Curiosidades y…
Envejecimiento
12 de Enero de 2017
Antonio Vélez M.
El calendario de las células parece tener su residencia en instrucciones del ADN. Un indeseado programa de muerte, inmodificable hasta el momento. Tiene razón el biólogo François Jacob: “Los límites impuestos por la evolución concuerdan muy mal con el viejo sueño de la inmortalidad”.
Al envejecer morimos con pérfida lentitud: se mueren nuestras neuronas, nuestros órganos van dejando en el camino pedazos de su juventud, se nos caen mechones de pelo, nuestros recuerdos se desvanecen, o se esconden muy bien, se mueren nuestras ilusiones, nuestro entusiasmo, nuestros apetitos…
Es preciso añadir que la vida moderna, intensa y llena de roces agresivos hace que las glándulas suprarrenales produzcan excesos de cortisol, con el consiguiente deterioro orgánico. La vida se acorta, se va degradando el sistema inmunológico, aparecen las úlceras gástricas, el colon se cansa del sucio trabajo, y aparece la hipertensión arterial, entre otros males. El colágeno se hace menos flexible, así que somos tan viejos como nuestro tejido conjuntivo. En resumen, la vida moderna nos mata con un sadismo inmisericorde.
El abdomen aumenta con los años, debido al peso de las vísceras, al debilitamiento muscular y a la acumulación indeseada de grasa. Los huesos aumentan su robustez, pero pierden calcio, mientras que las articulaciones se vuelven más rígidas, pierden su lubricación natural, y nuestro andar se vuelve torpe, inseguro, lento. La capacidad muscular declina con la edad, porque las fibras musculares empiezan a atrofiarse y mueren. A los 60 la reducción de la fuerza muscular puede estar entre un 10 % y un 20 %; y después de los 80… ya no importa. La pérdida mayor es en las piernas, lo que nos hace proclives a las caídas, a dar pasos en falso.
Por fortuna, el ejercicio continuado hace que el deterioro de los músculos reduzca su ritmo. Sin embargo, una actividad física intensa solo sirve para aumentar las probabilidades de una lesión; pero si es moderada, sirve para retrasar el envejecimiento cardiovascular. Los pulmones no parecen mejorar con el ejercicio. En suma, con el ejercicio puede mejorarse la calidad de vida, pero no parece afectar sensiblemente el tic, tac del reloj biológico. Lo que sí está comprobado es que una dieta pobre en calorías puede alargar la vida, en cierta forma, enriquecerla. Alguna ventaja tendría que tener el pobre sobre el rico.
A los 70 años se ha perdido el 5 % del cerebro; a los 80, el 10 %, y a los 90, el 20 %. Con ello, la memoria se deteriora y termina hecha añicos, inconexa, perezosa. Al envejecer, el oxígeno transportado disminuye: a los 65 años hemos perdido ya del 30 % al 40 % de capacidad aeróbica. A los 60, hemos perdido cerca del 20 % del jugo gástrico, y la pepsina ha decrecido en un 60 %. En aquellos que pasan de 65 años, el volumen de los riñones ha disminuido, y se reduce el área total de filtración. Pero la vejiga se vuelve más activa y nos incomoda con su llamado insistente, que nos acosa sin aún estar llena. Y si nos demoramos en atenderla…
Con los años también disminuye el tamaño máximo de la pupila, y a los 70 años la masa del cristalino se ha triplicado y se ha tornado amarillento, lo que nos quita capacidad para discriminar los colores. Aparecen las cataratas y la visión se deteriora. El oído pierde muy pronto sensibilidad que, sumada a la disminución de flujo sanguíneo y a cierto deterioro de los cilios, conduce a la sordera senil o presbiacusia. Terminamos por no oír ni lo que nos interesa, aunque las orejas, al igual que la nariz, crecen toda la vida y terminan por deteriorar aún más nuestra figura. Y como el espejo no miente, se vuelve sincero y cruel. Por fortuna, y tal vez lo mejor de envejecer, es que se pierden receptores del dolor.
La calvicie nos acecha: un adulto medio tiene cinco millones de folículos pilosos, de los cuales unos 120.000 pertenecen al cuero cabelludo, y pierde de 70 a 100 cabellos por día. A medida que pasan los años, cada capa de nuestra piel envejece, pierde elasticidad y empieza a sobrarnos, se arruga y mancha, y se va muriendo con mayor velocidad que la deseada. Y como estos cambios son muy visibles, la piel se convierte en una mensajera que nos canta la edad en voz alta y que nos recuerda que en este mundo estamos solo de paso. Es como si el tiempo que hemos vivido estuviese escrito en nuestra piel.
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