Et cetera / Mirada Global
Grecia debe abandonar el euro
22 de Julio de 2015
Daniel Raisbeck |
“Fracasa el euro, fracasa Europa”, dijo la canciller alemana, Angela Merkel, en el 2010. El reciente referendo en Grecia ha puesto tal suposición a la máxima prueba, porque el euro definitivamente ha fallado.
Pese a todo exceso de los pasados gobiernos griegos, pese al colosal tamaño y la titánica ineficiencia del Estado heleno, la realidad es que los problemas económicos del país serían más remediables si no fuese por la moneda compartida con Alemania, Holanda y otros países con capacidades productivas incomparables a la griega.
Alemania, por ejemplo, es un gran exportador de vehículos, químicos y maquinaria, la cuarta economía más grande del mundo. Por otro lado, Grecia es un país de ingresos medios, donde el turismo, industria que normalmente prospera con una moneda débil, compone cerca del 20 % del Producto Interno Bruto. La industria naviera, tal vez lo único remotamente comparable a la industria alemana, forma tan solo el 6 % de la economía griega, apenas 3 % más de lo que recibe el país en transferencias de la Unión Europea (UE).
Tales transferencias son necesarias porque, desde el 2010, la economía griega se ha contraído en un 25 %, fenómeno que usualmente sucede después de que un país ha sido devastado por una guerra. Grecia, sin embargo, ha sido devastada por el euro.
Ciertamente, el Banco Central Europeo (BCE) no es el villano que muchos suponen dentro del cataclismo económico heleno, pero su tarea de mantener la estabilidad financiera en toda la eurozona es imposible. Esto implica formular una misma política monetaria para la quebrada Grecia, donde un cuarto de la fuerza laboral está desempleada, y para la próspera Alemania, donde el desempleo es menor al 5 %, al igual que para 17 otros países con desempeños intermedios.
Como escribe el analista Timothy Lee, en términos de estímulos monetarios o medidas contra la inflación, “la política correcta para Grecia puede ser desastrosa para Alemania y viceversa”. No en vano la sede del BCE se encuentra en Frankfurt y no en Salónica.
Para Grecia, pero también para los demás países de la eurozona con economías débiles en relación con Alemania, el euro es “una casa sin salidas consumida por las llamas”. Así describió proféticamente a la moneda única el político británico William Hague, ex ministro de Relaciones Exteriores, en 1998. Este ominoso destino, sin embargo, no era inevitable.
Como escribe Matthew Lynn en la revista The Spectator, Grecia solía ser “una economía balcánica ineficiente y ligeramente destartalada, plagada por el amiguismo y la corrupción. Pero sobrevivía. Fue necesaria la magia especial del euro para convertir a Grecia en el epicentro de una crisis financiera” pan-europea y con ramificaciones globales.
Lynn sugiere correctamente que Grecia debe abandonar el euro e instaurar la nueva dracma. Tras una devaluación que refleje el estado real de las cosas y alguna negociación de sus deudas, el país podrá regresar a su estado natural de economía mediana, “algo tambaleante y de moneda débil”, pero nunca deprimida crónicamente como es el caso actual.
La paradoja es que aproximadamente el 80 % de los griegos quiere mantener el euro, mas no vivir bajo sus reglas. Cualquier explicación de esta actitud requiere una dosis mayor de sicología que de economía. Para la mayoría de los griegos - al igual que para los españoles y portugueses- el euro no es solo una moneda, sino un símbolo de status, un vínculo con una Europa moderna, próspera y democrática que los emancipa de un pasado dominado por dictaduras, guerras, golpes de Estado y represión.
El ejemplo de Polonia, sin embargo, demuestra que un país puede prosperar dentro de la UE sin adoptar la moneda única, y que los tanques alemanes no cruzarán el Río Odra tan solo porque Varsovia utiliza el esloti.
Es esencial aclarar que el fracaso de Grecia bajo el euro no es solo suyo. Como escribe Ambrose Evans Pritchard, el incumplimiento heleno ante el Fondo Monetario Internacional significa que la eurozona como tal ha incumplido. En efecto, “los países ricos del norte de Europa se rehusaron a pagar sus deudas con estados africanos, asiáticos y latinoamericanos”.
Esta es la consecuencia de una unión monetaria que, ignorando realidades económicas, fue hecha a medias para edificar sobre arena la fantasía política de los Estados Unidos de Europa.
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