Mirada Global
Hacer caso omiso puede ser la mejor política frente a Medio Oriente
27 de Enero de 2016
Daniel Raisbeck |
En el 2015, al igual que en años pasados, el Medio Oriente dominó las noticias internacionales por causa del surgimiento del brutal Estado Islámico. Hoy, por primera vez en décadas, la cobertura no gira primordialmente alrededor del conflicto israelí-palestino. No obstante, la región una vez más parece ser determinante para una elección presidencial estadounidense.
¿Corresponde la atención mediática y política que se le brinda al Medio Oriente a su importancia global?
Sin duda alguna, la historia antigua del Cercano Oriente — el término correcto — y de Egipto es fundamental en términos civilizacionales. Sargón de Akkad, Ciro el Grande, Alejandro Magno, Cleopatra, Justiniano, Solimán el Magnífico; estos son solo algunos de los gobernantes cuyos nombres resuenan a través de la historia por haber imperado sobre las áreas que sobresalen en las noticias.
Y, desde el punto de vista europeo occidental, ha existido la fascinación con el Oriente exótico que representan románticos como Lord Byron — “el clima del Este, la tierra del sol… tan salvaje como los acentos de un adiós entre amantes” — y Delacroix.
A principios del siglo pasado, el encanto europeo con un Oriente cercano, pero radicalmente distinto, la personificó de manera más conspicua T. E. Lawrence “de Arabia”, el arabista y arqueólogo de Oxford que, con turbante y túnica, lideró la “revuelta árabe” (1916-1918) contra el Imperio Otomano. Como dice el príncipe Faisal (Omar Sharif) en la película del director David Lean, Lawrence era el representante de una paradójica especie: “el inglés amante del desierto”.
Pero más allá de un romanticismo arraigado en la historia, la fijación mediática con el Cercano Oriente de hoy no es necesariamente natural. Mucho menos es lógica.
Como explica el historiador y estratega militar Edward Luttwak, en el siglo XXI, el Medio Oriente no es muy relevante en términos económicos. En el 2006, mientras el precio del petróleo se disparaba hasta alcanzar un récord de 145 dólares por barril, dos años después, “todo el Medio Oriente, pese a su riqueza petrolera, generó menos del 4 % del PIB global — menos que Alemania”.
En términos científicos tampoco hay mucho para mostrar: los países de mayoría musulmana que se extienden desde Marruecos hasta Pakistán contienen menos del 2 % (8/500) de las mejores 500 universidades del planeta, según el último Escalafón Académico de las Universidades del Mundo.
Y, militarmente, Medio Oriente no es precisamente formidable. Como explica Luttwak, ciertos expertos tienden a “atribuirles fuerza militar real a sociedades atrasadas cuyas poblaciones pueden sostener excelentes insurgencias, mas no fuerzas militares modernas”. Occidente, escribe, sobreestimó el poder bélico del Egipto de Nasser en los años sesenta y del Iraq de Saddam Hussein al final del pasado milenio. Y agrega que hoy se exagera la capacidad militar de Irán, un país donde cerca del 40 % de la población —turcos, kurdos, árabes, baluchis — es separatista e inclusive una parte significante de la mayoría persa se opone al régimen teocrático de los ayatolas.
Para Luttwak, la política correcta de Occidente frente al mundo musulmán es hacerle caso omiso en vez de intervenir fútilmente, tal como se ha hecho en Iraq, Afganistán y Libia en la última década. El mayor error, escribe, “es no poder reconocer que las sociedades atrasadas deben dejarse solas, como los franceses sabiamente dejan sola a Córsega y los italianos han aprendido a hacer silenciosamente en Sicilia”.
Cualquier acción externa en la región debe tener como fin el pragmatismo en vez de metas inalcanzables, como imponer la democracia liberal en territorios donde esta es del todo foránea.
El escritor inglés Ed West anota que, según el Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino Unido, los británicos pueden visitar Marruecos, Arabia Saudita, Baréin, Kuwait, Catar, Emiratos Árabes, Omán y Jordania sin exponerse a mayores peligros. Por otro lado, el ministerio aconseja que los británicos no viajen a Algeria, Túnez, Libia, Egipto, Líbano, Siria e Iraq.
La diferencia política entre estos dos grupos de países, escribe West, es que aquellos que conforman la primera lista tienen en común algo que no tiene ninguno de la segunda: una monarquía.
Cada uno de estos monarcas terminará tan olvidado como Ozymandias, el rey de reyes de Shelley. Mientras tanto, algo de estabilidad no haría mal.
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