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Actualizado hace 5 hours | ISSN: 2805-6396

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Al Margen


En defensa del ‘flow’

02 de Mayo de 2011

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Nota:
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Ilustración: Jorge Lewis

¿Han escuchado esta canción?: “La niña quiere cripy, cripy, cripy / porque la pone happy, happy, happy…”. Pegajosa sí es. No hay duda. Basta escucharla una vez, para que quede retumbando todo el día en la cabeza. Y si uno está tratando de escribir un artículo sobre ella, es imposible concentrarse (“La niña quiere cripy, cripy, cripy / porque la pone happy, happy, happy…”).

 

Es más, es casi seguro que si usted ya la ha escuchado, ahora mismo está leyendo esto y repitiendo: “La niña quiere cripy, cripy, cripy / porque la pone happy, happy, happy…”. Bueno, el asunto es que, hace unos días, tonadas como esta, de Yandar y Yostin (los reguetoneros suelen andar de a dos), motivaron la presentación de una acción popular ante el Tribunal Administrativo de Bolívar en la que se pide prohibir la emisión y comercialización de canciones que estimulen el consumo de drogas.

 

Joaquín Torres, un abogado ibaguereño que vive desde hace 11 años en Cartagena, afirma que el “cripy cripy”, entre otras melodías, incitan a fumarse un porro, lo cual está prohibido y castigado con prisión de 3 a 8 años por el artículo 35 de la Ley 30 de 1986.

 

Hay que aclarar que la acción popular no busca prohibir el reguetón, como se ha afirmado en algunos medios. De hecho, en el reguetón hay de todo: letras románticas, de despecho, fiesteras y hasta cristianas (“Lo tengo en la mira, tú sabes quién me inspira / si Él me acompaña, el enemigo ni respira).

 

Pero si algo predomina, es el doble sentido, cuando no la explícita alusión al sexo y al consumo de estupefacientes. Por eso, Torres dice estar preparando una nueva demanda, esta vez en contra de los contenidos inapropiados de algunas canciones.

  

El reguetonero Jiggy Drama, por ejemplo, reclama su título de “papá de los pollitos” en estas lides. Su canción La fuga es todo un catálogo de frases con segunda intención: “En mi casa hay una fuga de gas y de agua / qué tú quiere ver chica mala / ¿quiere ver gas o ver gotas?...”. Claro que hay quienes no se ponen con rodeos. Los Master’s Boys, en La quemona, no le dan espacio a la imaginación: “Moviendo ese trasero con mucha sensación / diciéndole al mozo: ‘papi arráncame el calzón’…”. Lo que se dice de ahí en adelante es, simplemente, irreproducible.

 

Pero las letras inapropiadas no son exclusivas del reguetón. Si lo que se quiere es salvaguardar la moral y las buenas costumbres, habría que prohibir entonces las canciones arrabaleras de las que tanto se enorgullece Juanes (“Apure el paso, mula hijue…”). Ni qué decir de la incitación a la violencia doméstica de La cuchilla, de Las Hermanitas Calle (“Si no me querés, te corto la cara / con una cuchilla de esas de afeitar…”). O de los pasatiempos de Andrés Calamaro (“Voy a salir a caminar solito / sentarme en un parque a fumar un porrito…”).

 

En fin, ejemplos sobran. Pero algunos se han ensañado contra el reguetón, tal vez por lo pegajoso de sus melodías y su formato particularmente light y comercial. Hay emisoras que le dedican toda su programación. Y hay quienes las escuchan. Es el ritmo favorito en taxis, buses y busetas, y ningún otro género encaja mejor en esos programas radiales matutinos en los que los comentarios de las locutoras harían sonrojar al mismísimo Don Jediondo.

 

Pero pedir su proscripción, como muchos quisieran, sería generalizar. No se le pueden achacar males sociales a todo un género musical ni llegar a extremos indeseables de censura a la libre expresión. ¡You know!

 

Texto de la acción popular

 

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