Curiosidades y…
Gay, ¿naturaleza o flaqueza?
23 de Junio de 2015
Antonio Vélez M.
Se ha encontrado que alrededor del 4 % de los hombres son homosexuales, mientras que en las mujeres, este porcentaje se reduce a la mitad. Una minoría. Y el hecho de ser minoría se constituye en una verdadera tragedia para muchos de ellos, porque a las minorías se las discrimina: a los homosexuales se los ha tildado de pervertidos, degenerados…
También se los consideró enfermos. Y el conductismo ofreció terapias por medio del castigo y la recompensa. Una de las más bárbaras consistía en presentarle al sujeto un desnudo de una persona del mismo sexo y aplicarle al mismo tiempo una descarga eléctrica. Debido a su ineficacia, hoy no se usa. Y es claro: se había olvidado el enorme poder de las fuerzas de natura. Es como si tratáramos de “curar” a un zurdo para convertirlo en diestro por medio del látigo, y se intentó en vano.
Por fortuna, esos bárbaros tiempos empiezan a cambiar: la homosexualidad no es una enfermedad ni una degeneración ni una perversión, sino una compleja variante sexual. Hoy, toda persona verdaderamente culta y civilizada considera que los homosexuales están en igualdad de condiciones con los heterosexuales, si se los juzga por sus atributos intelectuales. Además, no existen diferencias con los heterosexuales en los aspectos morales, cuando estos se liberan del lastre que representan los prejuicios religiosos.
Para aclarar ideas, recordemos que hasta la sexta semana de la gestación, todos los varones presentan las mismas características anatómicas de las hembras. Pero a partir de ese momento, se inicia una etapa crucial en la que el gen SRY, perteneciente al cromosoma Y, toma el comando de las acciones que cambiarán la dirección inicial del proceso, femenina, en masculina. A continuación se activan otros genes relacionados con el sexo masculino y, si las condiciones del útero son normales y, además, la dotación genética no contiene mutaciones perturbadoras, el sujeto quedará más tarde convertido en un varón. Pero si por algún motivo se inhibe la acción de los andrógenos, la morfología y la sicología resultantes se conservan femeninas.
Es importante señalar que el medio ambiente hormonal del embrión es responsable de que su cerebro se masculinice o feminice. Si está presente la testosterona, esta deja su impronta en el tejido cerebral, de tal suerte que se forman receptores específicos para dicha hormona en el hipotálamo y en otras zonas cerebrales. El efecto es permanente, pues su acción es organizadora, y más tarde se traducirá en características del comportamiento. Se sabe muy bien que aquellos varones que por causa de alguna irregularidad genética no produzcan testosterona en estado embrionario resultan anatómica y sicológicamente feminizados.
Así mismo, la carencia hormonal altera, muchas veces, la orientación sexual. De otro lado, la presencia de testosterona en un embrión femenino puede conducir a características físicas y sicológicas masculinas. En general, si el medio ambiente hormonal del vientre materno no concuerda con el género del embrión, puede quedar seriamente comprometida la correcta orientación sexual del individuo.
En suma: las hormonas prenatales participan activamente en la conformación de las estructuras cerebrales, y estas, más tarde, se manifiestan visiblemente como respuestas emocionales para los dos sexos, encargadas de orientar y facilitar el aprendizaje de las conductas sexuales.
Con el conocimiento disponible hasta el momento, solo hay una conclusión definitiva: la conducta sexual humana es demasiado compleja como para atribuírsela a un solo factor. Hay que entender que en las especies superiores, los factores biológicos actúan sobre el comportamiento por medio de un potencial sicológico, que lo orienta con preferencia en ciertas direcciones fijas, por medio de inclinaciones, apetencias, flaquezas y predisposiciones. Pero, reconozcámoslo, aún quedan lagunas.
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