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Et cetera / Cultura y Derecho


El individuo contra el sistema corrupto

28 de Octubre de 2015

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com / @AndresMejiaV

 

 

La historia del personaje que solo, pequeño, casi impotente, decide contra todas las posibilidades y contra todas las dificultades enfrentar la corrupción de su entorno está retratada en dos maravillosos clásicos del cine. Serpico (1973) del director Sidney Lumet, y On the Waterfront (1954) del director Elia Kazan, cuyo título ha recibido la ridícula traducción al español de “Nido de ratas” (tal vez habría sido mejor, incluso, la traducción literal del título, que significa “en los muelles”).

 

En ambas películas, aunque con significativas diferencias que ya veremos, se narran historias de hombres a quienes les tocó vivir en un entorno de fuerte corrupción. Nada diferente de aquella que consume y debilita los sistemas políticos de nuestros países, y que en tantas ocasiones nos lleva a preguntarnos, desesperadamente, cuál será la solución. Y aunque tal vez esa solución no la encontremos en ninguna de estas dos historias, es de todos modos pertinente reflexionar sobre la alternativa planteada en ellas: la de quien se atreve, con riesgo de su vida, a luchar contra las fuerzas corruptas que literalmente le rodean.

 

Ambas películas son, además, clásicos del cine, dignas de verse y disfrutarse por sí mismas. De hecho, On the Waterfront es considerada por muchos como una de las mejores películas de la historia. Empecemos por hablar de ella.

 

Un sobrecogedor blanco y negro sirve para retratar la mafia y la corrupción de los muelles de Hoboken, ciudad portuaria del estado de Nueva Jersey que tiene una particularidad: al otro lado del río Hudson está la isla de Manhattan, con su brillo, con sus luces, con su resplandor. La vida en Hoboken es, por el contrario, dura, en especial para los hombres que trabajan en los muelles: hombres que cada mañana van a buscar un jornal, y cuya contratación está mediada por una mafia que saca provecho del movimiento portuario. Entre la espada y la pared, entre la pobreza y la intimidación mafiosa, los trabajadores portuarios viven una vida de cruda subsistencia.

 

Debemos esta película al gran Elia Kazan, cineasta estadounidense nacido en Turquía, director de otras grandes obras como Al este del edén. El papel protagónico lo tiene Marlon Brando, quien representa a un joven trabajador que, solitario, emprende la lucha contra la mafia del puerto.

 

La película fue un gran éxito. Ganó ocho premios Oscar en 1954, y fue aclamada por los críticos. Ha sido incluida en el catálogo de obras de gran valor cultural de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

 

Serpico, por su parte, se la debemos al director Sidney Lumet, cuya película Doce hombres en pugna ya habíamos mencionado aquí. Lumet, maestro para retratar y desarrollar situaciones de tensión, trabajó con Al Pacino en el papel protagónico, y este ganó por ello un Globo de Oro.

 

Situada en la época de la decadencia de Nueva York, a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, cuando la ciudad se hundía en el crimen y el abandono, Serpico recrea la historia real de un célebre agente de policía del mismo nombre, quien, tras ingresar a la fuerza policial, encontró que la corrupción estaba generalizada, que casi todos participaban de ella, y que era ya vista por los policías como algo normal, casi algo institucional. En un principio, Serpico simplemente rehúsa participar de la corrupción y de sus réditos, pero luego decide enfrentarla.

 

¿Pueden estos casos tomarse como paradigma de lucha contra la corrupción? Esta no es una pregunta fácil. Por un lado, puede pensarse que las acciones de uno u otro individuo son insuficientes, aun cuando sean valiosas y se les reconozca su coraje. Pero puede pensarse que estas aventuras individuales poco pueden hacer cuando la corrupción está extendida y se ha vuelto sistemática.

 

Sin embargo, desestimar el efecto de estas luchas personales puede ser excesivo. En algunos casos, sobre todo cuando ellas alcanzan figuración pública, pueden servir para alertar a la sociedad sobre los alcances de la corrupción, y pueden dar lugar a iniciativas más sistemáticas de lucha contra ella. Los quijotes solitarios, además, se vuelven ejemplo e inspiración para muchos individuos que quieren hacer lo mismo pero no se atreven.

 

En las dos películas mencionadas, hay, sin embargo, un elemento que condiciona el éxito de estos casos de lucha individual: la existencia de una institucionalidad superior, no tocada por la corrupción, sea una institucionalidad oficial o civil, ante la cual los reclamos puedan finalmente ser elevados.

 

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