Verbo y gracia
Esplines y nostalgias
05 de Marzo de 2012
Fernando Ávila feravila@cable.net.co |
El 29 de diciembre uno generalmente no tiene nada que hacer. El guayabo del 25 ya ha pasado y las celebraciones del Año Nuevo aún no comienzan. Quizá está uno pagando las últimas cuentas, para pasar el año a paz y salvo, más por agüero que por exigencia de las culebras.
Ese día del año pasado, me llamó un viejo amigo a las ocho de la mañana para invitarme a la presentación que haría Jorge Yarce del libro de Jaime Uribe, en la Casa de Santander, a las cinco de la tarde. Allá estuve casi una hora antes de la prevista y pude revivir viejos tiempos.
La Casa de Santander es la misma donde desarrollé por dos años mi apenas incipiente carrera de periodista. El 1o de febrero de 1978 llegué a las ocho de la mañana al altillo de esa mansión del barrio La Merced, frente a las canchas de tenis del Parque Nacional. Jorge Yarce me dijo «Aquí está tu oficina. Ya sabes lo que tienes que hacer».
Lo que tenía que hacer era la empresa intelectual de la que veníamos hablando de tiempo atrás. En ese altillo nació la Agencia de Colaboraciones de Prensa, Colprensa, que enviaba a los diarios abonados columnas de análisis del acontecer nacional, firmadas por grandes plumas.
De veinte despachos mensuales, Colprensa pasó a sesenta, que poco a poco fueron incluyendo crónicas y reportajes, muchos de ellos firmados con mi nombre. Fue un trabajo literario muy gratificante, del que tengo el orgullo de haber sido su alma más que su jefe de redacción, cuando apenas tenía veintiséis años.
Colprensa se convirtió en 1980 en la actual agencia de noticias, que cuenta hoy con una treintena de redactores y sirve a los más importantes diarios regionales del país.
A la oficina contigua llegó el mismo año (1978) Jota Mario Valencia, revelación de la radio en Antioquia. Su misión fue poner en funcionamiento varios programas, que se emitieron por Radio Visión, de Medellín; el Circuito Todelar y Radio Sutatenza.
En el segundo piso de la casona funcionaban las oficinas de la revista Arco y las de Promec Televisión, que en esos años produjo Revivamos nuestra historia, con libretos de Carlos José Reyes y dirección de Jorge Alí Triana.
Una bella época en la que uno se cruzaba por los pasillos con escritores como Jaime Sanín Echeverri, Fernando Soto Aparicio o Jorge Rojas, y con figuras de la actuación como Pedro Montoya, María Cecilia Botero o Jairo Soto.
A finales de los 80 pasé otra temporada en esa casa, como jefe de redacción de la revista Arco y coordinador de los Grandes Foros Nacionales. En la revista fui el segundo de a bordo del general Álvaro Valencia Tovar, de quien disfruté su dimensión de humanista, lector y autor de ficción, y en los foros tuve la oportunidad de acercarme a figuras de la talla intelectual de Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancur, lo mismo que a jóvenes que se perfilaban por entonces como los grandes líderes que llegarían a ser, como Ernesto Samper Pizano y Andrés Pastrana Arango.
El 29 de diciembre pasado reviví con alegría esos años, e incluso me devolví en mis recuerdos a 1969, cuando con total inexperiencia, supina ignorancia y absoluto desconocimiento del oficio, Jaime Uribe me dio mi primer puesto y mi primer cheque, en su oficina de la calle 12, donde funcionaban el periódico Diálogos Universitarios y la agencia Europa Press News Service.
Ahí estaban tantos años después dos de mis mentores, Yarce y Uribe, dos maestros que me enseñaron el Valor de la palabra, como se llama el libro que presentaron. De ellos aprendí no solo que hay que escribir el sujeto, seguido del verbo y del complemento directo, sino sobre todo que la palabra que se escribe debe ser la verdad.
Al comenzar esta entrega de mi columna quería detenerme en algunas consideraciones incluidas en el libro sobre el valor de la palabra, pero se me fueron casi todos mis tres mil doscientos caracteres en esplines y nostalgias.
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