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Actualizado hace 16 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


‘Errare humanum est’

05 de Marzo de 2012

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Antonio Vélez

Antonio Vélez

 

Es común encontrar en la historia humana momentos en que se aceptaron de manera unánime ideas equivocadas, algunas recompensadas con publicidad y galardones. El campo de la medicina se destaca porque ha sido pródigo en tales fallas, y se han premiado con el Nobel “descubrimientos” de apariencia notable pero sin verdaderos merecimientos, lo que muestra lo fácil que es cometer grandes errores.

 

El médico danés Johannes Fibiger recibió el Nobel de medicina y Fisiología en 1926 por sus investigaciones sobre la génesis del cáncer. Fibiger halló en sus ratas de laboratorio ciertos tumores asociados a la presencia de un gusano que parasitaba las cucarachas, insectos que servían de alimento a las primeras. El investigador conjeturó que los gusanos causaban el cáncer, sin advertir que sus ratas tenían una grave deficiencia de vitamina A, causa principal de los tumores. El parásito solamente causaba irritación de los tejidos que, sin embargo, eventualmente derivaba en cáncer. Una investigación equivocada, pero el Nobel no tiene reversa.

 

Julius Wagner, siquiatra austriaco, es el descubridor de la llamada piroterapia, un método que consiste en provocar estados febriles en los enfermos, procedimiento que mostró cierta eficacia para evitar la parálisis general progresiva producida por la sífilis. Este procedimiento fue aceptado pronto y aplicado a otras enfermedades. Wagner también aprovechó los estados febriles para curar la parálisis general progresiva. En 1927 se le otorgó el Nobel por su simbiosis entre medicina y calor, hoy en completo desuso debido a su baja eficiencia y a la aparición de los antibióticos.

 

Al siquiatra portugués Antonio Egas Moniz se le otorgó en 1949 el Nobel (el primer portugués en lograrlo), por su descubrimiento del valor terapéutico de la lobotomía en ciertos tipos de sicosis. Sin embargo, el galardonado procedimiento fue proscrito de la práctica médica en 1960, debido a sus terribles efectos secundarios. Años más tarde, algunos parientes de los lobotomizados solicitaron que se le retirara el premio a Moniz, por los daños que dicha operación había causado a los desgraciados a quienes se les practicó. Cuando Moniz contaba con 68 años, un paciente siquiátrico, descontento con el “nobelesco” tratamiento, de varios disparos lo dejó inválido de por vida. Con razón dicen que el que a cuchillo mata, a cuchillo muere.

 

Pero también se han dado ocasiones en que el “humanum” error se comete en dirección contraria: el trabajo es meritorio, pero la comunidad científica le niega todo valor, y debe esperarse hasta la muerte del autor para que sea reconocido su trabajo. A Edward Jenner, después de presentar al mundo el importarte descubrimiento de la vacuna, sus colegas lo atacaron con virulencia. Un niño que recibió la vacuna -se burlaban- empezó a caminar en cuatro patas, mugiendo y atacando a la gente como un toro.

 

Ignác Semmelweis, el hombre que les ha salvado la vida a muchísimas madres gracias al descubrimiento de que la falta de asepsia durante el parto es la causa principal de la fiebre puerperal, terminó en un asilo de locos, decepcionado de sus colegas quienes cerraron sus ojos ante las evidencias y se negaron aceptar sus ideas.

 

En varias ocasiones se conjeturó que la helicobacter pylori era el microorganismo responsable de la úlcera de estómago. Pero cada vez se negó, pues era creencia arraigada entre los médicos que el estrés social, las comidas picantes o la hipersecreción ácida eran la causa principal. Se aceptaba, además, que el medio ácido del estómago era mortal para el microorganismo. Pero B. Marshall y R. Warren demostraron la participación de la bacteria, por lo que en el 2005 recibieron el Nobel de Medicina y Fisiología.

 

El camino de la verdad es a veces tortuoso y lleno de enemigos. Y son justamente los colegas los peores escollos que se deben superar.

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