En la ventana
El mayordomo del Papa
27 de Octubre de 2012
Cristina Castro |
A Paolo Gabriele los medios internacionales lo llaman El Cuervo. Hasta hace un par de meses fue el discreto mayordomo del papa Benedicto XVI. Sin embargo, desde que fue arrestado en su casa en el Vaticano, como cualquier criminal, es el foco de todas las miradas. Él habría sido una especie de garganta profunda que filtró a la opinión pública una serie de documentos privados de la Santa Sede. Estos supuestamente descifrarían la corrupción de la iglesia.
Mientras el mundo debate y protesta por el asilo de Julian Assange, el fundador de Wikileaks, en el Vaticano se llevó a cabo uno de los juicios más impactantes en la historia reciente de la iglesia. Al mayordomo lo acusaron de “robo agravado”, un delito por el que fue condenado a 18 meses de prisión. Pero lo jugoso del proceso no es la condena de Paolo Gabriele que ya se produjo, sino lo que no salió a relucir en el breve juicio: quién orquestó esa filtración y qué propósitos tenía.
El proceso judicial fue cubierto al detalle para evitar filtraciones indeseadas. Una vez resuelto, han salido al público algunos detalles curiosos. Se sabe por ejemplo que solo fueron autorizados 10 medios para seguir el caso, que el juicio se llevó a cabo en el tribunal de la Santa Sede ubicado a espaldas de la basílica de San Pedro y que el veredicto dejó profundos descontentos.
También se sabe que en donde podría estar la verdad de lo que sucedió es en las pesquisas internas del Vaticano. El papa Benedicto XVI conformó un grupo élite de investigación compuesto por tres cardenales que no tienen aspiraciones a sucederlo (pues tienen más de 80 años) y el resultado de ese estudio ya fue entregado al sumo pontífice en Castel Gandolfo. Sin embargo, el juez no aceptó el informe de los cardenales como prueba, según el diario El País de España, porque esta fue conformada según el derecho canónico y el proceso se llevó en derecho del Vaticano.
Lo único que quedó claro del proceso del mayordomo es que lo que sucedió está lejos de saberse. Quién sabe cuándo se sabrá qué tantos secretos había detrás de la incautación de la correspondencia privada del Papa, una pepita de oro, una edición ilustrada de la Eneida de Annibal Caro, de 1581, y un cheque sin cobrar de 100.000 euros que pusieron en aprietos al afamado mayordomo.
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