Cultura y Derecho
El inicio de un largo deshacer
12 de Enero de 2017
Andrés Mejía Vergnaud
Empecemos este nuevo año, primero, compartiendo los deseos más sinceros para la felicidad de todos nuestros lectores; y a continuación pidamos a los mismos lectores una licencia muy especial: que me permitan, por primera vez en esta columna, hablarles de un libro que aún no he leído. Ello, por sí solo, debería darles un indicio de la dimensión e importancia de dicho libro, y no se equivocarían: todo indica que se trata de una obra de inmenso interés y que, además, como todas las de su autor, constituirá seguramente una lectura muy placentera. De ese autor, y de uno de los protagonistas de su nuevo libro, hemos tenido la oportunidad de hablar ya varias veces en estas columnas. Se trata de Michael Lewis y de su nuevo libro, publicado en el mercado estadounidense el pasado 6 de diciembre con el título The Undoing Project.
Ello podría libremente traducirse como “el proyecto del deshacer”, y dicha traducción reflejaría muy bien la historia que en él se cuenta: es la historia de uno de los grandes proyectos científicos del siglo XX; un proyecto científico que tal vez, cuando en unos años entendamos a plenitud sus implicaciones, mostrará ser inmensamente revolucionario, lleno de consecuencias, algunas de ellas difíciles de anticipar, y otras, aquellas que sí podemos avizorar, llenas ellas mismas de implicaciones que van a sacudir nuestras nociones de decisión y de responsabilidad. Un proyecto científico, además, forjado al calor de una bella historia personal: la de la amistad entre sus impulsores, los israelíes Daniel Kahneman y Amos Tversky.
De Daniel Kahneman ya habíamos tenido oportunidad de hablar aquí, cuando comentamos su libro Pensar rápido, pensar despacio. Precisamente en las páginas iniciales de ese libro él cuenta la historia de su amistad con Tversky. Se conocieron “... aquel afortunado día en que invité a un colega [se refiere a Tversky] a hablar como invitado en un seminario que yo dirigía en el Departamento de Psicología de la Universidad Hebrea de Jerusalén”. Allí, ambos encontraron un interés común: el de los sesgos naturales que los humanos tenemos al momento de analizar asuntos y tomar decisiones. Iniciaron un largo camino de investigación y colaboración conjunta: “Desarrollamos una rutina en la cual pasábamos casi todo el día trabajando juntos, casi siempre en largas caminatas. En los siguientes catorce años, esa colaboración mutua fue el centro de nuestras vidas…”. Y en esas largas caminatas, en esa aventura que terminó cuando Tversky murió de cáncer en 1996 a la edad de 59 años, revolucionaron la manera de comprender al ser humano.
Tal vez como rezago de la idea de que tenemos un alma inmaterial, tendemos a enfocar las capacidades de comprensión, intelecto y decisión del ser humano como si fuesen puras, inalteradas y totalmente racionales. Y sobre ese presupuesto hemos edificado dos grandes construcciones: primero, la ciencia social, y segundo, la noción de responsabilidad. Las ciencias sociales, en particular la economía, se basan sobre el presupuesto de que los seres humanos tomamos decisiones racionales tendientes a maximizar nuestro provecho individual, y lo hacemos con plena capacidad de considerar y elegir entre alternativas. Y, por otra parte, la noción de responsabilidad, tanto moral como jurídica, se basa en el presupuesto de que nuestras acciones son producto de decisiones racionales, en las cuales el agente bien pudo haber elegido otra alternativa.
Hizo falta aquella amistad entre dos científicos, aquellas largas caminatas, para empezar a mostrarnos que tal racionalidad plena no existe. El proyecto científico de Kahneman y Tversky mostró que los humanos, lejos de ser esos decisores imperturbables e inmateriales que habitan en nuestra visión tradicional de las cosas, somos inmensamente complejos, sesgados, e imperfectos tanto a la hora de comprender y analizar, como a la hora de decidir. Kahneman y Tversky documentaron decenas de “sesgos cognitivos” a través de experimentos. Ello le valió al primero el premio Nobel de Economía en el 2002 (Tversky ya había fallecido).
Este libro cuenta la historia de ese proyecto, de ese deshacer de las nociones clásicas de intelección y responsabilidad. Un deshacer que apenas empieza, y del cual el trabajo de Kahneman y Tversky será solo el abrebocas: no solamente se seguirán descubriendo nuestras imperfecciones cognitivas, sino que pronto la neurología nos mostrará cómo ellas se originan en configuraciones particulares del cerebro, que pueden incluso variar entre individuos.
Dejemos que esta historia nos la cuente su autor, Michael Lewis, escritor de gran éxito, responsable por libros como aquel en que se basa las películas The Big Short y Moneyball.
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