Columnistas
Estructura productiva y cadenas de valor
04 de Febrero de 2011
Hernán Avendaño Cruz Asesor Económico Mincomercio
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La globalización está cambiando la geografía de la producción mundial y la estructura del comercio internacional. Esa realidad plantea interrogantes a la economía colombiana: ¿la estructura productiva permite atender las nuevas corrientes de demanda mundial? ¿Hacia dónde se debe orientar sectorialmente el país?
Hay actividades, como la minería, que seguirán sin mayores cambios, con el fin de atender la creciente demanda de materias primas de los países líderes del crecimiento global; pero ellos difícilmente pueden generar los encadenamientos y los efectos de arrastre para fundamentar una modernización de la economía colombiana y el cierre de las brechas de ingreso con el mundo desarrollado y con los países emergentes de alto crecimiento.
El sector agrícola tiene grandes retos. El país no aprovechó el auge internacional del periodo 2004-2008, por la escasa oferta exportable, la baja productividad y la alta informalidad. Pero el panorama para los próximos años nuevamente es favorable, por el riesgo de escasez alimentaria que enfrenta el mundo. Así lo indica el índice FAO de precios de los alimentos, que en diciembre del 2010 alcanzó el nivel más alto de las últimas décadas.
El gobierno considera al agro como una de las locomotoras de la economía, por lo que cabe esperar su fortalecimiento y el desarrollo de actividades de alta productividad y fundamentadas en la investigación. Esa es una senda con buenas probabilidades de éxito, como lo muestran las experiencias de Chile, Brasil, Australia y Nueva Zelanda. El reto radica en la velocidad a la que pueda reaccionar la estructura productiva y adaptarse al nuevo entorno.
Con relación a los sectores de manufactura y servicios, es imprescindible mejorar la productividad, reducir la informalidad y potenciar las actividades con mayor futuro en la economía globalizada.
Con el fin de aumentar la competitividad, el gobierno viene adelantando el programa de transformación productiva en ocho sectores, y se espera la incorporación de al menos otros ocho en los próximos años; el programa comprende sectores establecidos que serán sometidos a un proceso de reingeniería, y sectores nuevos y emergentes, que registran una creciente demanda internacional.
Aun cuando ese programa llevará a la creación de sectores de clase mundial, se debe buscar su inserción en la nueva “división internacional del trabajo”, definida por la fragmentación geográfica de la producción en el plano mundial. Esto se puede lograr mediante una política explícita o mediante decisiones de los empresarios.
Cada día más y más productos se vuelven globales. De ahí que el “made in” esté perdiendo sentido, mientras que el “design in” gana creciente importancia. Los vehículos, los computadores y la mayoría de los productos de alta tecnología de consumo masivo son el resultado de la integración de partes diseñadas y fabricadas en muchos países y finalmente ensamblados en uno de ellos.
Son múltiples las implicaciones que acarrea ese cambio y es necesario que los empresarios y las autoridades económicas las entiendan y las aprovechen. Por ejemplo, debilitan las mediciones tradicionales del comercio internacional.
Un trabajo reciente de Yuqing Xing and Neal Detert, investigadores del Asian Development Bank Institute (ADBI), titulado How the iPhone Widens the United States Trade Deficit with the People’s Republic of China, demuestra esa implicación.
Xing y Detert señalan que en el enfoque tradicional de medición del comercio, EE UU registra un déficit comercial enorme con China, comúnmente explicado por el empeño de este último en mantener artificialmente depreciada su moneda. Sin embargo, esa perspectiva del problema no tiene en cuenta los cambios estructurales que se han registrado en la integración de cadenas globales de valor y los efectos que ellas ocasionan en la estructura del comercio internacional.
Para ilustrar sus hipótesis, los autores toman el caso del iPhone, un emblemático producto de alta tecnología de consumo masivo, diseñado por la empresa estadounidense Apple. Pero en su fabricación intervienen nueve empresas ubicadas en seis países, incluido EE UU. Todos los componentes son enviados a China, en donde se hacen los procesos de ensamble y exportación al resto del mundo.
Las estadísticas del 2009 indican que China exportó a EE UU 2.023 millones de dólares en iPhones; dado que algunas empresas de EE UU exportaron a China insumos para este producto por un monto de 122 millones de dólares, el neto arroja un déficit de 1.901 millones de dólares para los estadounidenses.
Pero los cálculos de los investigadores del ADBI muestran que en China solo se incorpora el 3,6% del costo total de un iPhone, básicamente por concepto de mano de obra. Por lo tanto, la balanza comercial sería superavitaria para EE UU en 48 millones de dólares por concepto de intercambio de este bien entre los dos países; e implícitamente sería deficitaria con los países que fabrican los demás componentes.
Este caso ilustra la forma como se está articulando la nueva producción global. Y es en esas cadenas de valor en las que el país debe insertarse para obtener los beneficios de la globalización. Por lo tanto, hay bienes que el país no tiene que fabricar totalmente, sino especializarse y ser los mejores en el mundo en producir uno o varios componentes de un conjunto de productos o servicios finales.
¿Podremos alcanzar ese objetivo? ¿O nos resignaremos a ver pasar Indias y Chinas que nos van dejando atrás, porque nos negamos a aceptar la nueva realidad de la organización productiva mundial?
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