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Actualizado hace 18 hours | ISSN: 2805-6396

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El señor de la guerra

27 de Julio de 2012

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Cristina Castro

Cristina Castro

cristinacastrop@gmail.com

 

Cuando hace más de una década se lanzó la idea de crear una Corte Penal Internacional (CPI) se creía que venía una revolución para la justicia. Ese “súper tribunal”, universal y permanente, iba a ser la solución contra la impunidad y la ineficiencia en el juzgamiento de los crímenes más graves que se cometen en la humanidad. Sin embargo, la reciente condena contra el líder congolés Thomas Lubanga puede demostrar que ese sueño aún está lejos de cumplirse.

 

Hay varios puntos de la sentencia de Lubanga que llaman la atención. Lo primero es la pena. Si lo que juzga la CPI son los delitos más graves que se cometen en el planeta, 14 años de prisión parecen poco. Al menos contra un hombre al que se le acusa de haber liderado un conflicto brutal en el que murieron cerca de 5,4 millones de personas. Eso en Colombia, es el equivalente a un homicidio simple.

 

El segundo punto es la capacidad probatoria. A pesar del listado de delitos de los que se acusaba a Lubanga (tortura, saqueo, abuso sexual, etc.), la CPI solo logró probar uno: reclutamiento forzado de menores. La justicia para todas las otras actividades de este “señor de la guerra” nunca llegará, pese a que en el juicio dieron testimonio de ello 129 víctimas.

 

Por último, no deja de ser irónico que la CPI tardara más de seis años para sacar una sentencia de primera instancia cuando uno de los criterios para aplicar la jurisdicción de la corte es precisamente la falta de prontitud de la justicia nacional, tal como señala el mismo Estatuto de Roma. Y mucho menos que en 10 años de creación de esta Corte sea esta la primera sentencia que profiere. Eso sin mencionar que hasta la fecha ni EE UU, ni Israel, ni China, ni Rusia, ni India han querido ser parte de su jurisdicción.

 

Una de las cosas que hizo el presidente Bill Clinton antes de dejar la presidencia de EE UU fue firmar el Estatuto de Roma (el Congreso nunca quiso ratificarlo). Su explicación era sencilla, “si no lo hago el juicio me lo hará la historia”. Quienes son víctimas de los peores vejámenes de la humanidad seguramente esperan que la Corte funcione, que la justicia se logre en el presente y que Clinton no tenga la razón.

 

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