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Actualizado hace 5 minutes | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y….


Extravagancia y engaños

31 de Mayo de 2016

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Antonio Vélez M.

 

 

Si hay una actividad humana en la que sean frecuentes los engaños es el arte, en todas sus manifestaciones: pintura, escultura, música… Los humanos somos sensibles al poder de la autoridad, y si un crítico prestigioso nos dice que una obra es valiosa, caemos en el engaño y pagamos sumas escandalosas para adquirirla. No siempre es un mal negocio, pues no faltará otro ingenuo que nos la compre, y así, en cadena, el engaño se va trasladando, y creciendo, en serie.

 

La idea de hacer una obra que consiste en nada, en blanco, en silencio, se ha extendido por varios campos de la actividad creativa humana, en una especie de plagio interdisciplinario. Es “arte-nada”. Robert Rauschenberg usó la nada para fabricar arte: lienzos en blanco impoluto, “inspiración pura”. Yves Klein, uno de los precursores del arte conceptual, presentó una exposición en París que consistía en una galería completamente vacía. Idea poco original: el vacío transmutado en arte. Andy Warhol, en 1985, exhibió un pedestal vacío, y Tom Friedman, “1000 horas mirando fijamente”, una hoja en blanco a la que el artista jura haber mirado durante mil horas.

 

El virus minimalista contagió al músico John Cage, quien en 1952 “compuso” una pieza llamada “4´33´´” (4 minutos y 33 segundos de silencio). Wilfredo Prieto, artista cubano, presentó la obra “Vaso de agua medio lleno”, creada como “una idea contenida en la misma realidad”, y exhibida en el 2015, con gran polémica, en la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid: “No es un chiste", dijo muy serio el artista. Y no hace mucho, el Museo de Arte Moderno de Nueva York inauguró una exposición del artista mexicano Gabriel Orozco. Llamó la atención Caja de zapatos: una caja de zapatos vacía, tirada en el piso de la sala, para que el público la pateara. Los curadores del museo aplaudieron la pieza de Orozco por “original”.

 

Después del arte cero, apareció el arte menos uno. Jerry Lee Lewis fue probablemente el primer músico que se atrevió a destruir sus propios instrumentos: en la década de 1950, después de un concierto prendió fuego a su piano. En 1967, Alexander Jodorowsky, al final de una presentación para la televisión, hacha en mano convirtió su piano en leña (finale molto agitato). Los fabricantes de bluyines han seguido el mal ejemplo: fabrican la pieza y luego la destiñen, la envejecen y destrozan; los jóvenes, encantados, “lucen los deterioros”.

 

El italiano Piero Manzoni expuso una colección de enlatados que contenían, cada uno, 30 gramos de sus propios excrementos. Uno de ellos fue comprado por la Tate Gallery; otro, por el centro Georges Pompidou. Se concluye de aquí que un elefante podría convertirse en el Ron Mueck (artista del gigantismo) del mundo animal. La española Itziar Okariz, a modo de performance, se ha orinado en espacios públicos (“Yo con mi arte tengo, pero La Fuente, de Duchamp, no está a mi altura”, se excusó). Al BritArt, movimiento artístico de 1990, pertenece una de las obras esencialistas más famosas: My Bed, de Tracey Emin, vendida a un coleccionista por 300.000 dólares. Se trata de la cama de la artista, sin tender y rodeada por su ropa interior sucia, una botella de vodka y paque­tes vacíos de cigarrillos (allí pasó varios días debido a una depresión suicida).

 

Gertrude Stein fabricaba párrafos siguiendo los consejos de Lewis Carroll: “Primero escribes una frase, y luego la cortas en pedacitos; luego mezclas los trozos, y los vas separando como salgan por casualidad: el orden de las frases no importa nada”. El dadaísta Jean Arp rompía papeles, los dejaba caer y luego los pegaba a una superficie, tal como habían caído. El mismo vacío de ideas se aprecia en la obra literaria del británico Sheridan Simove, quien publicó, con éxito de ventas, un libro titulado ¿En qué piensan los hombres aparte de sexo? Son 200 páginas sin una sola palabra escrita. Algunos le conceden la razón.

 

Los hombres respondemos con facilidad a la publicidad, a los criterios de los “alfas”, de tal modo que una obra que haya sido exaltada por ellos nos parece de gran valor. El valor estético, entonces, es una variable que podemos modificar notablemente por medio de la publicidad. Por tanto, casi cualquier objeto o acción puede pertenecer al conjunto de obras valiosas: basta que alguien importante así lo declare.

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