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Actualizado hace 3 hours | ISSN: 2805-6396

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Columnistas


Entre inviernos y sequías

03 de Mayo de 2011

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Julio César Carrillo

Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrillocia@etb.net.co

 

 

Hay realidades que parecieran superar el esfuerzo del hombre por evitarlas o prevenirlas. Los fenómenos extremos son una muestra y el dolor humano que causa un invierno inclemente o una sequía prolongada son un ejemplo palpable.

 

Sin embargo, no todo es insuperable. Hay causas y efectos que, más allá de la ocurrencia recurrente de un fenómeno extremo ajeno a nuestra voluntad, pueden evitarse o moderarse mediante el ejercicio correcto de la libertad y, por lo tanto, el que haya o no inhumanidad depende de la manera como seamos capaces de construir soluciones.

 

En la vida laboral, también ocurren “inviernos” y “veranos”; fenómenos recurrentes que parecieran insuperables, cuyas consecuencias solo pueden ser superadas con humana satisfacción, desde la decisión de sus protagonistas para optar por construir convivencia, más que desde el simple reforzamiento normativo de protecciones que, sin cambios en la cultura de la confrontación, se quedan en meros requisitos para cumplir compromisos formales.

 

Por eso, cada vez que el tratado de libre comercio con EE UU revive, se coloca nuevamente en el escenario la necesidad comercial, no siempre con espíritu social, de mostrar interés institucional por la protección del ejercicio de derechos laborales como los de asociación sindical y de negociación colectiva, en medio de realidades que parecieran trascender lo cotidiano laboral de manera insuperable: el desempleo, la pobreza, el narcotráfico, la violencia, la discriminación, el desplazamiento, la ambición por el dinero a rajatabla, los anhelos de poder, la politiquería y otros de similar estirpe.

 

Entonces, para mostrar acciones en la protección de tales derechos se dispone reforzar la seguridad para un mayor grupo de líderes sindicales y se anuncian más normas, esta vez con severas penalidades, para quienes se nieguen a dar curso a un trámite de negociación colectiva o celebren pactos colectivos en detrimento de condiciones convencionales.

 

En verdad, ¿son las normas las que garantizan la protección eficaz del ejercicio de tales derechos?

Si de normas se trata, es preciso reconocer que la Constitución Política y la ley laboral, incluidos los convenios de la Organización Internacional del Trabajo, que por mandato constitucional hacen parte de la legislación laboral interna, e inclusive la ley penal, consagran hoy una abundante gama de disposiciones y mandatos para proteger, desde la letra de lo normativo, el ejercicio de tan importantes derechos.

 

Y entonces, ¿por qué continúan las estadísticas de desprotección, de baja afiliación y pérdida de presencia de lo sindical en el mundo laboral? ¿Mejorarán estos índices con el aumento de penas y el incremento de escoltas?

 

Me atrevo a responder: hay inundación normativa y sequía de confianza. En esencia, hay algo que la teoría jurídica no alcanza a superar. Ese algo se llama miedo.

 

Es necesario descontaminar lo sindical de todo aquello que produce a los trabajadores temor y miedo: persecución, discriminación, pérdida del empleo.

 

Es necesario descontaminar lo sindical de todo aquello que produce al empleador temor y miedo: abuso de permisos, mirada en términos de lucha y no de construcción, permeabilidad a intereses no laborales, acomodamientos en posiciones directivas, multiplicidad de negociaciones simultáneas, manipulación de fueros.

 

Es necesario trabajar, desde el corazón de humanidad de lo laboral, ideas para superar el miedo de las verdades a medias; del pensar que el diálogo con los trabajadores hace perder autoridad, o con los empleadores es signo de debilidad; de considerar que quienes reconocen las faltas de sus afiliados o invitan a su responsabilidad son unos “entreguistas” de banderas milenarias; de confundir coadministración con coparticipación responsable, y tantas otras situaciones de fragilidad humana que terminan desconfigurando los derechos de asociación sindical y de negociación colectiva, para corromper y deslegitimar la indudable bondad de su existencia, socavando así su verdadera y real protección.

 

Urge encontrar el “clic” que permita al empresario no salir huyendo ante todo lo que “huela” a lo sindical o asumir actitudes de defensa para impedir su existencia o perder de vista el igualmente legítimo derecho de los trabajadores para optar libremente por no asociarse.

 

Hay normas y habrá más, pero –sin perjuicio de su importancia- la verdadera protección exige la redefinición con responsabilidad social de lo sindical, para construir con hechos –como he sido testigo de que es posible- climas de encuentro, respetando la diversidad.

 

No hay duda de que el Gobierno debe ayudar a construir caminos; que los empresarios deben trabajar apertura; sin embargo –lo digo con plena convicción– son las mismas organizaciones sindicales las que tienen la competencia, la capacidad y el experticio para dar el paso hacia una consolidación de su misión, mostrando y demostrando que no hay por qué temer. De suerte que las empresas que tengan sindicato sean las primeras en recomendar a otras el valor agregado de tenerlo.

 

Así, aunque se presenten “inviernos” o “veranos” no habrá inhumanidad, porque el clima laboral estará construido sobre sólidas bases de confianza y respeto, sin las cuales la protección normativa seguirá siendo un esfuerzo sin capacidad para transformar la vida. Solo una teórica condición para lograr un tratado. Así dejará de “estar de moda” la violencia, y la confrontación no tendrá eco.

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