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Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Cultura y derecho


¿Ética sin Dios?

14 de Junio de 2013

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

Twitter: @AndresMejiaV

Se publicó en marzo de este año el libro The God argument del filósofo inglés A. C. Grayling. Su título podría traducirse como El argumento de Dios o más sutilmente El argumento Dios.

 

Grayling es un prolífico ensayista, con cerca de 30 libros publicados. Ha mantenido su producción en dos ámbitos: el de la filosofía teórica y el ámbito de la exploración amplia de problemas morales, políticos, humanos o históricos. En la primera línea de trabajo ha publicado obras sobre escepticismo, significado y verdad; ha escrito sobre Russell, Descartes y Wittgenstein. En la segunda línea encontramos obras que han alcanzado gran fama, como Among the dead cities (Entre las ciudades muertas), una reflexión acerca de la moralidad de los bombardeos aliados sobre ciudades alemanas y japonesas en la Segunda Guerra Mundial; al concluir que dichos ataques no servían a ningún propósito estratégico militar, concluye que fueron acciones inmorales e inaceptables. También es apreciable su libro Towards the light (Hacia la luz), el cual es una historia reflexiva y comentada de la lucha por la libertad.

 

Nacido en 1949, Grayling fue hasta hace dos años profesor del Birbeck College de la Universidad de Londres.

 

The God argument está dividido en dos partes, correspondientes a los dos temas a los cuales se dedica el libro. La primera mitad se titula Contra la religión y la segunda Por el humanismo.

 

Contra la religión es una extensa exposición de argumentos filosóficos y científicos en contra de la creencia religiosa. Entre estos argumentos cabe destacar su hipótesis sobre los orígenes de la religión, cosa que Grayling atribuye a la inclinación humana a ver en todo la mano de un agente, es decir de un ser que actúa: el hombre primitivo habría postulado tal explicación para los fenómenos naturales que veía, y la explicación misma tomó vida propia y se fue sofisticando. Se perpetuó, en opinión de Grayling, por el hecho de que en las sociedades religiosas se suele adoctrinar a los niños en las creencias sobrenaturales desde muy temprana edad. Este último hecho, además, es para Grayling la única explicación de que en el mundo actual subsista todavía la religión.

 

Se destacan también en esta parte su análisis del llamado “argumento ontológico”, una supuesta demostración de la existencia de Dios elaborada en el siglo XI por San Anselmo de Canterbury, y que bien podría ser la falacia más ingeniosa de todos los tiempos. Se destaca también su excelente análisis de la posición llamada “agnosticismo”, la cual suele resumirse como “no puedo demostrar que Dios existe pero tampoco que no existe”. Esto descansa en el error metodológico de pensar que nuestras creencias sobre el mundo son materia de demostración: son apenas materia de creencia razonable, y para Grayling (como para quien escribe) no existe soporte para que sea razonable una creencia en entidades divinas.

 

Pero el verdadero interés de Grayling está en la segunda parte (Por el humanismo). Esta segunda mitad del libro apunta a uno de los cuestionamientos más fuertes que se hacen al ateísmo: que sin creencia en Dios no puede haber moral, y por tanto la sociedad viviría a la merced de la maldad desaforada.

 

Grayling se pregunta qué valor tiene una moral cuyo fundamento no es la convicción íntima y personal, sino el temor al castigo divino. Es, en sus términos, una moral hipócrita y poco sincera.

 

Pero más allá de eso, Grayling está decidido a mostrar que sí puede haber moral sin creencia divina, y ofrece su propuesta, a la cual llama humanismo. En su concepto el humanismo es la perspectiva según la cual cada individuo es responsable de hacer dos cosas: primero, escoger valores, y trabajar a la luz de estos en pos de sus objetivos; y segundo, vivir con consideración por los demás.

 

Es una perspectiva que debe mucho al estoicismo, deuda que el propio Grayling paga con creces explicando aquella filosofía antigua. En especial se considera deudor de Cicerón. La premisa del humanismo de Grayling es que, al no existir entidades sobrenaturales, son “la naturaleza y las circunstancias de la experiencia humana” las que deben formar nuestra ética. No es un relativismo, pues el humanismo constituye un marco general de principios dentro del cual deben desarrollarse los objetivos individuales, marco definido por la consideración debida a los otros. Y para Grayling la ética humanista impone una obligación superior: la de pensar. 

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