Crítica literaria
Hace 100 años murió Rafael Pombo (1833-1912)
30 de Junio de 2012
Juan Gustavo Cobo Borda |
Su abuelo, Manuel, firmó el Acta de Independencia. Su padre, Lino de Pombo, defendió a Cartagena del asedio de Morillo. Prisionero, fue enviado a España, donde participó en el levantamiento de Riego. Casado en 1827 con Ana María Rebolledo, de una prestante familia de Cauca, Santander lo nombra Secretario del Interior y Relaciones Exteriores. Deja así Don Lino a Popayán y su esposa embarazada pare a Rafael frente de la puerta principal de la Casa de la Moneda, el 7 de noviembre de 1833, en Bogotá.
A los ocho años ya sabía leer y escribir, “edad desde la cual intenté hacer versos, empleando algún tiempo todos los días en leer las obras de poesía que encontraba a la mano”. O sea que desde 1846 y 1847 es factible encontrar versos fechados por Pombo, lo cual da mal contados casi 1.400 poemas como su obra. Con innegables aciertos y deplorables caídas y con una multiplicidad de tonos, formas y motivos que resulta difícil considerarlos obras de un solo poeta. El poeta amoroso, el poeta patriótico, el poeta costumbrista, el poeta de la naturaleza, el poeta para niños, el poeta que se hace pasar por Edda, poetisa bogotana, el poeta traductor del inglés y el latín y el poeta festivo y de salón que llena álbumes de admiradoras, el poeta humorístico. Setenta y nueve años son muchos en un país que parecía inmóvil, todavía, en la aparente ruptura del orden colonial, pero que era también el foco de muchos debates políticos (centralismo - federalismo), económicos (proteccionismo - libre cambio), religiosos (poder de la iglesia - incipientes brotes de laicismo) y sociales (pobreza inveterada y golpes de cuartel como el del general Melo, contra el cual lucha Pombo uniéndose al gobierno legitimista de José María Obando). Pues, no lo olvidemos, Pombo además estudió ingeniería en la Escuela Militar, graduándose en 1851).
Pombo ingeniero, Pombo dibujante, lector y admirador de Lord Byron, de los románticos españoles (Espronceda, el Duque de Rivas, Campoamor) y de José Eusebio Caro, a los 20 años ya había visto tres revoluciones, “y mi Patria cada vez mas desgraciada”, como lo recuerda Hector H. Orjuela en su pionera y utilísima biografía de Pombo aparecida en 1997.
Pero hay un punto que vale la pena considerar. Pombo no publicó en vida ningún libro con sus versos, y en su Diario íntimo, publicado en 1913, en El nuevo tiempo literario, dirá: “Yo estoy enfermo y gravemente enfermo; mi alma ha devorado mi cuerpo; mi vida es una alternativa de delirante entusiasmo y desaliento mortal que me mantiene en la fiebre o la postración”.
Y en 1855 escribirá: “Nunca me agrada completamente lo que el día anterior he hecho; por esto he dejado de concluir mil cosas; he dejado de publicar otras mil: lo que no me sale entero de un golpe, ahí se quedó. Si no fuera por eso, ya habría hecho algo formal”.
“Verdugo insensato de sí mismo”. “Este funesto yo mismo que es el objeto que más me atormenta”.
Hay entonces en Pombo una oscilación entre el contemplativo y el activo. El que vive en EE UU entre 1855 y 1872 como secretario, al comienzo, de la legación colombiana con el embajador Pedro Alcántara Herrán y más tarde como periodista independiente, con dificultades para sobrevivir, y luego traductor para la editorial Apleton de dos libros: Cuentos pintados para niños, de 1867, y Cuentos morales para niños formales, de 1869.
A partir de poemas, fábulas, juegos verbales y moralejas en inglés, a que es tan dada la poesía en esa lengua, Pombo crea una de las series más populares de las letras colombianas. El hombre de ojos saltones, frente demasiado amplia y bigote incoloro, caído sobre esa boca muy gruesa, fue toda su existencia un solterón, fracasado en innumerables tentativas amorosas, donde la imaginación desatada compensaba las indecisiones, postergaciones y torpezas de su impaciente fascinación por una u otra mujer, sea en Popayán o Nueva York. Por ella dirá, refiriéndose a lo que pudo ser y fracasó, y que subsiste mas allá de los años, que posee “la cruel revelación de un desengaño, la atroz sonrisa de un remordimiento, la rosa de una tumba”.
Pombo reconoce entonces la impaciencia de su carácter, la dispersión de sus muchos proyectos, el autoanálisis que lo lleva a concluir “no sirvo para nada, sino para hacer versos”.
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