Eduardo Varela Pezzano

Socio en Cavelier Abogados

El Concejo Distrital de Cartagena quiere regular los bailes sexuales o eróticos de menores de edad, y estoy de acuerdo. Parcialmente. El proyecto de acuerdo del concejal Antonio Salim ya fue aprobado en un primer debate, y aunque sustentado en la protección de los niños, podría acabar con un fenómeno cultural y musical propio de la región caribe: la champeta.

El proyecto de acuerdo trae dos artículos importantes. El primero obliga a instituciones educativas de carácter oficial o privado a propender porque en las jornadas culturales los menores no practiquen bailes que incidan en el contacto físico de tipo sexual o que hagan apología al sexo o a posiciones sexuales de ningún tipo. Muy bien. De acuerdo. Los niños y niñas tienen que divertirse, pero sin incitar a deseos sexuales que puedan llevar al riesgo de embarazo a una temprana edad por culpa de los colegios. Aquí no hay nada que discutir.

El problema está en el otro artículo importante del proyecto, que ordena a la Secretaría del Interior y a la Policía de Infancia y Adolescencia a velar porque los bailes de alto contenido sexual “no sean practicados por mayores de edad en sitios público como calles, parques, zonas verdes, etc., donde exista la presencia de menores de edad”. Así es. El proyecto también prohíbe los bailes eróticos entre adultos.

Una cosa es regular los bailes eróticos de los menores de edad, y otra muy distinta regular el baile de los adultos. Es como si quisieran que nadie vuelva a bailar champeta en la calle. Todo un problema cuando es algo propio de los barrios populares en Cartagena.

Personalmente, yo no bailaría champeta en una esquina o en un parque, ni iría a ver cómo otros bailan en la calle. Ustedes, que leen artículos jurídicos, seguramente menos. Pero tampoco me importa que otros adultos bailen champeta en zonas públicas.

¿No tenemos acaso los colombianos el derecho a decidir si nos paramos de cabeza en una esquina de la calle? Nadie está obligado a ir a verme si, como adulto, me da por ir a bailar champeta con mi esposa en una esquina o en un parque. De eso se trata el derecho a la libertad de expresión.

El Concejo de Cartagena realmente no es nadie para decidir quién puede o no bailar eróticamente en la calle, y ni aún para decidir qué es erótico o sexual, solo porque algunos padres son incapaces de educar a sus hijos. Por eso mismo, la Superintendencia de Industria y Comercio prohibió las minigelatinas. Porque algunas personas no leían las etiquetas que advertían contra los riesgos en el consumo de los niños.

¿Que si estoy de acuerdo con que niños vean bailes eróticos o sexuales en la calle? No. Para nada. Pero sí creo que existen mecanismos más eficaces que una regulación distrital que prohíba el baile en la calle, para impedir que los niños imiten movimientos pélvicos inconvenientes a una temprana edad: la orientación moral de los padres, valores éticos, un direccionamiento persuasivo en los colegios, etc.

Y seamos francos. Bailar champeta en la calle no hace daño a nadie. Es una manifestación cultural de los cartageneros y del pueblo caribe.

Si el Concejo de Barranquilla, de la ciudad donde nací, sacara un acuerdo similar prohibiendo bailar salsa (un baile que muchos consideran erótico) en la calle, yo mismo saldría todos los días a bailar en las esquinas populares como si fuera un deporte olímpico.

Cartageneros, bailen. Salgan a la calle. Ahora es más imperativo que nunca.