Física y vida

Antonio Vélez

Desde la perspectiva darwiniana, todas las adaptaciones presentes en los organismos pueden interpretarse como encarnaciones de co­nocimientos sobre el mundo. Conocimiento biológico. A diferencia del conocimiento humano, aquel no exige ningún lenguaje. El algoritmo darwiniano de variación, selección y replicación sondea las regularidades del mundo objetivo, recopila esa información, la extrae y almacena a su modo en las estructuras biológicas. Estas, en consecuencia, son memorias de carne y hueso, en las que se acumulan conocimientos sobre el mundo real, copias biológicas de las leyes físicas pertinentes, listas para ser usadas y transmitidas a las generaciones siguientes.

Los diseños de los organismos terminan por ajustarse a las condiciones físicas predominantes en sus respectivos hábitats, de lo contrario sus poseedores no podrían haber sobrevivido a las duras condiciones de la vida salvaje. Se trata de un diseño inteligente. Nos acompañan aquellas especies que encontraron las soluciones correctas y las incorporaron en sus estructuras biológicas. El ojo, por ejemplo, ha copiado las leyes pertinentes de la óptica, en caso contrario no funcionaría, e igual ocurre con el oído y las leyes de la acústica. Y la forma hidrodinámica es un denominador común en todos los seres que deben desplazarse con rapidez por el agua, aunque procedan de líneas filogenéticas diferentes: peces, delfines, focas, pingüi­nos, calamares. A esto se lo llama evolución convergente. Los diseños de las alas en pterodáctilos, aves o murciélagos encierran diversos principios básicos de la aerodinámica, y conocimientos sobre la densidad y la vis­cosidad de la atmósfera terrestre.

Si hacemos una disección completa de cualquier vertebrado, encontraremos multitud de leyes de la física almacenadas de manera implícita en sus estructuras. Leyes de la mecánica incorporadas con gran tino en el diseño de los sistemas óseos y musculares: palancas variadas, eficaz aprovechamiento de impulsos y torques, articulaciones de bajo coeficiente de fricción, lubricadas de por vida. El sistema circulatorio utiliza las leyes de la hidrodinámica, y el corazón es una bomba aspirante impelente con válvulas especiales para evitar el reflujo. Las glándulas sudoríparas producen enfriamiento al aprovechar el calor de evaporación del agua; los pulmones son eficientes intercambiadores de gases; en el oído encontramos finos sensores gravitatorios que nos permiten mantenernos en equilibrio, y en las fosas nasales y en las papilas de la lengua hallamos sensores químicos de altas especificaciones, mientras que repartidos por toda la piel hay sensores de calor y de presión. En algunos animales existen generadores de electricidad; en otros, delicados instrumentos musicales. En los murciélagos y delfines la naturaleza descubrió el sonar, mientras que nuestro cerebro es un computador de estado líquido, no igualado aun por la avanzada tecnología moderna; para muchos, el objeto más complejo del universo.

Podríamos, si nos interesa, darle vuelta a la hoja y a partir de esas memorias biológicas leer los principios físicos almacenados en ellas. Retroingeniería biológica. El diseño del oso polar, por ejemplo, nos revela características del entorno en que vive el animal: su forma rechoncha, la gruesa capa de grasa y su metabolismo especial dicen algo esencial sobre la física del frío.

Las especies vivas constituyen, entonces, una biblioteca gigantesca en la que podremos encontrar, aplicados, todos los principios físicos relevantes, descubiertos también, pero millones de años más tarde, por los científicos. Apenas recientemente nos hemos percatado de que llevamos a cuestas multitud de conocimientos científicos y tecnológicos hechos carne.