la Universidad Central no podía resultar mejor. Con mi familia, con amigas y amigos, con esta tribu vetusta que solo esgrime como arma un libro, podemos plantear un diálogo silencioso e íntimo. Aquel que Agustín de Hipona, obispo argelino, escuchó en un jardín con voz de niño: Tolle Lege. Toma y lee.
La lectura parece aislarnos, pero nos comunica con el mundo. Los más apasionantes viajes van del dormitorio a la cocina con una larga pausa en la biblioteca, nos recordó José Lezama Lima. Por ello, nuestra generación contaminó el verso, el flexible y musical verso que nos legó Rubén Darío, con la cursilería adorable de la música popular, en el arco que va de Agustín Lara a Daniel Santos.
El mal gusto nos impide congelarnos en la frialdad mental. En el orden clásico. Y así nos recuerda que el fuego debe configurar la forma. Recuerdo siempre a Jean Cocteau, cuyo libro Opio prologó Ramón Gómez de la Serna y tradujo Julio Cortázar. Qué trío feliz e irreverente. En una ocasión le preguntaron, ante un incendio en su residencia, qué salvaría. Cocteau respondió de inmediato: “Salvaría el fuego”.
Opina, Comenta