Curiosidades Y…
Gracias a los pobres
15 de Marzo de 2011
Antonio Vélez M.
Gracias a los pobres, aquellos que no lo somos tanto podemos todavía disfrutar con cierta holgura de los bienes terrenales. Pero será por un tiempo muy corto, pues nuestro planeta tiene cáncer avanzado, con metástasis múltiple, desahuciado: atmósfera contaminada, capa de ozono averiada, aguas escasas y contaminadas, bosques talados, pesca disminuida y algunas especies en camino de extinción... Enfermedad terminal que no se cura con la disminución del CO2, como algunos ingenuos piensan.
En 1987 éramos 5.000 millones de almas; 6.000 millones, en el 2000, y 7.000 millones, en el 2011. En una década más, se habrán agregado otros 1.000 millones de harapientos y, si no hay una debacle mundial, en apenas dos décadas, “mañana”, seremos 9.000 millones, mal distribuidos, hacinados y pobres. Amén de otros compañeros indeseables, que nos roban recursos en cantidades no despreciables y crecen a la par de la población: cucarachas, ratas, hongos… Más otros comensales inseparables: perros, gatos, caballos, pájaros y otras “mascotas”, que consumen en buena medida. Producto interno bruto.
La “huella ecológica”, medida en hectáreas, es un índice relacionado con el consumo de recursos per cápita y por año: área productiva requerida para generar los recursos vitales (cultivos, pastos, bosques, ecosistemas acuáticos…) y para, a la vez, asimilar los residuos producidos. En consecuencia, es un indicador clave al hablar de sostenibilidad. Algunos analistas estiman que nuestro planeta dispone de apenas 1,8 hectáreas por habitante. Sin embargo, para la población actual, la huella ecológica es un poco mayor de 2,8, lo que significa que estamos consumiendo por año una vez y media más recursos que los que el mundo puede generar y soportar.
Para los norteamericanos, la huella ecológica está muy cerca de 10 hectáreas; para China, en este momento la segunda potencia mundial, está un poco más arriba de dos, mientras que para la India apenas supera una hectárea. Por supuesto que los chinos, los nuevos ricos, aspiran a equilibrarse con EE UU. Imposible, chinos, les respondemos de una vez, pues, poseyendo una población equivalente a la de cuatro EE UU, de consumir solo una mitad de lo que estos privilegiados consumen, la carga total para el planeta sería equivalente a dos EE UU juntos. ¿De dónde los vamos a sacar si ya hemos tocado fondo y Marte está muy lejos? Y si la India, en vías de convertirse en gran potencia, y que tiene una población equivalente a un poco más de tres EE UU, pero pobres en su mayoría, pide con justicia lo mismo que China, serían 1,5 EE UU más para la cuenta. La repuesta es igual: indios, paren ya su crecimiento económico y mantengan su pobreza, porque el planeta no alcanza para tanto nuevo rico. Porque este mundo sí alcanza ahora, pero destruyendo riquezas no renovables, y gracias al sacrificio diario de miles de millones de pobres desnutridos.
Sin embargo, el problema no termina allí. ¿Qué hacer con los demás pobres de este mundo, que por justicia elemental merecen una mejor suerte? Son más de 1.000 millones, mal contados; es decir, otros tres EE UU. Tendrán que seguir en la miseria. Y no hemos terminado: quedan aún comensales en camino: 2.000 millones de nuevas almas, equivalente a un poco más de seis EE UU, que se agregarán a la población mundial en los próximos 20 años; pobres en su mayoría, pues son estos, con holgura, los de mayor tasa de crecimiento. Pero… mejor no perdamos más tiempo con estas cuentas.
Conclusión: el mundo que nos tocó no tiene ya remedio, salvo que eliminemos a todos los pobres, solución macabra, inmoral e inviable; o que los pobres aumenten su pobreza creciente y la soporten con cristiana resignación (recordémosles que de ellos será el reino de los cielos; no este, por supuesto); o que recurramos a la solución jocosa de Jonathan Swift: añadir bebés a la dieta. De paso digamos que los jefes políticos no han podido entender aún estas verdades elementales. Ya lo entenderán sus hijos, por las malas.
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