ETC / Mirada Global
Estonia: del racionamiento de la comida a la prosperidad digital
29 de Mayo de 2015
Daniel Raisbeck |
En 1992, Mart Laar, un historiador de 32 años, se convirtió en el primer líder de Estonia en ser elegido democráticamente desde la anexión soviética de su país en 1940. Su premio: enfrentarse a una inflación del 1.000 % dentro de una economía casi del todo estatal y completamente dependiente de Rusia. En Estonia, la comida se racionaba, la gasolina era extremadamente escasa y la mayoría de los hogares no contaba con una línea telefónica.
Laar explica que, afortunadamente, su conocimiento de economía se limitaba a lo que había aprendido al leer la obra Libre para elegir, de Milton Friedman. Por ende, decidió implementar una serie de reformas que, en su opinión, eran apenas lógicas.
Aparte de eliminar los controles sobre los precios, Laar acabó con todo arancel a las importaciones, estableció un impuesto de tasa única (26 %) para los individuos y las corporaciones y privatizó gran parte de las empresas estatales.
Los economistas profesionales, explica Laar, le advirtieron que sus políticas fracasarían. Sin embargo, el Primer Ministro consideró que si Estonia no creaba empleos reales y crecimiento económico, el regreso del socialismo era inminente. Su única opción era liberalizar de una manera radical e inmediata.
Durante solo dos años en el poder, Laar logró desencadenar el atávico potencial emprendedor de los estonios, cumplido durante la larga historia hanseática de la ciudad capital de Tallin, pero suprimido durante medio siglo de ocupación nazi y soviética. El resultado fue un nivel de desempleo menor al 6 % en 1994 y un crecimiento económico del 11,7 % en 1997. El mundo vio en Estonia a un “Tigre Báltico”, la economía más exitosa de Europa oriental.
Para Laar, implementar una tasa fija de impuestos fue fundamental. En un sistema de tributación progresiva, explica, quien trabaja más y produce más es castigado por su éxito. Al permitir la creación de compañías legales en un tiempo mínimo y sin papeleo, y al reducir la carga tributaria sobre las empresas emergentes, Laar desencadenó un boom emprendedor que no se ha detenido en 23 años. Hoy, Estonia cuenta con la tasa de compañías incipientes (start-ups) per cápita más alta del mundo.
Los sucesivos gobiernos estonios han impulsado el emprendimiento al aprovechar al máximo las ventajas de la tecnología digital. Como reporta The Economist, el registro de los predios data de los 90 y es 100 % digital, mientras que el 95 % de los estonios declara sus impuestos anuales en internet, un trámite que se completa en cinco minutos. A la vez, los estonios pagan sus multas de tránsito digitalmente y archivan su historia médica con la computación en la nube. Actualmente, registrar una empresa nueva se logra en cuestión de minutos a través del portal web del Gobierno.
Este énfasis en la economía digital, evidenciado en la proliferación de áreas wi-fi creadas por el Gobierno, ha rendido frutos. Skype, por ejemplo, es una compañía digital de telecomunicaciones fundada en Estonia que, en el 2010, contaba con 660 millones de usuarios.
En Estonia, escribe The Economist, “la eliminación de los sellos, el papel carbón y las largas filas frente a entidades estatales” condujo a la creación de “un gobierno en línea”. En el 2007, Estonia fue el primer país en permitir el voto vía internet en una elección nacional. En el 2011, el 25 % de los sufragantes depositó su voto digitalmente.
El año pasado, Estonia les extendió a los extranjeros el derecho a una residencia digital, una medida sin precedentes. Quien presente su solicitud y cumpla con ciertos requisitos establecidos por el Gobierno recibe una tarjeta de identidad con un microchip que autentica su firma en internet. Sin necesidad de estar físicamente en el país, el residente virtual de Estonia puede abrir y utilizar una cuenta bancaria, registrar una empresa y firmar documentos válidos en toda la Unión Europea.
Hoy, la única manera de descarrilar el progreso de la Estonia libre, cuya economía creció en un 8,3 % en el 2011, tras un desliz durante la crisis financiera global del 2008, parece ser una nueva arremetida militar de Rusia. Con buenas razones, la mayoría de los ciudadanos del pequeño país báltico, cuya población no supera 1,3 millones de personas, teme una invasión de Vladimir Putin y un funesto regreso a la dominación foránea.
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