Crítica Literaria
Fayad vuelve a Bogotá
26 de Agosto de 2014
Juan Gustavo Cobo Borda
Después de un largo silencio, desde el 2004, Luis Fayad (Bogotá, 1945) vuelve a su ciudad natal. Lo hace a través de un antropólogo, Ernesto Gonzaga, establecido en Canadá. Los innumerables cuentos y sus cuatro novelas: Los parientes de Ester (1978), Compañeros de viaje (1991), La caída de los puntos cardinales (2000) y Testamento de un hombre de negocios (2004) le dan pie ahora para, en Regresos (Random House, 2014), recobrar la atmósfera que caracteriza a su obra.
Una Bogotá de clase media, a la vez apagada e ilusa, que se enciende con promesas fallidas y sueños peligrosos. A Gonzaga le han ofrecido un contrato para retornar a la patria y desde un ministerio preparar una expedición científica al Amazonas. Pero al poco tiempo el contrato debe ser renovado y no le queda más remedio que iniciar el calvario de formularios, diligencias y fotocopias que pronto lo enredará, sin escapatoria, en los tranquilos horrores de recordar nombres de secretarias y recibir la ayuda de Carmelo Rodríguez, un hábil tramitador que conoció en el avión de regreso. Pero el Palacio de los Ministerios ya no se llama así y solo queda el sabor reconfortante de carne asada, papa criolla, rodajas de plátano fritas, yuca y ensalada en un, cómo no, asadero, y una cerveza alargada en un café.
La novela se convierte así en un largo y no por ello trágico descenso en el conformismo y la banalidad. Los padres en las afueras de Bogotá, mujer e hijos en la remota Canadá, él instalado en un apartamento en el centro, y doña Aurora Céspedes, agente inmobiliaria, ofreciéndole casas para ya traer la familia. Solo que el contrato de trabajo era por apenas tres meses y hay que prorrogarlo; además, el presupuesto para la hipotética expedición, por ahora, cambió de rubro o se embolató, simplemente. Hay que llenar tres formularios, hay que regresar a cubículos donde ya no los reciben, hay que comenzar a claudicar y alquilar a su amigo Carmelo espacio para guardar las cajas con la producción de muñecos y juguetes que han montado él y su hermano. Así Ernesto termina repartiéndolos en almacenes y tiendas, cumplido y eficiente. Atrás ha ido quedando el desvarío de tantos informes superfluos sobre comunidades negras o tala de palma en el Pacífico. Pero su sueño es ahora otro: Belén, una vecina, que trabaja en una pequeña fábrica de ropa por San Victorino y quien lo acompaña en ocasiones o él espera con el pretexto de comentarle si trabajará en el Ministerio o el Distrito. El encuentro amoroso con Belén será maduro y feliz: “Se recorrieron con las manos y los labios y unieron sus cuerpos hasta llegar a la satisfacción que durante meses los aguardaba oculta y sin prisa” (p. 292).
Dará clases particulares, será maestro en un colegio, repartirá frutas y verduras, y en torno a esta línea argumental, se va enlazando el nuevo país. El Palacio de las Delicias en la calle veintitrés con diecisiete, donde debe entregar camisetas con Belén. Sus hermanos que reniegan y quieren trazarle su vida, su mujer que presiona desde la distancia de internet. Por ello decide volver a Canadá y cumplir lo que Belén le había predicho: “usted no regresó del todo”. Pero este retorno le permitió comprobar cómo el país no era el mismo, y él tampoco lo sería, después de estas experiencias donde brotó una renovada forma de apreciar lo humano y recobrar una sensibilidad afectiva desconocida y ver tambalearse y ponerse en duda su vieja estructura mental. Con el lenguaje sobrio y límpido que lo caracteriza, Luis Fayad, desde Berlín, sigue así desarrollando su comedia humana y bogotana.
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